Brillos del otoÑo ido
Poema publicado el 10 de Noviembre de 2008
Era el centro elegante. El lugar de las perfumerÃas
con sillas delante del mostrador, el lugar de los sastres
y de las sederÃas donde te tomaban medida para un abrigo...
¿Te acuerdas mamá, de aquellas tardes? En los autobuses
azules de dos pisos yo siempre querÃa ir arriba, en el asiento
delantero, que era como un panorámico ventanal al mundo.
O abajo, en el asiento más cerca de la puerta, con su
aislada barra blanca, asidero y columpio de quienes entraban
y salÃan, como se entra y se sale en la beatitud del mundo...
Con mi abrigo azul cruzado y una boina también azul.
Tú y yo, elegantes, camino del médico o
de las tiendas caras. Camino del que
querÃas que fuera nuestro mundo, pues lo sentÃas tuyo...
Yo dichoso sin saberlo y tú Ãntimamente desdichada.
Yo entretanto, como de juego, al mundo perfecto,
y tú en serio, jugando a que nunca hubieses salido...
Mucho tiempo después, llorando, me dijiste una tarde
que ninguno de los dos habÃamos sido felices.
Tan cierto y tan falso como es todo. Tan falso
y tan cierto como que aquel mundo de señores
dejó de existir, tan cierto como que lo traicioné
después que me escupiera o que tú nunca hallaste,
mamá, al hombre de tus sueños, al caballero que reinase
en aquel mundo contigo. Y sin embargo estuvimos allÃ,
tu con tus pieles y yo con mi abrigo azul cruzado,
comprando perfumes y merendando tortitas con nata,
cuando los taxistas llevaban uniforme y se dirÃan charolados
los azules autobuses de dos pisos, un Madrid tan sofisticado
que tú y yo -y casi todos los demás- nos lo creÃmos.
O quizás a ti no te hizo falta creértelo, pues lo tuviste.
Yo me lo creÃ. Yo, que llegué una tarde en autobús de dos pisos...
Poema publicado el 10 de Noviembre de 2008
Era el centro elegante. El lugar de las perfumerÃas
con sillas delante del mostrador, el lugar de los sastres
y de las sederÃas donde te tomaban medida para un abrigo...
¿Te acuerdas mamá, de aquellas tardes? En los autobuses
azules de dos pisos yo siempre querÃa ir arriba, en el asiento
delantero, que era como un panorámico ventanal al mundo.
O abajo, en el asiento más cerca de la puerta, con su
aislada barra blanca, asidero y columpio de quienes entraban
y salÃan, como se entra y se sale en la beatitud del mundo...
Con mi abrigo azul cruzado y una boina también azul.
Tú y yo, elegantes, camino del médico o
de las tiendas caras. Camino del que
querÃas que fuera nuestro mundo, pues lo sentÃas tuyo...
Yo dichoso sin saberlo y tú Ãntimamente desdichada.
Yo entretanto, como de juego, al mundo perfecto,
y tú en serio, jugando a que nunca hubieses salido...
Mucho tiempo después, llorando, me dijiste una tarde
que ninguno de los dos habÃamos sido felices.
Tan cierto y tan falso como es todo. Tan falso
y tan cierto como que aquel mundo de señores
dejó de existir, tan cierto como que lo traicioné
después que me escupiera o que tú nunca hallaste,
mamá, al hombre de tus sueños, al caballero que reinase
en aquel mundo contigo. Y sin embargo estuvimos allÃ,
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los azules autobuses de dos pisos, un Madrid tan sofisticado
que tú y yo -y casi todos los demás- nos lo creÃmos.
O quizás a ti no te hizo falta creértelo, pues lo tuviste.
Yo me lo creÃ. Yo, que llegué una tarde en autobús de dos pisos...
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