Proteger la memoria, interpretar el movimiento
Poema publicado el 09 de Enero de 2024
No era nada fácil
escribir otro poema después de tanta lluvia.
Como los faros del coche
en medio de aquella carretera asombrosamente indescifrable,
entre pinos altos y helechos, subiendo a Navacerrada.
Como ese callejón lleno de ratas
donde nadie espera a nadie
y donde hace veinte años
había hasta tres discotecas. (Quién se fija
en eso ahora, quién se sorprende
en su legítima resurrección o pisa
una cucaracha y comprueba
sarcástico que cruje).
O tal vez como ponerse a colgar cuadros
en un museo que no existe.
Las ideas, dijo un humorista, no pagan impuestos.
Los sentimientos tampoco, y menos
en tardes de verano. Tampoco la reinante claridad
mientras avanza el murmullo de los sábados,
como una manera de custodiar el silencio y la memoria
y arrojarlo en la paciencia colectiva.
Suena otra vez ese maldito saxofón
y se oyen nuevas gotas
sobre el velux, repiquetean
abrazando al escritorio, envolviéndolo
en una alegre oscuridad,
generando una corriente,
haciendo del silencio un pequeño teatro
donde piensan un poco los indóciles.
Podría ahora
volver a escuchar esa canción de Blur que tanto me gusta,
pero prefiero
quedarme en esta fría disciplina
para atravesar un espejo como en un río de palabras.
Contemplo la taza de café
y corroboro una vez más
que todo esto es una modesta extensión
de mis ideas flotantes.
Palabras y sonidos, si dejo un coche en marcha
o un saxofón cayendo interminable
el poema no comienza ni concluye,
la historia del relato
oficia su final azul
y aparecen borrosos personajes.
Observo a esa mujer
en la cola de la pescadería: la he visto muchas veces
y siempre va sola. O aquel señor de ochenta años
que compra siempre "El Mundo"
y camina como un fantasma entre fantasmas
y en medio de una extraña luz.
Recordando las fábulas del tiempo
otro ciclo y otro fondo constituyen
una escena tan real como confusa.
Bendita sutileza,
no se le olvide a nadie que, mientras
miramos a los otros, estamos haciendo
un ejercicio de vanidad,
presidiendo la materia intacta,
lo invicto y lo vencido,
los cuerpos fugaces, la sombra
del alma en militante enigma.
Y la sospecha de la acción se queda
brillando sobre el verbo indetenible.
Explicar la circunstancia
no es otra cosa que hacer ruido
sobre el pensamiento;
en realidad se explican solos los colores
y los ángulos de ataque
y las dulces aldeas del silencio.
Leo otro poema del polaco Czeslaw Milosz,
comprendo el diapasón de las ciudades,
su nebulosa tristeza, obstinada
en darme tantas teclas a la vez
para sentir la música e invadir los nuevos mapas,
para palpar la presencia de unos gorriones
como una dilatada geometría
que arde en una suma de triángulos
y la selva financiera se desploma
y los palacios pierden su nivel de mantenimiento.
Así sentimos
una parte del mundo,
valiente y misterioso hijo de puta.
("Interminables", poema 15)
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Poema publicado el 09 de Enero de 2024
No era nada fácil
escribir otro poema después de tanta lluvia.
Como los faros del coche
en medio de aquella carretera asombrosamente indescifrable,
entre pinos altos y helechos, subiendo a Navacerrada.
Como ese callejón lleno de ratas
donde nadie espera a nadie
y donde hace veinte años
había hasta tres discotecas. (Quién se fija
en eso ahora, quién se sorprende
en su legítima resurrección o pisa
una cucaracha y comprueba
sarcástico que cruje).
O tal vez como ponerse a colgar cuadros
en un museo que no existe.
Las ideas, dijo un humorista, no pagan impuestos.
Los sentimientos tampoco, y menos
en tardes de verano. Tampoco la reinante claridad
mientras avanza el murmullo de los sábados,
como una manera de custodiar el silencio y la memoria
y arrojarlo en la paciencia colectiva.
Suena otra vez ese maldito saxofón
y se oyen nuevas gotas
sobre el velux, repiquetean
abrazando al escritorio, envolviéndolo
en una alegre oscuridad,
generando una corriente,
haciendo del silencio un pequeño teatro
donde piensan un poco los indóciles.
Podría ahora
volver a escuchar esa canción de Blur que tanto me gusta,
pero prefiero
quedarme en esta fría disciplina
para atravesar un espejo como en un río de palabras.
Contemplo la taza de café
y corroboro una vez más
que todo esto es una modesta extensión
de mis ideas flotantes.
Palabras y sonidos, si dejo un coche en marcha
o un saxofón cayendo interminable
el poema no comienza ni concluye,
la historia del relato
oficia su final azul
y aparecen borrosos personajes.
Observo a esa mujer
en la cola de la pescadería: la he visto muchas veces
y siempre va sola. O aquel señor de ochenta años
que compra siempre "El Mundo"
y camina como un fantasma entre fantasmas
y en medio de una extraña luz.
Recordando las fábulas del tiempo
otro ciclo y otro fondo constituyen
una escena tan real como confusa.
Bendita sutileza,
no se le olvide a nadie que, mientras
miramos a los otros, estamos haciendo
un ejercicio de vanidad,
presidiendo la materia intacta,
lo invicto y lo vencido,
los cuerpos fugaces, la sombra
del alma en militante enigma.
Y la sospecha de la acción se queda
brillando sobre el verbo indetenible.
Explicar la circunstancia
no es otra cosa que hacer ruido
sobre el pensamiento;
en realidad se explican solos los colores
y los ángulos de ataque
y las dulces aldeas del silencio.
Leo otro poema del polaco Czeslaw Milosz,
comprendo el diapasón de las ciudades,
su nebulosa tristeza, obstinada
en darme tantas teclas a la vez
para sentir la música e invadir los nuevos mapas,
para palpar la presencia de unos gorriones
como una dilatada geometría
que arde en una suma de triángulos
y la selva financiera se desploma
y los palacios pierden su nivel de mantenimiento.
Así sentimos
una parte del mundo,
valiente y misterioso hijo de puta.
("Interminables", poema 15)
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