Cantiga de los clÉrigos de talavera
Poema publicado el 10 de Noviembre de 2008
Allá por Talavera, a principios de abril,
llegadas son las cartas de Arzobispo don Gil,
en las cuales venÃa un mandato no vil
que, si a alguno agradó, pesó a más de dos mil.
Este pobre Arcipreste, que traÃa el mandado,
más lo hacÃa a disgusto, creo yo, que de grado.
Mandó juntar Cabildo; de prisa fue juntado,
¡pensaron que traÃa otro mejor recado!
Comenzó el Arcipreste a hablar y dijo asÃ:
-«Si a vosotros apena, también me pesa a mÃ.
¡Pobre viejo mezquino! ¡En qué envejecÃ,
en ver lo que estoy viendo y en mirar lo que vi!»
Llorando de sus ojos comenzó esta razón:
Dijo: -«¡El Papa nos manda esta Constitución,
oS lo he de decir, sea mi gusto o no,
aunque por ello sufra de rabia el corazón.»
Las cartas recibidas eran de esta manera;
Que el cura o el casado, en toda Talavera,
no mantenga manceba, casada ni soltera:
el que la mantuviese, excomulgado era.
Con aquestas razones que el mandato decÃa
quedó muy quebrantada toda la clerecÃa;
algunos de los legos tomaron acedÃa.
Para tomar acuerdos juntáronse otro dÃa.
Estando reunidos todos en la capilla,
levantóse el Deán a exponer su rencilla.
Dijo: -«Amigos, yo quiero que todos en cuadrilla
nos quejemos del Papa ante el Rey de Castilla.
»Aunque clérigos, somos vasallos naturales,
le servimos muy bien, fuimos siempre leales
demás lo sabe el Rey: todos somos carnales.
Se compadecerá de aquestos nuestros males.
»¿Dejar yo a Venturosa, la que conquisté antaño?
Dejándola yo a ella recibiera gran daño;
regalé de anticipo doce varas de paño
y aún, ¡por la mi corona!, anoche fue al baño.
»Antes renunciarÃa a toda mi prebenda
y a la mi dignidad y a toda la mi renta,
que consentir que sufra Venturosa esa afrenta.
Creo que muchos otros seguirán esta senda.»
Juró por los Apóstoles y por cuanto más vale,
con gran ahincamiento, asà como Dios sabe,
con los ojos llorosos y con dolor muy grande:
-«Novis enim dimittere -exclamó - quoniam suave!-»
Habló en pos del Deán, de prisa, el Tesorero;
era, en aquella junta, cofrade justiciero.
Dijo: -«Amigos, si el caso llega a ser verdadero,
si vos esperáis mal, yo lo peor espero.
»Si de vuestro disgusto a mà mucho me pesa,
¡también me pesa el propio, a más del de Teresa!
Dejaré a Talavera, me marcharé a Oropesa,
antes que separarla de mà y de mi mesa.
»Pues nunca tan leal fue Blanca Flor a Flores,
ni vale más Tristán, con todos sus amores;
ella conoce el modo de calmar los ardores,
si de mà la separo, volverán los dolores.
»Como suele decirse: el perro, en trance angosto,
por el miedo a la muerte, al amo muerde el rostro;
isi cojo al Arzobispo en algún paso angosto,
tal vuelta le darÃa que no llegara a agosto!»
Habló después de aqueste, Chantre Sancho Muñoz.
Dijo: -«Aqueste Arzobispo, ¿qué tendrá contra nos?
Él quiere reprochamos lo que perdonó Dios;
por ello, en este escrito apelo, ¡avivad vos!
»Pues si yo tengo o tuve en casa una sirvienta,
no tiene el Arzobispo que verlo como afrenta;
que no es comadre mÃa ni tampoco parienta,
huérfana la crié; no hay nada en que yo mienta.
»Mantener a una huérfana es obra de piedad,
lo mismo que a viudas, ¡esto es mucha verdad!
Si el Arzobispo dice que es cosa de maldad,
¡abandonad las buenas y a las malas buscad!
»Don Gonzalo, Canónigo, según vengo observando,
de esas buenas alhajas ya se viene prendando;
las vecinas del barrio murmuran, comentando
que acoge a una de noche, contra lo que les mando.»
