Ya que se ha llegado el dÃa...
Poema publicado el 10 de Noviembre de 2008
Ya que se ha llegado el dÃa,
gran rey, de tus alabanzas,
de la humilde musa mÃa
escucha, entre las que alcanzas,
las llorosas que te envÃa;
que, puesto que ya caminas
pisando las perlas finas
de las aulas soberanas,
tal vez palabras humanas
oyen orejas divinas.
¿Por dónde comenzaré
a exagerar tus blasones,
después que te llamaré
padre de las religiones
y defensor de la fe?
Sin duda habré de llamarte
nuevo y pacÃfico Marte,
pues en sosiego venciste
lo más en cuanto quisiste,
y es mucha la menor parte.
Tembló el cita en el oriente,
el bárbaro al mediodÃa,
el luterano al poniente,
y en la tierra siempre frÃa
temió la indómita gente;
Arauco vio tus banderas
vencedoras, y las fieras
ondas del sangriento Egeo
te dieron como en trofeo
las otomanas banderas.
Las virtudes en su punto
en tu pecho se hallaron,
y el poder y el saber junto,
y jamás no te dejaron,
aun casi el cuerpo difunto;
y lo que más tu valor
sube al extremo mayor
es que fuiste, cual se advierte,
bueno en vida, bueno en muerte
y bueno en tu sucesor.
Esta memoria nos dejas,
que es la que el bueno cudicia,
que, amigables y sin quejas,
misericordia y justicia
corrieron en ti parejas,
como la llana humildad
al par de la majestad,
tan sin discrepar un tilde
que fuiste el rey más humilde
y de mayor gravedad.
Quedar las arcas vacÃas,
donde se encerraba el oro
que dicen que recogÃas,
nos muestra que tu tesoro
en el cielo lo escondÃas;
desde ahora en los serenos
ElÃseos campos amenos
para siempre gozarás,
sin poder desear más
ni contentarte con menos.
Poema publicado el 10 de Noviembre de 2008
Ya que se ha llegado el dÃa,
gran rey, de tus alabanzas,
de la humilde musa mÃa
escucha, entre las que alcanzas,
las llorosas que te envÃa;
que, puesto que ya caminas
pisando las perlas finas
de las aulas soberanas,
tal vez palabras humanas
oyen orejas divinas.
¿Por dónde comenzaré
a exagerar tus blasones,
después que te llamaré
padre de las religiones
y defensor de la fe?
Sin duda habré de llamarte
nuevo y pacÃfico Marte,
pues en sosiego venciste
lo más en cuanto quisiste,
y es mucha la menor parte.
Tembló el cita en el oriente,
el bárbaro al mediodÃa,
el luterano al poniente,
y en la tierra siempre frÃa
temió la indómita gente;
Arauco vio tus banderas
vencedoras, y las fieras
ondas del sangriento Egeo
te dieron como en trofeo
las otomanas banderas.
Las virtudes en su punto
en tu pecho se hallaron,
y el poder y el saber junto,
y jamás no te dejaron,
aun casi el cuerpo difunto;
y lo que más tu valor
sube al extremo mayor
es que fuiste, cual se advierte,
bueno en vida, bueno en muerte
y bueno en tu sucesor.
Esta memoria nos dejas,
que es la que el bueno cudicia,
que, amigables y sin quejas,
misericordia y justicia
corrieron en ti parejas,
como la llana humildad
al par de la majestad,
tan sin discrepar un tilde
que fuiste el rey más humilde
y de mayor gravedad.
Quedar las arcas vacÃas,
donde se encerraba el oro
que dicen que recogÃas,
nos muestra que tu tesoro
en el cielo lo escondÃas;
desde ahora en los serenos
ElÃseos campos amenos
para siempre gozarás,
sin poder desear más
ni contentarte con menos.
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Amor
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Poemas de Cumpleaños
Poemas de San ValentÃn o
DÃa de los Enamorados
Poemas del DÃa de la Mujer
Poemas del DÃa de las Madres
Poemas del DÃa de los Padres
Poemas de Navidad
Poemas de Halloween
Infantiles
Perdón
Religiosos
Tristeza y Dolor
Desamor
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