Poema publicado el 10 de Noviembre de 2008
El grito suena bien
en el vientre de la cueva,
el salmo bajo el mediodía
de los templos
y la canción en el crepúsculo...
El grito es el primero.
Hay un turno de voces:
yo grito, tú rezas, él canta...
El grito es el primero.
Y hay un turno de bridas:
él las lleva, tú las llevas, yo las llevo.
Y a la hora de las sombras subterráneas
la blasfemia reclama sus derechos.
Los caballos piafan ya enganchados
y la carroza aguarda...
¿Quién la lleva?
Yo: el blasfemo.
Yo la llevo, yo llevo hoy la carroza,
yo la llevo.
Éste es el poeta,
tú eres el salmista,
ése es el que llora,
tú eres el que grita...
yo soy el blasfemo.
Yo la llevo. Yo llevo hoy la carroza,
yo la llevo.
¡Arriba! ¡Subid todos!
¡Vamos hacia el infierno!
La aijada tiene su ritmo,
y la tralla, y el frito, y el aullido...
y la blasfemia del cochero.
¡Arre!
¡Músicos, poetas y salmistas;
obispos y guerreros!
Voy a cantar.
Vida mía, vida mía,
¡Ay! ¡Ay! ¡Ay!
Vida mía, vida mía,
tengo un ojo pitañoso
y el otro con ictericia.
Vida mía, vida mía,
¡Ay! ¡Ay! ¡Ay!
Esta es mi copla,
la copla de mi carne,
la copla de mi cuerpo.
Mas si mis ojos están sucios
los vuestros están ciegos.
¡Músicos, poetas y salmistas;
obispos y guerreros!
Voy a cantar otra vez.
El viejo rey de Castilla
¡Ay! ¡Ay! ¡Ay!
El viejo rey de Castilla
tiene una pierna leprosa
y la otra sifilítica.
El viejo rey de Castilla
¡Ay! ¡Ay! ¡Ay!
Esta es la copla de mi tierra,
la copla de mi reino.
Mas si mi reino está podrido
su espíritu es eterno.
¡Músicos, poetas y salmistas;
obispos y guerreros!...
Llevadme de nuevo el compás.
En los cuernos de la mitra
¡Ay! ¡Ay! ¡Ay!
En los cuernos de la mitra
hay una plegaria verde
y otra plegaria amarilla.
En los cuernos de la mitra
¡Ay! ¡Ay! ¡Ay!
Ésta es la copla de mi alma,
de mi alma sin templo
porque la bestia negra
apocalíptica,
lo ha llenado de estiércol.
Tres veces cantó el gallo,
tres veces negó Pedro,
tres veces canto yo:
por mi carne,
por mi patria y por mi templo...
Por todo lo que tuve y ya no tengo...
¡Arre! ¡Arre! ¡Arre!
¡Vamos al infierno!
Tú con el laúd, éste con el salterio,
aquel con la bocina, ése con su lamento,
vosotros con la espada,
y yo, como Don Juan y como Job,
maldiciendo, blasfemando...
cada cual con su instrumento.
Vamos bien,
no hemos errado el sendero.
Conjugad otra vez:
éste es el poeta, tú eres el salmista,
ése es el que llora, tú eres el que grita.
Yo soy el blasfemo...
¿Y el sabio? ¿Donde está el sabio?
¡Eh, tu!
Tú que sabes lo que pesan las piedras
y lo que corre el viento...
¿Cuál es la velocidad de las tinieblas
y la dureza del silencio?
¿No contestas?...
Pues las bridas son mías. Yo la llevo,
yo llevo hoy la carroza, yo la llevo.
Músicos, sabios, poetas y salmistas,
obispos y guerreros...
Dejadme todavía preguntar:
¿Quién ha roto la luna del espejo?
¿Quién ha sido?
¿La piedra de la huelga,
la pistola del gángster,
o el tapón del champaña
que disparó el banquero?
¿Quién ha sido?
¿El canto rodado del poeta,
el reculón del sabio,
o el empujón del necio?
¿Quién ha sido,
la vara del juez, el báculo o el cetro?
¿Quien ha sido?
¿Nadie sabe quién ha sido?
Pues las bridas son mías.
;Adelante! ¡Arre! ¡Arre!...
¡Vamos hacia el infierno!
Ya no hay otro camino.
«¿Llegaremos a tiempo?»
«¿Antes de que amanezca?»
«Desde luego.»
Y para hacer más corta la jornada
ahora cantaremos en coro,
y cantaremos las coplas
del Gran Conserje Pedro.
Yo llevaré la voz cantante
y vosotros el estribillo
con lúgubre ritmo de allegreto.
Copla:
Vino la guerra.
Y para hacer obuses y torpedos
los soldados iban recogiendo
todos los hierros viejos de la ciudad.
Y Pedro, el Gran Conserje Pedro,
le dijo a un soldado:
«Tomad esto...»
