Una sombra de piedra
Poema publicado el 21 de Septiembre de 2023
Una sombra de piedra cuando menos
interesa. Los espasmos tienen
la costumbre de dejar una huella
en el agua. En la piscina el calor
se torna en algo dulce, en algo que no sienta
mal del todo. Ni a mí ni a los dioses
ni al vacío. Y su ajena desnudez,
pues lo que se ve muestra el reflejo y tensa
la soledad del arco.
Juegan unos niños
y el tiempo parece un guardabosques
con las manos llenas de tierra. La tierra
se puede llenar, la tierra avanza
como un grito. Los guardabosques
se pueden parar a pensar pero no pueden
permitirse perder tiempo. O tal vez extienden el tiempo
en la blancura de la necesidad. O tal vez
mueren en poemas como este, o aparecen y
desaparecen.
La sombra del castaño aumenta
como una tempestad edulcorada.
Y este sonido del cielo, tan sutil, como una radiación que va cubriendo
la anatómica luz del pensamiento.
Los silencios son eficaces
si consiguen describir una órbita
que traiga claridad. Las huellas son
límites improbables o probabilidades
con urgencia fragmentaria.
Los niños siguen jugando y ahora el tiempo
parece una ballena. Veo esos árboles
y el mundo es una latitud sonora,
milenaria.
Yo sigo aquí y escribo. Como un fantasma
que pesa demasiado en su telúrica invisibilidad,
o como un farero
que nadie ve.
Qué queda de todo eso
que ayer se descifraba; de alguna manera
estoy y no estoy y solo el sitio cabe
sobre el fuego. Entre esto y lo otro, la
otredad es un sendero y un disparo
de círculos en pasadizo. Quizá sea
así mejor, y debería suponer
que la voluntad de la estructura
deja huellas a los lados y otros ángulos
de contingente actividad.
Como el taxidermista cuando lleva
la fe de su mirada, una reunión
de pájaros contra la muerte
analiza el silencio consumido
y engendra otra piel.
Al fondo sólo puede estar
la celebración de sentir. Al fondo
niños que juegan y las sombras y recuerdos
de niños que juegan.
La infancia es corta
como un flotador en la piscina.
Y se ha quedado una baraja sola.
Luis Llorente
("Interminables")
23/07/2023
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Poema publicado el 21 de Septiembre de 2023
Una sombra de piedra cuando menos
interesa. Los espasmos tienen
la costumbre de dejar una huella
en el agua. En la piscina el calor
se torna en algo dulce, en algo que no sienta
mal del todo. Ni a mí ni a los dioses
ni al vacío. Y su ajena desnudez,
pues lo que se ve muestra el reflejo y tensa
la soledad del arco.
Juegan unos niños
y el tiempo parece un guardabosques
con las manos llenas de tierra. La tierra
se puede llenar, la tierra avanza
como un grito. Los guardabosques
se pueden parar a pensar pero no pueden
permitirse perder tiempo. O tal vez extienden el tiempo
en la blancura de la necesidad. O tal vez
mueren en poemas como este, o aparecen y
desaparecen.
La sombra del castaño aumenta
como una tempestad edulcorada.
Y este sonido del cielo, tan sutil, como una radiación que va cubriendo
la anatómica luz del pensamiento.
Los silencios son eficaces
si consiguen describir una órbita
que traiga claridad. Las huellas son
límites improbables o probabilidades
con urgencia fragmentaria.
Los niños siguen jugando y ahora el tiempo
parece una ballena. Veo esos árboles
y el mundo es una latitud sonora,
milenaria.
Yo sigo aquí y escribo. Como un fantasma
que pesa demasiado en su telúrica invisibilidad,
o como un farero
que nadie ve.
Qué queda de todo eso
que ayer se descifraba; de alguna manera
estoy y no estoy y solo el sitio cabe
sobre el fuego. Entre esto y lo otro, la
otredad es un sendero y un disparo
de círculos en pasadizo. Quizá sea
así mejor, y debería suponer
que la voluntad de la estructura
deja huellas a los lados y otros ángulos
de contingente actividad.
Como el taxidermista cuando lleva
la fe de su mirada, una reunión
de pájaros contra la muerte
analiza el silencio consumido
y engendra otra piel.
Al fondo sólo puede estar
la celebración de sentir. Al fondo
niños que juegan y las sombras y recuerdos
de niños que juegan.
La infancia es corta
como un flotador en la piscina.
Y se ha quedado una baraja sola.
Luis Llorente
("Interminables")
23/07/2023
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