Oda a una estrella
Poema publicado el 10 de Noviembre de 2008
Asomando a la noche
en la terraza
de un rascacielos altÃsimo y amargo
pude tocar la bóveda nocturna
y en un acto de amor extraordinario
me apoderé de una celeste estrella.
Negra estaba la noche
y yo me deslizaba
por la calle
con la estrella robada en el bolsillo.
De cristal tembloroso
parecÃa
y era
de pronto
como si llevara
un paquete de hielo
o una espada de arcángel en el cinto.
La guardé
temeroso
debajo de la cama
para que no la descubriera nadie,
pero su luz
atravesó
primero
la lana del colchón,
luego
las tejas,
el techo de mi casa.
Incómodos
se hicieron
para mÃ
los más privados menesteres.
Siempre con esa luz
de astral acetileno
que palpitaba como si quisiera
regresar a la noche,
yo no podÃa
preocuparme de todos
mis deberes
y asà fue que olvidé pagar mis cuentas
y me quedé sin pan ni provisiones.
Mientras tanto, en la calle,
se amotinaban
transeúntes, mundanos
vendedores
atraÃdos sin duda
por el fulgor insólito
que veÃan salir de mi ventana.
Entonces
recogÃ
otra vez mi estrella,
con cuidado
la envolvà en mi pañuelo
y enmascarado entre la muchedumbre
pude pasar sin ser reconocido.
Me dirigà al oeste,
al rÃo Verde,
que allà bajo los sauces
es sereno.
Tomé la estrella de la noche frÃa
y suavemente
la eché sobre las aguas.
Y no me sorprendió
que se alejara
como un pez insoluble
moviendo
en la noche del rÃo
su cuerpo de diamante.
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Poema publicado el 10 de Noviembre de 2008
Asomando a la noche
en la terraza
de un rascacielos altÃsimo y amargo
pude tocar la bóveda nocturna
y en un acto de amor extraordinario
me apoderé de una celeste estrella.
Negra estaba la noche
y yo me deslizaba
por la calle
con la estrella robada en el bolsillo.
De cristal tembloroso
parecÃa
y era
de pronto
como si llevara
un paquete de hielo
o una espada de arcángel en el cinto.
La guardé
temeroso
debajo de la cama
para que no la descubriera nadie,
pero su luz
atravesó
primero
la lana del colchón,
luego
las tejas,
el techo de mi casa.
Incómodos
se hicieron
para mÃ
los más privados menesteres.
Siempre con esa luz
de astral acetileno
que palpitaba como si quisiera
regresar a la noche,
yo no podÃa
preocuparme de todos
mis deberes
y asà fue que olvidé pagar mis cuentas
y me quedé sin pan ni provisiones.
Mientras tanto, en la calle,
se amotinaban
transeúntes, mundanos
vendedores
atraÃdos sin duda
por el fulgor insólito
que veÃan salir de mi ventana.
Entonces
recogÃ
otra vez mi estrella,
con cuidado
la envolvà en mi pañuelo
y enmascarado entre la muchedumbre
pude pasar sin ser reconocido.
Me dirigà al oeste,
al rÃo Verde,
que allà bajo los sauces
es sereno.
Tomé la estrella de la noche frÃa
y suavemente
la eché sobre las aguas.
Y no me sorprendió
que se alejara
como un pez insoluble
moviendo
en la noche del rÃo
su cuerpo de diamante.
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