Poema publicado el 10 de Noviembre de 2008
Desaté tus sandalias
y te besé los pies. FrÃos, estaban frÃos
y hermosamente rojos de la nieve.
Tumbados junto a un fuego de encina,
entre ese olor vegetal y cálido del mundo,
oÃamos a los monjes cantar salmos, muy oscuramente...
¡Tu cuerpo hermoso! ¡Cómo besé tu cuerpo,
tan blanco, dulce y fuerte, mientras te entredormÃas!
Tragué tu sxo entero.
No podÃa olvidar que caminábamos juntos, flagelantes,
hacia el perdón y hacia la penitencia...
El silencio parecÃa un gigante
y el rezo de los monjes el retumbe de un barco en la galerna.
No sé si me decÃas:
¿Estamos cerca ya del final de los tiempos?
Tu cuerpo de tan recio me parecÃa dulce.
Dulces frÃos tus pies. Dulce tu axila.
Tu cuerpo, con el sayal subido.
Tu cuerpo erecto allÃ.
No sé adónde Ãbamos. Era el más duro invierno.
La nieve más profunda. y la voz de los monjes
retumbaba en la piedra.
La música -dijiste- la música...
Tus labios eran rosas, suavemente rojos
como tu dulce cuerpo...
Hermano mÃo de tiempo y penitencia.
¿Qué hacemos los dos juntos? ¿Dónde vamos?
¿Dónde nos lleva el miedo? No es la peste, no el hambre.
El viento ruge en el claustro de piedra.
Los monjes cantan en plegaria de sombra.
Estamos solos, tú y yo, hermano. Solos...
Es una Edad media interminable. Fuego ahÃ, en la noche oscura.
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