Lo peor no es ser graja
Poema publicado el 26 de Julio de 2010
Lo peor no es ser graja. Es terriblemente irracional tener que volar a diario y no poder llegar al cielo. Eso es indigno de una graja.
El cuerpo ligero y las alas, para qué, si viajar a contraviento equivoca el rumbo hacia la periferia. Y esta envergadura opaquísima en plan de camuflaje, para qué, si se ignora la sede de la eternidad.
Andar de rumor continuo por el aire es servir de manjar a la mal disimulada ferocidad de los cactus; entonces, para qué el canto.
Volar a ras de tierra impide mirar hacia lo alto. Es una manera de olvidar el cielo que se aleja. Así, los ojos de una graja bajan indomablemente hacia tierra, sabe que a ésta sí puede mirarla de cerca: tanta muchedumbre acongojada por un simple catarro; algo tan esencial como una puerta permanece cerrada a cal y canto en el sinsentido del extenso desierto; un viejo cantinero emborracha su biografía porque no tiene tiempo para mantener un idilio fugaz con la esperanza –esa huidiza novia–, y no llega nadie a bailar con él un bolero; tantos niños tristes sobre las paredes porque no encuentran piedras que tirar a una graja. Y tantos muertos despiertos de golpe, con síntomas de antigua sed, lo que les impide gozar su inconsciente latir de muertos y establecer, de una vez por todas, su definitivo entierro para mañana, viernes.
Una graja, que pacientemente aguarda, ha de cazar al vuelo el último saltamontes de la bandada, mas ni siquiera puede entablar con él una conversación sensata para pedirle disculpas por su inminente muerte. Cerrar los ojos para soñar con un incierto cielo, sí; ¡pero eso es indigno de una graja!
Del libro "Sueños de qué mundo"
Ediciones La Palma
Madrid
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Poema publicado el 26 de Julio de 2010
Lo peor no es ser graja. Es terriblemente irracional tener que volar a diario y no poder llegar al cielo. Eso es indigno de una graja.
El cuerpo ligero y las alas, para qué, si viajar a contraviento equivoca el rumbo hacia la periferia. Y esta envergadura opaquísima en plan de camuflaje, para qué, si se ignora la sede de la eternidad.
Andar de rumor continuo por el aire es servir de manjar a la mal disimulada ferocidad de los cactus; entonces, para qué el canto.
Volar a ras de tierra impide mirar hacia lo alto. Es una manera de olvidar el cielo que se aleja. Así, los ojos de una graja bajan indomablemente hacia tierra, sabe que a ésta sí puede mirarla de cerca: tanta muchedumbre acongojada por un simple catarro; algo tan esencial como una puerta permanece cerrada a cal y canto en el sinsentido del extenso desierto; un viejo cantinero emborracha su biografía porque no tiene tiempo para mantener un idilio fugaz con la esperanza –esa huidiza novia–, y no llega nadie a bailar con él un bolero; tantos niños tristes sobre las paredes porque no encuentran piedras que tirar a una graja. Y tantos muertos despiertos de golpe, con síntomas de antigua sed, lo que les impide gozar su inconsciente latir de muertos y establecer, de una vez por todas, su definitivo entierro para mañana, viernes.
Una graja, que pacientemente aguarda, ha de cazar al vuelo el último saltamontes de la bandada, mas ni siquiera puede entablar con él una conversación sensata para pedirle disculpas por su inminente muerte. Cerrar los ojos para soñar con un incierto cielo, sí; ¡pero eso es indigno de una graja!
Del libro "Sueños de qué mundo"
Ediciones La Palma
Madrid
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