La intensidad (boceto impresionista)
Poema publicado el 09 de Enero de 2024
Las mañanas de este tipo son un auténtico regalo.
Lugares que se mezclan, visiones repetidas.
Mi madre me manda al supermercado
y también a cobrar un décimo de lotería
que llevaba dos semanas “muerto de risa”.
La Avenida del Acueducto
casi siempre es el punto de partida:
aparece demasiadas veces en los sueños,
y en la infancia era un lugar
eterno y siempre alegre.
La calle San Francisco. Paso por esa librería de viejo
que tanto me gusta
y me llevo una novela de Juan Marsé
y una antología de poetas
románticos franceses.
Siempre he sido un hedonista, y lo seguiré siendo.
Un estímulo, con la adecuada singladura,
obedece a un sistema complejo
y puede marcar las coordenadas
de esa celeste inscripción que canta y vibra. No pararse a pensar
más de la cuenta; no saber
en qué día estamos, sino tratar de
dominar lo enfático del pensamiento.
¿Acaso soy peor persona por escribir una basura de poema?
¿Acaso la luz primaveral
refleja estrictamente el movimiento?
Podríamos considerar que no, mientras la temperatura parece
un reloj de arena, y las estatuas mutiladas
sátiros drogados.
¿Qué demonios debo pensar
para dejar de pensar y poner la música
a mayor volumen,
como una ventana
en la otra mitad del estallido?
Esta sensación es múltiple
porque la he tenido en varios sitios:
una mañana de invierno en Salamanca,
una noche de primavera en el centro de Madrid
o una semana de verano llena de planes en Segovia.
También la he tenido
en un poema de Marianne Moore
y en una canción de Deep Purple.
También en un relato de Gógol
y en el perfume de una chica que pasaba
hasta borrarse de repente. También en el recuerdo
de aquel fin de semana en Santander.
Los turistas se difuminan como pequeñas manchas grises
recortadas contra el cielo azul. La Plaza del Azoguejo
es ahora una inmensa playa de piedra.
¿Por qué no iba a creer en Dios, o al menos
en una energía suprema, si observo este silencio y huelo flores
despiadadamente hermosas? ¿Qué sentido puede tener
una dulce primavera sin notar esa corriente
que crece y es
la línea principal del éxtasis?
Uno se asombra
con lo que ve, con lo que cree, con lo que espera.
Y comprende de algún modo
esa misteriosa recreación de las preguntas.
Para evitar la clemencia
y el sonido de una excesiva intuición
toda la desnudez transcurre
en el marco de un lugar secreto. Ahí podemos
conectar con los aullidos de la mente
y ensuciar los poemas con más lluvia,
aunque no es un buen plan
si desde el fondo la raíz no es contrapeso
de la acción y su futuro. En cambio sí es un buen plan
si engañamos a la muerte. (Apollinaire no tardaría mucho
en crear un poema intenso y largo. W.C. Williams
estaría tramando la psicología de la escena.
Zurbarán estaría
meditando los colores puros y su relación con el fondo).
Pero el lenguaje no se ve. Directamente lo palpamos
al hablar, y retroceden los contornos
de la neblinosa circunstancia.
Al poner la voz en las palabras
o la tinta en el papel
se produce un legítimo combate
con algo que no conocemos,
que en realidad no existe, pero sí.
(Supuestamente los lectores lo sospechan).
Una especie de alquimia, o de
metamorfosis en un terreno
fervorosamente permeable.
Una especie de
representación simbólica
como si fuera un telescopio, un misil
o un megáfono
ardiendo tras el mundo.
Silencio y tiempo son tal para cual.
Y aquí seguimos.
("Interminables")
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Poema publicado el 09 de Enero de 2024
Las mañanas de este tipo son un auténtico regalo.
Lugares que se mezclan, visiones repetidas.
Mi madre me manda al supermercado
y también a cobrar un décimo de lotería
que llevaba dos semanas “muerto de risa”.
La Avenida del Acueducto
casi siempre es el punto de partida:
aparece demasiadas veces en los sueños,
y en la infancia era un lugar
eterno y siempre alegre.
La calle San Francisco. Paso por esa librería de viejo
que tanto me gusta
y me llevo una novela de Juan Marsé
y una antología de poetas
románticos franceses.
Siempre he sido un hedonista, y lo seguiré siendo.
Un estímulo, con la adecuada singladura,
obedece a un sistema complejo
y puede marcar las coordenadas
de esa celeste inscripción que canta y vibra. No pararse a pensar
más de la cuenta; no saber
en qué día estamos, sino tratar de
dominar lo enfático del pensamiento.
¿Acaso soy peor persona por escribir una basura de poema?
¿Acaso la luz primaveral
refleja estrictamente el movimiento?
Podríamos considerar que no, mientras la temperatura parece
un reloj de arena, y las estatuas mutiladas
sátiros drogados.
¿Qué demonios debo pensar
para dejar de pensar y poner la música
a mayor volumen,
como una ventana
en la otra mitad del estallido?
Esta sensación es múltiple
porque la he tenido en varios sitios:
una mañana de invierno en Salamanca,
una noche de primavera en el centro de Madrid
o una semana de verano llena de planes en Segovia.
También la he tenido
en un poema de Marianne Moore
y en una canción de Deep Purple.
También en un relato de Gógol
y en el perfume de una chica que pasaba
hasta borrarse de repente. También en el recuerdo
de aquel fin de semana en Santander.
Los turistas se difuminan como pequeñas manchas grises
recortadas contra el cielo azul. La Plaza del Azoguejo
es ahora una inmensa playa de piedra.
¿Por qué no iba a creer en Dios, o al menos
en una energía suprema, si observo este silencio y huelo flores
despiadadamente hermosas? ¿Qué sentido puede tener
una dulce primavera sin notar esa corriente
que crece y es
la línea principal del éxtasis?
Uno se asombra
con lo que ve, con lo que cree, con lo que espera.
Y comprende de algún modo
esa misteriosa recreación de las preguntas.
Para evitar la clemencia
y el sonido de una excesiva intuición
toda la desnudez transcurre
en el marco de un lugar secreto. Ahí podemos
conectar con los aullidos de la mente
y ensuciar los poemas con más lluvia,
aunque no es un buen plan
si desde el fondo la raíz no es contrapeso
de la acción y su futuro. En cambio sí es un buen plan
si engañamos a la muerte. (Apollinaire no tardaría mucho
en crear un poema intenso y largo. W.C. Williams
estaría tramando la psicología de la escena.
Zurbarán estaría
meditando los colores puros y su relación con el fondo).
Pero el lenguaje no se ve. Directamente lo palpamos
al hablar, y retroceden los contornos
de la neblinosa circunstancia.
Al poner la voz en las palabras
o la tinta en el papel
se produce un legítimo combate
con algo que no conocemos,
que en realidad no existe, pero sí.
(Supuestamente los lectores lo sospechan).
Una especie de alquimia, o de
metamorfosis en un terreno
fervorosamente permeable.
Una especie de
representación simbólica
como si fuera un telescopio, un misil
o un megáfono
ardiendo tras el mundo.
Silencio y tiempo son tal para cual.
Y aquí seguimos.
("Interminables")
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