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Tambores y fríos manjares - Poemas de Nik Cornejo



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Tambores y fríos manjares
Poema publicado el 24 de Febrero de 2009

La cornisa se multiplica y el vientre acecha
en un avistamiento cuadrado, se ven las miradas
y acuerdan mostrarse un dia más,
en medio de bosques apabullantes.

La flor amarilla y áspera
sube por el brazo del caminante,
armadura y casco puestos, su agonía
ya es estirpe y su goze legendario.

La suave mandrágora esta vez nocturna,
demuestra habilidades que maravillan al corsario,
quien cual pequeño niñajo fluye fértil
entre sus dibujos de violencia macabra, aún feliz.

Comienza el caminar y deudores se conservan
mediante contadas hazañas, mientras las tempranas horas
no dan recaudo del aniversario glorioso que se cierne,
aunque no visto ni escuchado.

Luego de divisas físicas,
el rojo vertiente y la dorada magia
deslizan esos pies por la bajada magistral,
costeando un lecho de río oscuro y dulce,
en un deslumbramiento atinan a mirar
la oscuridad mas absoluta mediante una marea
en la que los barcos se pierden en tinieblas
y se encuentran las almas más afines.

Siguen bajo torrentes de luces
cursando esa marejada añeja del sentir,
fingiendo ser propios y dustos,
reales opositores de lo dañino
y finos conservadores de sus propios corazones.

Tonto gallardo, no sabe decir ni moverse,
se muestra amigo, y eso obtiene a cambio,
sólo el suave y dulce vislumbramiento
de un caminar ominoso y glorioso.

Enferma el capitán
mediante una tosca y torpe tos de marinero infértil,
recibiendo un sopapo claro y conciso
de parte de tal bella flor color crema,
pero ya sabe de turbulencias.

Se oyen esos tambores de guerra
despues de un pedido sublime y contagioso,
la aguerrida planta se escabulle sin raíces
y sale disparada a bailar esos tonos y truenos.

El pesado conserje de lo oscuro
sale siguiendo esa locura,
tan solo sentado y atónito,
viendo esa maravilla danzarina
quien además de pintar como diosa,
retiene marejadas mediante caderazos y curvas.

Pregunta a una estrella, el zonzo,
si esa noche podra contar con el aporte
de ellas más distantes, disfrutando esa vista
mediante un deseo apabullante.

Tan sólo le faltaría ser poetisa, piensa él,
como calculando lo poco que le falta
a esa piel dorada
para ser perfección.

Distraído de su oración,
el vertor monosílabo
es despertado por una transpirada mañana,
quien lo convence de llenar esos pulmones de alegrías
y esas panzas de pizzas.

Se vuelcan a lo conocido, y se encuentran en mesas cercanas
con que el aniversario antes expuesto es finalmente
presente y fuerte.

No hacen caso al loco pedido de sucios manjares
y convierten obstáculos en oportunidades,
descubriendo un lugar conocido
por esa magnolia que maravilla.

La conoce una vez más, el jodido caballero negro,
a esa flor incipiente de magníficos manjares
y se abre paso entre sus días de rezos al alma
y pinturas de mojadas pinceladas.

Convence a ese hombre niño de conservar esa miniatura
a la que llama esperanza, y conlleva hacia un entender,
en el que sabe que sólo recaudando flores
logrará recompensas mas valiosas e iquebrantables.

Deja pasar a cielos,
y es invitado a tomar helados.
En un devenir propio y suculento
suben la avenida de los viajantes
en busca de esos gustos furiosos.

El mequetrefe virtuoso
infla el pecho y cede,
saca de hombros ese peso inútil
y se muestra manchado y sapo.

De vez en cuando esas miradas vuelven
a cruzarse violentas, entre lenguetazos
y dolores de panza.

Conservan ese instante como único,
quizá prometiendo muchos más, o tan sólo
boicoteando causas funestas.

Salen de un trance amistoso y bonito,
para adentrar en despedida.

Bajo una enorme noche la amarillenta dulcinea,
jazmín doliente y maravillosa entrevera responsabilidades,
pero promete una vez más pasear incauta
con este caído samurai de escudos rayados y maltrechos.

Quien queda sólo,
caminando, deslizando
borcegos diestros
por una calle de negocios tímidos,
y vuelve a casa, por una glorieta,
y esperando insulso,
que un perruno se haga amigo
para acompañar durante cuadras de peso joven
a un pobre madrugador...


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