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Los lusiadas - Poemas de Luis de Camoes



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Los lusiadas
Poema publicado el 10 de Noviembre de 2008

       

Fragmento
              

Canto Primero.

Argumento del Canto Primero.

Navegación de los Portugueses por los mares Orientales: celebran los dioses un consejo:      se opone Baco á la navegacion: Vénus y Marte favorecen á los navegantes: llegan á      Mozambique, cuyo gobernador intenta destruirlos: encuentro y primera función de guerra de      los Portugueses contra los gentiles: levan anclas, y pasando por Quiloa, surgen en      Mombaza.

I
Las armas y varones distinguidos,
Que de Occidente y playa Lusitana               
Por mares hasta allí desconocidos,
Pasaron más allá de Taprobana;              
Y en peligros y guerra, más sufridos
De lo que prometia fuerza humana,              
Entre remota gente, edificaron
Nuevo reino, que tanto sublimaron:               

      II
Y también los renombres muy gloriosos
De los Reyes, que fueron dilatando               
El Imperio y la Fé, pueblos odiosos
Del África y del Asia devastando;               
Y aquellos que por hechos valerosos
Más allá de la muerte ván pasando;              
Si el ingenio y el arte me asistieren,
Esparciré por cuantos mundos fueren.               

      III
Callen del sabio Griego, y del Troyano,
Los grandes viajes, conque el mar corrieron;               
No diga de Alejandro y de Trajano
La fama las victorias que obtuvieron;               
Y, pues yo canto el pecho Lusitano,
A quien Neptuno y Marte obedecieron,               
Ceda cuanto la Musa antigua canta,
A valor que más alto se levanta.               

      IV
Vosotras, mis Tajides, que creado
En mí habéis un ingenio, nuevo, ardiente;               
Si siempre, en verso humilde, celebrado
Fue por mí vuestro rio alegremente.,              
Dádme ahora un son noble y levantado,
Un estilo grandílocuo y fluyente,               
Con que de vuestras aguas diga Apolo,
Que no envidian corrientes del Pactolo.              

              V
Dádme una furia grande y sonorosa,
Y no de agreste avena ó flauta ruda:               
Más de trompa canora y belicosa,
Que arde el pecho, y color al rostro muda:               
Canto digno me dad de la famosa
Gente vuestra, á quien Marte tanto ayuda:               
Que se estienda por todo el universo,
Si tan sublime asunto cabe en verso.               

              VI
Y vos, ¡oh bien fundada aseguranza,
De la Luseña libertad antigua,              
Y no menos ciertísima esperanza
De la estension de cristiandad exigua!              
Vos, miedo nuevo de la Máura lanza,
En quien hoy maravilla se atestigua,               
Dada al mundo por Dios, Rey sin segundo,
Para que á Dios gran parte deis del mundo:               

      VII
Vos, tierno y nuevo ramo floreciente
De una planta, de Cristo más amada               
Que otra alguna nacida en Occidente,
Cesárea, ó Cristianísima llamada:               
Mirad el vuestro escudo, que presente
Os muestra la victoria ya pasada,               
En el que os dió, de emblemas por acopio,
Los que en la Cruz tomó para sí propio:               

      VIII
Vos, poderoso Rey, cuyo alto imperio
El primero ve al sol en cuanto nace,               
Y en el medio despues del hemisferio,
Y el último, al morir, saludo le hace:               
Vos, que yugo impondreis y vituperio
Al ginete Ismaelita y duro Trace,              
Y al turco de Asia y bárbaro gentío,
Que el agua bebe aún del sacro rio:              

      IX
Breve inclinad la majestad severa
Que en ese tierno aspecto en vos contemplo,               
Que luce ya, como en la edad entera,
Cuando subiendo ireis al árduo templo;              
Y ora la faz, con vista placentera,
Poned en nos: vereis un nuevo ejemplo              
De amor de patrios hechos valerosos,
Sublimados en versos numerosos.               

              X
Amor vereis de patria, no movido,
De vil premio, mas de alto casi eterno;               
Que no es un premio vil ser conocido
Por voz que suba del mi hogar paterno.               
Oid; vereis el nombre engrandecido
Por los de quienes sois señor superno,               
Y juzgareis lo que es más escelente,
Si ser del mundo Rey, ó de tal gente.               

      XI
Oíd, que no á los vuestros con hazañas
Fantásticas, fingidas, mentirosas,               
Vereis loar, cual hacen las estrañas
Musas, de engrandecerse deseosas:               
Las nuestras, no fingidas, son tamañas,
Que á las soñadas vencen fabulosas,               
Y con Rugiero á Rodamonte infando
Y, aun siendo verdadero, hasta á Rolando.               

      XII
Os daré en su lugar un Nuño fiero,
Que hizo al reino y al Rey alto servicio:               
Un Égas y un Don Fúas; que de Homero,
Para ellos solos el cantar codicio;               
Y por los doce Pares daros quiero,
Los doce de Inglaterra y su Magricio;              
Y os doy, en fin, á aquel insigne Gama,
Que de Eneas también vence la fama.               

