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Ellibro de los árboles - Poemas de Julián Otero Sánchez



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Ellibro de los árboles
Poema publicado el 30 de Octubre de 2009

El libro de los árboles

Los árboles ofrecen su forma
para el cuerpo de los libros;
en otoño, como una ofrenda,
se brindan y ofrecen sus hojas,
que dormidas en  los  libros,
sueñan  con el abecedario,
y volando dejan los árboles
para arrullarse en los libros,
que las acarician, besan 
y convierte en  palabras.

Los libros enseñan sus páginas
llevándote a viajar por el mundo,
sin ataduras, lastres, ni  fronteras;
te llevan ligero a recorrer 
el  universo de todos los  sueños;
te dan  las manos de la teoría,
para que formules  la  práctica;
volviéndote en unos  segundos,
alquimista creador de sueños.

Los árboles sacrifican  su cuerpo,
de  exótica y prohibida  madera,
que el hombre convierte en naves
para navega y atrapar los  sueños:
-Colón descubriendo América -
alcanzando con olas de suspiros,
los horizontes donde atracará
como lejano recuerdo, el olvido.

Con la madera,  se construyen:
la casa, el retablo y los muebles;
ella da el calor del fuego eterno;
cuyas caricias entibian las noches,
y  días del sórdido y gélido invierno,
dando reposo y calor  al espíritu
del  fatigado y debilitado romero.

Rústica y sencilla 
es la madera usada,
donde con amor
y paciencia eterna,
mágicas manos,
darán  forma al retablo,
donde el poeta se inspira;
atrapa el sentimiento
la pasión y las palabras;
que envueltas de sueños,
recuerdos y suspiros,
se  volverán  versos
que formen su poesía;
que en mágica alfombra
tejida con hilos de palabras 
se irá con el viento,
para besar tu oído.

Con  rústica  madera,
clavos y  pegamento
pacientemente se construye
como instrumentos de tortura
la silla y el resignado pupitre;
donde cada día  el discente, 
inquieto, sediento y obligado
con profundo hastío rutinario;
escribe y busca  la idea,
que forme el conocimiento;
iluminación que al  llegar, 
le traiga el aprendizaje
para mitigar o aminorar,
su insaciable hambre
y sed de aprender.

La madera protectora,
como  abnegada madre
cálida y suavemente
envuelve al  grafito;
esa  noble  corteza
que técnica y arte
convierten en lápiz,
de burda o fina punta,
que infatigable recorre
en días laborables,
paciente o confundido,
como rutinarios caminos,
los  grandes o pequeños
y a veces sin encontrar
a los perdidos renglones,
de la arrugada o flamante hoja,
llenándola de letras y borrones,
para que al final del curso,
como venganza pedagógica,
solo sea un cuaderno olvidado.

Con madera se construyen,
y se ofrecen  a diario,
la barra y el confesionario,
lugares donde  cada vida,   
se ahoga o se arranca
las espinas de sus penas;
las  penas de los culpables
o las culpas de los  inocentes;
el púlpito y sus misterios
con los que  el predicador,
en su sermón promete la salvación,
y lanza su red de finas mayas, 
para atrapar el alma de sus fieles,
que navegan  en mares  de dudas,
como peces asustados.

Si  ves  pinturas  de parvadas, 
iluminando el cielo al pasar,
es que está cerca el atardecer,
y las aves vuelan  a su refugio;
como el hijo que regresa
a los brazos de su madre;
y como émulo de ambos
el nido paciente espera
sobre las frágiles ramas,
buscando atrapar
con su calor la vida,
para cuidarles y entregarles
a cambio de su persistencia
los cielos y en ellos la  libertad
que anhela la inmortalidad,
en  hojas, plumas y árboles.


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