Poema publicado el 10 de Noviembre de 2008
Dios te ampare, mujer, inmaculada y triste como una flor que oliese a hojas caÃdas.
Universo, universo, universo, ave-niña, ilusión más ingenua, más ingenua aún, más ingenua que las cunas azules cuando el sol clarea los pueblos fúnebres, melancólicos.
Tú que pastoreabas las palomas del lugar por cuatro reales...
Filosofando caminas sobre las tumbas del planeta-Winétt.
ReÃste a los tres dÃas de nacer, dulcemente de nacer, porque ya eras madre de lo creado y abuela de los muertos.
Paz, sonora canción nacida de un tajo hecho en la tierra, sin héroes o niños divinos antes de ayer.
Y manas sangre de árbol-árbol con olor a surcos llenos de simiente.
Contigo el pánico florece y las tristezas dan frutos dulces.
E iluminas el camino hacia el hombre distante.
Desengañada te crees y tus dÃas son cuentos para niños.
He aquà que eres máquina de nieve encendida.
Andas por los caminos de la vida y la muerte con el ritmo enorme que fluyen cantando a ciegas los fenómenos, cantando a ciegas los fenómenos, cantando a ciegas los fenómenos.
Yo conozco, siento que tus raÃces cándidas horadaron mi estupor...
Atardeciendo, cuando el farol invernal del crepúsculo alumbra lo melancólico, el porvenir de las tumbas lluviosas e irremediables, la cara absurda del vacÃo, entonces, yo estoy, querida, deshojándote hoja a hoja... hoja a hoja...
Ejemplo de mujer casada, niña de octubre y mariposa, mi corazón se está incendiando a tus pies.
El cataclismo universal de tu agonÃa me tronchará los huesos marchitos y sentiré que moriré llamándote.
Soy tuyo entero, encadéname con sollozos y alimenta con besos golosos al animal feroz que elegiste por amo.
¿ Te gustó este poema? Compártelo: