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ResignaciÓn - Poemas de Manuel Acuña



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ResignaciÓn
Poema publicado el 10 de Noviembre de 2008

¡Sin lágrimas, sin quejas,
sin decirnos adiós, sin un sollozo!
cumplamos hasta lo último... la suerte               
nos trajo aquí con el objeto mismo,
los dos venimos a enterrar el alma               
bajo la losa del escepticismo.

Sin lágrimas... las lágrimas no pueden               
devolver a un cadáver la existencia;
que caigan nuestras flores y que rueden,               
pero al rodar, siquiera que nos queden
seca la vista y firme la conciencia.
              
¡Ya lo ves! para tu alma y para mi alma
los espacios y el mundo están desiertos...               
los dos hemos concluido,
y de tristeza y aflicción cubiertos,
ya no somos al fin sino dos muertos               
que buscan la mortaja del olvido.

Niños y soñadores cuando apenas               
de dejar acabábamos la cuna,
y nuestras vidas al dolor ajenas
se deslizaban dulces y serenas
como el ala de un cisne en la laguna               
cuando la aurora del primer cariño
aún no asomaba a recoger el velo               
que la ignorancia virginal del niño
extiende entre sus párpados y el cielo,               
tu alma como la mía,
en su reloj adelantando la hora
y en sus tinieblas encendiendo el día,               
vieron un panorama que se abría
bajo el beso y la luz de aquella aurora;               
y sintiendo al mirar ese paisaje
las alas de un esfuerzo soberano,               
temprano las abrimos, y temprano
nos trajeron al término del viaje.
              
Le dimos a la tierra
los tintes del amor y de la rosa;
a nuestro huerto nidos y cantares,               
a nuestro cielo pájaros y estrellas;
agotamos las flores del camino               
para formar con ellas
una corona al ángel del destino...
y hoy en medio del triste desacuerdo               
de tanta flor agonizante o muerta,
ya sólo se alza pálida y desierta
la flor envenenada del recuerdo.
              
Del libro de la vida
la que escribimos hoy es la última hoja...               
Cerrémoslo en seguida,
y en el sepulcro de la fe perdida
enterremos también nuestra congoja.
Y ya que el cielo nos concede que este               
de nuestros males el postrero sea,
para que el alma a descansar se apreste,               
aunque la última lágrima nos cueste,
cumplamos hasta el fin con la tarea.
              
Y después cuando al ángel del olvido
hayamos entregado estas cenizas
que guardan el recuerdo adolorido              
de tantas ilusiones hechas trizas
y de tanto placer desvanecido,               
dejemos los espacios y volvamos
a la tranquila vida de la tierra,
ya que la noche del dolor temprana               
se avanza hasta nosotros y nos cierra
los dulces horizontes del mañana.
              
Dejemos los espacios, o si quieres
que hagamos, ensayando nuestro aliento,               
un nuevo viaje a esa región bendita
cuyo sólo recuerdo resucita
al cadáver del alma al sentimiento,               
lancémonos entonces a ese mundo
en donde todo es sombras y vacío,               
hagamos una luna del recuerdo
si el sol de nuestro amor está ya frío;               
volemos, si tu quieres,
al fondo de esas mágicas regiones,
y fingiendo esperanzas e ilusiones,               
rompamos el sepulcro, y levantando
nuestro atrevido y poderoso vuelo,               
formaremos un cielo entre las sombras,
y seremos los duendes de ese cielo.
              




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