Y le dio las llaves del templo.
Estribillo:
Pedro, Pedro...
El Gran Conserje Pedro
que ha vendido las llaves del templo.
Copla:
Pedro... Te dijo el Señor de los Olivos
cuando heriste con tu espada al siervo:
«Mete esa espada en la vaina,
que yo sé a lo que vengo.»
Y la metiste...
con las cajas de caudales en el templo.
Estribillo:
Pedro, Pedro, el Gran Conserje Pedro,
amigo de soldados y banqueros.
Copla:
Y ahora tenemos que ir al cielo
dando un gran rodeo
por el camino del infierno,
cavando un largo túnel en el suelo
y preguntando a las raíces y a los topos,
porqué ya no hay campanas
ni espadañas,
Pedro, y los pájaros...
todos tus pájaros se han muerto.
Estribillo:
¡Pedro, Pedro,
todos tus pájaros se han muerto!
Sin embargo, señores,
yo no soy un escéptico
y hay unas cuantas cosas en que creo.
Por ejemplo, creo en el Sol,
en el Diluvio y en el estiércol;
en la blasfemia,
en las lágrimas y en el infierno;
en la guadaña y en el Viento;
en el lagar,
en la piedra redonda del amolador
y en la piedra redonda del viejo molinero;
y en el hacha que derriba los árboles
y descuartiza los salmos y los versos;
en la locura y en el sueño...
y en el gas de la fiebre también creo,
en ese gas ingrávido,
expansivo y etéreo,
antifilosófico,
antidogmático y antidialéctico
que revienta los globos...
los grandes globos,
los globitos y el cerebro.
Y creo que hay luz en el rito,
luz en el culto y luz en el misterio.
Creo que el agua se hace vino,
y sangre el vino,
sangre de Dios y sangre de mi cuerpo.
Creo que el trigo se hace harina
y carne la harina...,
carne de Dios y carne de mi cuerpo.
Creo que un hombre honrado
cuando nos da su pan
tiene el cuerpo de Cristo entre los dedos.
Éste es mi credo.
Éste es mi viejo credo y pronto será el vuestro.
Ya lo iréis aprendiendo.
Con él entraremos por la puerta norte
y saldremos por el postigo del infierno.
El infierno no es un fin, es un medio...
Nos salvaremos por el fuego.
Y no es un fuego eterno.
Pero es, como las lágrimas,
un elevado precio
que hay que pagarle a Dios,
sin bulas ni descuentos,
para entrar en el reino de la luz,
en el reino de los hombre,
en el reino de los héroes,
en el reino que vosotros
habéis llamado siempre
el reino beatífico del cielo.
¡Vamos allá!
¿Estamos todos?
Hagamos el último recuento:
Éste es el salmista,
el que deshizo el salmo
cuando dijo con ira y sin consejo:
«Tú eres el Dios que venga mis agravios
y sujeta debajo de mí, pueblos.»
Y éste es el poeta luciferino,
el que inventó el poema
esterilizado y antiséptico
y guardó en autoclaves la canción,
puritano, orgulloso y fariseo.
¡Oh, puristas y estetas!
Aún no está limpio vuestro verso
y su última escoria ha de dejarla
en los crisoles del infierno.
Aquí van los artistas sodomitas,
los pintores bizcos
y los poetas inversos.
No lloréis.
Pero no digáis tampoco
que la Luz y el Amor se ven mejor
torciendo la mirada o torciendo el sexo.
Ni llanto ni ufanía. Vamos al gran taller,
a la gran fragua
donde se enderezan los entuertos.
Aquel es el que grita,
el hombre de la furia,
y aquel otro el que llora,
el hombre del lamento.
Allá va el rey leproso y sifilítico,
éste es el sabio tímido,
cargado de tarjetas y de miedo.
Aquí van el juez y el gángster
los dos juntos en el mismo verso.
Éste es el Presidente
demócrata y guerrero
que desnudó la espada en el verano
y debió desnudarla en el invierno.
¡Ay del que se armó tan sólo
para defender su granero,
y no se armó
para defender primero el pan de todos!
¡Ay, del que dice todavía:
nos proponemos conservar lo nuestro!
Allí va el demagogo,
aquél es el banquero,
éstos son los cristianos
-que ahora se llaman los «cristeros»-
Y éste es el hombre de la mitra,
la bestia de dos cuernos,
el que vendió las llaves...
el Gran Conserje Pedro...
¡Aquí van todos!
Y aquí voy yo con ellos.
Aquí voy yo también,
yo, el hombre de la tralla,
el de los ojos sucios... el blasfemo.
Sí. Ahora ya sin hogar y sin reino
sin canción y sin salmo,
sin llaves y sin templo...
yo la llevo,
yo llevo hoy la carroza, yo la llevo.
Se va del salmo al llanto,
del llanto al grito, del grito al veneno...
¡Arre! ¡Arre!
¡Y se gana la luz desde el infierno!
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