Poema publicado el 10 de Noviembre de 2008
Amo en ti lo que en otros
hubiera despreciado:
tus pasos algo tardos,
tus pies casi pesados;
tu cabeza inclinada hacia la frente;
tu madurez,
y tu cansancio.
Amo el gesto de tus labios,
tus sonrisas,
trago a trago.
Tu traje también lo amo:
es tu presencia;
sus arrugas son la marca
de tus luchas.
Tus zapatos son un signo de mi espera,
cuando van tristemente hacia tus calles.
¿Por qué tienes
las manos desatadas?
¿Quieres llevar la frente levantada
y estar firme,
y regresar a tu voz
hoy, y mañana,
con la misma palabra
decantada?
Te hallarÃas
inundado de fango,
enturbiadas tus manos,
y los hombros
agobiados de pronto por un peso
acerbo
tan intenso
que te arrastrarÃa encadenado hacia los años
venideros.
Un sabor cáustico de acÃbar
purifica mis labios.
Tengo envenenada la garganta.
GritarÃa con rabia,
tumbarÃa mis puertas, mis techos, mis aldabas,
destruirÃa sin conciencia mi casa y tu casa,
para romper las ataduras
de tu alianza.
Pero serÃa la derrota de lo que vale adentro,
y estarÃas
empequeñecido por ti frente a tus ojos,
débil para la lucha de los odios
no tan grande, no tan fiero, no tan alto,
cuando tu cruz se levante
sobre el altar de tus años.
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