Pero no prolonguemos ya tanto las razones;
apelaron los clérigos, también los clerizones;
enviaron de prisa buenas apelaciones
y después acudieron a más procuraciones.
Poema publicado el 10 de Noviembre de 2008
Allá por Talavera, a principios de abril,
llegadas son las cartas de Arzobispo don Gil,
en las cuales venÃa un mandato no vil
que, si a alguno agradó, pesó a más de dos mil.
Este pobre Arcipreste, que traÃa el mandado,
más lo hacÃa a disgusto, creo yo, que de grado.
Mandó juntar Cabildo; de prisa fue juntado,
¡pensaron que traÃa otro mejor recado!
Comenzó el Arcipreste a hablar y dijo asÃ:
-«Si a vosotros apena, también me pesa a mÃ.
¡Pobre viejo mezquino! ¡En qué envejecÃ,
en ver lo que estoy viendo y en mirar lo que vi!»
Llorando de sus ojos comenzó esta razón:
Dijo: -«¡El Papa nos manda esta Constitución,
oS lo he de decir, sea mi gusto o no,
aunque por ello sufra de rabia el corazón.»
Las cartas recibidas eran de esta manera;
Que el cura o el casado, en toda Talavera,
no mantenga manceba, casada ni soltera:
el que la mantuviese, excomulgado era.
Con aquestas razones que el mandato decÃa
quedó muy quebrantada toda la clerecÃa;
algunos de los legos tomaron acedÃa.
Para tomar acuerdos juntáronse otro dÃa.
Estando reunidos todos en la capilla,
levantóse el Deán a exponer su rencilla.
Dijo: -«Amigos, yo quiero que todos en cuadrilla
nos quejemos del Papa ante el Rey de Castilla.
»Aunque clérigos, somos vasallos naturales,
le servimos muy bien, fuimos siempre leales
demás lo sabe el Rey: todos somos carnales.
Se compadecerá de aquestos nuestros males.
»¿Dejar yo a Venturosa, la que conquisté antaño?
Dejándola yo a ella recibiera gran daño;
regalé de anticipo doce varas de paño
y aún, ¡por la mi corona!, anoche fue al baño.
»Antes renunciarÃa a toda mi prebenda
y a la mi dignidad y a toda la mi renta,
que consentir que sufra Venturosa esa afrenta.
Creo que muchos otros seguirán esta senda.»
Juró por los Apóstoles y por cuanto más vale,
con gran ahincamiento, asà como Dios sabe,
con los ojos llorosos y con dolor muy grande:
-«Novis enim dimittere -exclamó - quoniam suave!-»
Habló en pos del Deán, de prisa, el Tesorero;
era, en aquella junta, cofrade justiciero.
Dijo: -«Amigos, si el caso llega a ser verdadero,
si vos esperáis mal, yo lo peor espero.
»Si de vuestro disgusto a mà mucho me pesa,
¡también me pesa el propio, a más del de Teresa!
Dejaré a Talavera, me marcharé a Oropesa,
antes que separarla de mà y de mi mesa.
»Pues nunca tan leal fue Blanca Flor a Flores,
ni vale más Tristán, con todos sus amores;
ella conoce el modo de calmar los ardores,
si de mà la separo, volverán los dolores.
»Como suele decirse: el perro, en trance angosto,
por el miedo a la muerte, al amo muerde el rostro;
isi cojo al Arzobispo en algún paso angosto,
tal vuelta le darÃa que no llegara a agosto!»
Habló después de aqueste, Chantre Sancho Muñoz.
Dijo: -«Aqueste Arzobispo, ¿qué tendrá contra nos?
Él quiere reprochamos lo que perdonó Dios;
por ello, en este escrito apelo, ¡avivad vos!
»Pues si yo tengo o tuve en casa una sirvienta,
no tiene el Arzobispo que verlo como afrenta;
que no es comadre mÃa ni tampoco parienta,
huérfana la crié; no hay nada en que yo mienta.
»Mantener a una huérfana es obra de piedad,
lo mismo que a viudas, ¡esto es mucha verdad!
Si el Arzobispo dice que es cosa de maldad,
¡abandonad las buenas y a las malas buscad!
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