Reminiscencias de un sacerdote
Poema publicado el 27 de Noviembre de 2012
Tras las huellas de Francisco
Marcho un día de su casa
El joven camino con Cristo
Y encontró su vida santa.
Él tenía alegría de vida
Él tenía su alma blanca
Y una dulzura de amor
Que esparcía cada vez que miraba
Por el camino que el Pastor
Construyera a sus ovejas
Llegó el joven misionero
A hablar de Dios y su palabra.
Tras cada mensaje venia
La voz del Dios verdadero
A Él había atado su vida
Y por Él ya era misionero.
Despertó una mañana en noviembre
Villarrica esa noche, velo su dormir,
Donde un amito y su estola,
Vestiría por siempre.
Con la patena y el cáliz,
El trigo y la vid.
El sacerdote fue hermano, hijo y amigo,
De cada peregrino que su mano estrechó
Navegaba en sus labios, una palabra de cariño
Un mensaje de optimismo y un ejemplo de amor.
Cuando la prodiga paz en el altar yacía,
La Biblia se hacia su vida y su casa,
Su pecho, fue el nido que albergo el nuevo día
Y en él había para cada amargura, esperanza.
Él tiene alma de maestro,
Cultiva tu don formador.
Continúa tu misión misionero…
Surca otras tierras sembrador.
Cantaré eternamente las misericordias divinas,
Padre Las Casas, te recordará Longaví,
donde haya una mano extendida al vecino…
Te estará añorando, tú siempre amado San Luis.
Tras las huellas de Francisco,
marchó un día de su casa,
el joven camino con Cristo
Y encontró su vida santa.
Dedicada a Herman Guido Peña F. un sacerdote de verdad.
26 de noviembre de 1988
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Poema publicado el 27 de Noviembre de 2012
Tras las huellas de Francisco
Marcho un día de su casa
El joven camino con Cristo
Y encontró su vida santa.
Él tenía alegría de vida
Él tenía su alma blanca
Y una dulzura de amor
Que esparcía cada vez que miraba
Por el camino que el Pastor
Construyera a sus ovejas
Llegó el joven misionero
A hablar de Dios y su palabra.
Tras cada mensaje venia
La voz del Dios verdadero
A Él había atado su vida
Y por Él ya era misionero.
Despertó una mañana en noviembre
Villarrica esa noche, velo su dormir,
Donde un amito y su estola,
Vestiría por siempre.
Con la patena y el cáliz,
El trigo y la vid.
El sacerdote fue hermano, hijo y amigo,
De cada peregrino que su mano estrechó
Navegaba en sus labios, una palabra de cariño
Un mensaje de optimismo y un ejemplo de amor.
Cuando la prodiga paz en el altar yacía,
La Biblia se hacia su vida y su casa,
Su pecho, fue el nido que albergo el nuevo día
Y en él había para cada amargura, esperanza.
Él tiene alma de maestro,
Cultiva tu don formador.
Continúa tu misión misionero…
Surca otras tierras sembrador.
Cantaré eternamente las misericordias divinas,
Padre Las Casas, te recordará Longaví,
donde haya una mano extendida al vecino…
Te estará añorando, tú siempre amado San Luis.
Tras las huellas de Francisco,
marchó un día de su casa,
el joven camino con Cristo
Y encontró su vida santa.
Dedicada a Herman Guido Peña F. un sacerdote de verdad.
26 de noviembre de 1988
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