Martas cibelinas
Poema publicado el 10 de Noviembre de 2008
Yo, señor, salà de Rusia por Crimea.
Era en 1919.
HacÃa diseños vanguardistas para los ballets.
Pintaba colores infames, excesivos, caucásicos,
y vestÃa con delicado exotismo...
En Estambul, primero,
vivà la miseria de amores sin dueño.
Era fácil. Divinamente fácil.
La tela blanca, fresca, sienta lujos en la piel oscura.
Pero también llegó al desorden.
Fui a Londres -vÃa Plymouth-
y luego a ParÃs (el inevitable ParÃs, toldos de perla)
donde pasaba tardes cansinas en un restaurant
y noches desgalichadas, obtusas, moradas de lujo,
con vodka barato y blinis mal hechos,
y caballeros a la antigua usanza
que pedÃan a ese mÃnimo lujo -y mi cintura-
el dulce perdón de los pecados...
Pecadores cuantos vivimos -decÃa el viejo pope-
sólo en la caridad hay salvación.
Soñábamos en la patria lejos. En dÃas de nieve y oro.
DÃas de troikas y pieles blancas,
amores de armiño, adolescentes, isbas, sones de
la melancolÃa
vuelta perspectivas neoclásicas, cúpulas bulbosas...
Han pasado -querido señor- más de setenta años.
Casi todos han muerto. Son nietos, sobrinos, otros, lejos,
nadie.
Yo no he cambiado apenas. He perdido la cuenta. Casi no
sé mis años.
Vivo en España. Estuve en Porto. Volvà a BerlÃn.
Ya sólo sé que todo es exilio.
Sólo que mi patria no existe. Que la patria -si es- está
muy lejos.
Sólo sé que todo es provisión. Esperanza, futuro, nada.
Sólo sé que cambiaré de pisos y ciudades,
siempre con recibos de la luz pendientes,
con viejas botellas de vodka en los rincones,
periódicos sin fecha, libros gastados, húmedos,
palabras de una lengua ausente...
Siempre sin fe, aguardando, sin esperanza, atentos.
Sólo sé que hay pisos estrechos,
nombres falsos, oscuros uniformes,
tÃtulos vanos, inventos de aquel reino, frases falsas del
Emperador.
Recuerdo de orgÃas que no existieron nunca.
Música en palacios de deshielo, violines sin cuerdas...
Sólo que no volveré nunca.
Sólo que no soy de ningún sitio.
Que nunca estuve donde creà estar. Que nada sé,
y que la ilusa patria no existió ni existirá,
ni es posible.
En un perpetuo otoño, los quinqués dan una luz muy
tibia.
Crees en una casa. Pero toda casa está vacÃa.
Poema publicado el 10 de Noviembre de 2008
Yo, señor, salà de Rusia por Crimea.
Era en 1919.
HacÃa diseños vanguardistas para los ballets.
Pintaba colores infames, excesivos, caucásicos,
y vestÃa con delicado exotismo...
En Estambul, primero,
vivà la miseria de amores sin dueño.
Era fácil. Divinamente fácil.
La tela blanca, fresca, sienta lujos en la piel oscura.
Pero también llegó al desorden.
Fui a Londres -vÃa Plymouth-
y luego a ParÃs (el inevitable ParÃs, toldos de perla)
donde pasaba tardes cansinas en un restaurant
y noches desgalichadas, obtusas, moradas de lujo,
con vodka barato y blinis mal hechos,
y caballeros a la antigua usanza
que pedÃan a ese mÃnimo lujo -y mi cintura-
el dulce perdón de los pecados...
Pecadores cuantos vivimos -decÃa el viejo pope-
sólo en la caridad hay salvación.
Soñábamos en la patria lejos. En dÃas de nieve y oro.
DÃas de troikas y pieles blancas,
amores de armiño, adolescentes, isbas, sones de
la melancolÃa
vuelta perspectivas neoclásicas, cúpulas bulbosas...
Han pasado -querido señor- más de setenta años.
Casi todos han muerto. Son nietos, sobrinos, otros, lejos,
nadie.
Yo no he cambiado apenas. He perdido la cuenta. Casi no
sé mis años.
Vivo en España. Estuve en Porto. Volvà a BerlÃn.
Ya sólo sé que todo es exilio.
Sólo que mi patria no existe. Que la patria -si es- está
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y que la ilusa patria no existió ni existirá,
ni es posible.
En un perpetuo otoño, los quinqués dan una luz muy
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Crees en una casa. Pero toda casa está vacÃa.
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