La destrucciÓn de senaquerib
Poema publicado el 10 de Noviembre de 2008
BAJARON los asirios como al redil el lobo :
brillaban sus cohortes con el oro y la púrpura ;
sus lanzas fulguraban como en el mar luceros,
como en tu onda azul, Galilea escondida.
Tal las ramas del bosque en el estÃo verde,
la hueste y sus banderas traspasó en el ocaso:
tal las ramas del bosque cuando sopla el otoño,
yacÃa marchitada la hueste, al otro dÃa.
Pues voló entre las ráfagas el Angel de la Muerte
y tocó con su aliento, pasando, al enemigo:
los ojos del durmiente frÃos, yertos, quedaron,
palpitó el corazón, quedó inmóvil ya siempre.
Y allà estaba el corcel, la nariz muy abierta,
mas ya no respiraba con su aliento de orgullo:
al jadear, su espuma quedó en el césped, blanca,
frÃa como las gotas de las olas bravÃas.
Y allà estaba el jinete, contorsionado y pálido,
con rocÃo en la frente y herrumbre en la armadura,
y las tiendas calladas y solas las banderas,
levantadas las lanzas y el clarÃn silencioso.
Y las viudas de Asur con gran voz se lamentan
y el templo de Baal ve quebrarse sus Ãdolos,
y el poder del Gentil, que no abatió la espada,
al mirarle el Señor se fundió como nieve.
Poema publicado el 10 de Noviembre de 2008
BAJARON los asirios como al redil el lobo :
brillaban sus cohortes con el oro y la púrpura ;
sus lanzas fulguraban como en el mar luceros,
como en tu onda azul, Galilea escondida.
Tal las ramas del bosque en el estÃo verde,
la hueste y sus banderas traspasó en el ocaso:
tal las ramas del bosque cuando sopla el otoño,
yacÃa marchitada la hueste, al otro dÃa.
Pues voló entre las ráfagas el Angel de la Muerte
y tocó con su aliento, pasando, al enemigo:
los ojos del durmiente frÃos, yertos, quedaron,
palpitó el corazón, quedó inmóvil ya siempre.
Y allà estaba el corcel, la nariz muy abierta,
mas ya no respiraba con su aliento de orgullo:
al jadear, su espuma quedó en el césped, blanca,
frÃa como las gotas de las olas bravÃas.
Y allà estaba el jinete, contorsionado y pálido,
con rocÃo en la frente y herrumbre en la armadura,
y las tiendas calladas y solas las banderas,
levantadas las lanzas y el clarÃn silencioso.
Y las viudas de Asur con gran voz se lamentan
y el templo de Baal ve quebrarse sus Ãdolos,
y el poder del Gentil, que no abatió la espada,
al mirarle el Señor se fundió como nieve.
Versión de Mà rie Montand
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