Poema publicado el 10 de Noviembre de 2008
Turbome como a un niño
tu cita telefónica.
Una hora antes dije
que nadie me entrarÃa
al cuarto, donde todas
las luces extinguÃa
para esperarte a oscuras.
Zumbábanme las sienes.
Dudaba si en la sombra
cargada de promesas
fragantes de tu voz
quizás no sentirÃa
el soplo de tu aliento...
De pronto el llamamiento.
Yo creo que mi pulso
se detuvo un momento.
Hablaste. Yo te oÃa.
Las voces que dijiste
venÃan de otro mundo.
De un sólo único impulso
tu pobre voz debÃa
saltar colinas, llanos
ciudades, campos, selvas,
correr por las riberas
de rÃos y a lo largo
de rutas y de sendas.
Por eso me llegaba
tu voz disminuida,
tan tenue y tan cambiada
que quien me conversaba
aquà en el aposento
ya no era tu persona,
más bien era una sombra,
fantasma de tu voz.
DÃjeme antes, amada,
que yo te sentirÃa
en mà como inclinada
sobre mi boca ardiente
y que si no presente
al menos te hallarÃa
mil veces acercada.
Asà no fue; al contrario,
se me hizo ese instante
más largo. La distancia
crecÃa inmensamente.
Y luego, de repente,
surgiste al fin de ese hilo
engañador, más lejos,
horriblemente lejos,
y me encontré delante
del aparato, triste,
más lúgubre e intranquilo,
más solitario que antes.
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