      XIII
Y si del Franco Cárlos en balanza,
O de César queréis igual memoria,               
Ved al primer Alfonso, cuya lanza
Oscurece cualquiera estraña gloria:              
Y á aquel que al nuevo reino aseguranza
Dejó, con grande y próspera victoria,               
Y á otro Juan, siempre invicto caballero,
Y al quinto Alfonso, al cuarto y al tercero.               

      XIV
Ni dejarán mis versos olvidados
A aquellos que en los reinos de la Aurora,               
Alzaron, con sus hechos esforzados,
Vuestra bandera, siempre vencedora:               
A un Pacheco glorioso, á los osados
Almeidas, por quien siempre Tajo llora:              
Al terrible Alburquerque y Castro fuerte,
Y otros, con quien poder no halla la muerte.               

      XV
Y hora (que en estos versos os confieso.
Sublime Rey, que no me atrevo á tanto)               
Tomad las riendas del imperio vueso
Y dad materia á nuevo y mayor canto:               
Y empiecen á sentir el duro peso
(Que por el mundo todo cause espanto)               
De ejércitos y hazañas singulares,
De Africa tierras y de Oriente mares.              

      XVI
El Máuro en vos los ojos pone frio,
Viendo allí su suplicio decretado:               
Por vos solo el gentil bárbaro impío
Al yugo muestra el cuello ya inclinado:               
Tétis todo el cerúleo poderío
Para vos tiene, en dote, preparado:               
Que, aficionada al rostro bello y tierno,
Adquiriros desea para yerno.               

      XVII
Míranse en vos, de la eternal morada,
De los avos las dos almas famosas,              
Una en la paz angélica dorada,
Otra en las duras lides sanguinosas;              
En vos hallar esperan renovada
Su memoria y sus obras valerosas;               
Y allá os muestran lugar, como acá ejemplo,
Que abre al mortal de eternidad el templo.               

      XVIII
Mas mientras ese tiempo se dilata
De gobernar los pueblos, que os desean               
Dad á mi atrevimiento ayuda grata,
Para que estos mis versos vuestros sean:               
Y mirad ir cortando el mar de plata
A vuestros argonautas, porque vean               
Que son vistos de vos en mar airado;
Y á ser, acostumbraos, invocado.               

      XIX
Ya por el ancho Oceáno navegaban,
Las inconstantes ondas dividiendo:               
Los vientos blandamente respiraban,
De las náos la hueca lona hinchendo:              
Blanca espuma los mares levantaban,
Que las tajantes proras van rompiendo              
Por la vasta marina, donde cuenta
Proteo su manada turbulenta;               

      XX
Cuando los Dioses del Olimpo hermoso,
Dó está el gobierno de la humana gente,              
Van á verse en consejo majestoso
Sobre futuras cosas del Oriente:               
Del cielo hollando el éter luminoso,
Van, por la Láctea vía juntamente,               
Convocados de parte del Tonante,
Por el nieto gentil del viejo Atlante.               

      XXI
Dejan de siete cielos regimiento,
Que por poder más alto les fué dado;              
Poder que, con el solo pensamiento,
Cielo y tierra gobierna, y mar airado:               
Allí juntos se ven en un momento,
Los que habitan Arturo congelado,               
Los que tienen el Austro y partes donde
La aurora nace, el rojo sol se esconde.               

      XXII
Estaba el padre allí sublime y dino
Que vibra el fiero rayo de Vulcano,               
En asiento de estrellas cristalino,
Con semblante severo y soberano:               
Exhalaba del rostro aire divino,
Que en divino tornára un cuerpo humano,              
Con corona y el cetro rutilante,
De otra piedra más clara que el diamante.               

      XXIII
Más abajo, en asientos tachonados,
De perlas y oro lúcidos, estaban               
Todos los otros dioses asentados,
Según saber y juicio demandaban.              
Los antiguos preceden honorados:
Los menores tras ellos se ordenaban;               
Y aquí Júpiter alto, de este modo
Dijo, y llenó su voz el cielo todo:               

      XXIV
«Eternos moradores del luciente
Estrellífero polo y claro asiento,              
Si del esfuerzo grande de la gente
Lusa no habéis quitado el pensamiento,               
Recordareis que existe permanente,
De los hados escrito anunciamiento;              
Por el que han de olvidarse los humanos
De Asirios, Persas, Griegos y Romanos.               

      XXV
«Ya les fué, bien lo visteis, concedido,
Que un poder, de recursos poco lleno,               
Tomase Máuro fuerte y guarnecido
Todo el suelo que riega el Tajo ameno:               
Y luego le asistió, contra el temido
Castellano, favor alto y sereno:               
Así que siempre, en fin, con fama y gloria,
Victoria consiguió tras de victoria. (...)

                                                                      




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