Carta a mi madre
Poema publicado el 02 de Abril de 2012
Madre, hoy de lejos te pienso
y escarbo en mis recuerdos tu imagen,
tu risa, tu voz y toda tu natura,
aparecen en mi mente, brillando con dulzura,
latiendo suavemente, alegrando mis latidos,
entristeciendo mi mirada y arrancándome del alma,
más de una sonrisa, más de un suspiro.
Madre, no podrían nunca mis palabras,
describir lo que hoy yo siento,
pues las frases se mueren en el viento
y el sentir queda en las entrañas.
Entonces, madre,
miro a través de la ventana
y veo cerros, sólo cerros,
algunas plantas y, la brisa,
canta sólo canciones extrañas,
esta melodía es diferente,
la desconozco totalmente
y sólo me hace extrañar más, mi brisa mañanera.
Bullicio, estruendosos ruidos,
mas, en mí, el silencio,
porque mis oídos, han quedado ajenos.
Las plantas, silenciosas compañeras,
amigas nuevas que yacen mudas,
mientras la brisa canta sus baladas,
mientras el tiempo pasa,
a veces lento, a veces raudo,
mientras el frío llena el lugar…
mis ojos fijos en la nada,
mis ojos miran más allá
del horizonte del ayer, algunas veces,
y otras, del mañana.
Sí, el frío azota y las plantas tiritan.
Tarde fría, de un frío día
y la soledad en el silencio se agita,
se respira el silencio y la paz;
paz sin alegría.
Sabes, madre,
la soledad canta entre el bullicio,
entre el mar de gente que viene y va,
y la tristeza en mis ojos,
que mirando al vacío,
en la nada se pierden,
mientras oye al recuerdo cantar.
Frente a mí, se mueve un mundo ajeno,
pasos sin rostros van,
golpeando el suelo presurosos,
como tratando de olvidar
lo que van dejando atrás.
Y zigzagueante mi mirada,
que mirando nada,
en mis pupilas te hace brillar
y la sonrisa aflora,
de forma misteriosa, aflora,
no sé cómo; pero allí está…
Y aquí, madre,
el viento entona sus baladas,
son hermosas y dulces;
pero no las puedo cantar,
pues, son para mí desconocidas,
entonces, sólo las oigo
y en mi alma las ahogo,
para ver si así me logro calmar…
A veces, madre,
la incontrolable sensación de soledad cubre mi alma,
vacío enorme que las conversas no pueden llenar.
Ninguna broma a mi risa llama.
Aunque, yo hable, preferiría mil veces callar.
Sólo el pasado llena mis horas,
sólo el recuerdo me hace alegrar,
aunque, a veces, mi corazón llora,
cuando el recuerdo me llega a tocar.
Siempre mis ojos, que miran la nada,
dejan que mi mente sea quien vea.
Si alguna vez, aquí, brilló mi mirada,
fuel el falso brillo que el consuelo crea,
para ocultar mi honda pena,
para endulzar mi faz helada.
Las palomas cantan y sus cantos entristecen.
Silba el viento, que pasa tímidamente.
Alguien habla, algunos cantan y, sólo a veces,
también yo canto, para que descanse la mente.
Y así, madre,
en la soledad de mi cuarto, callo y pienso.
Me muerdo los labios y ahogo en el silencio,
el grito desesperado que diera el alma,
al sentir ausencia, al quedar en calma.
Y a la ventana me acerco y observo,
y descubro un horizonte diferente,
no hay allí, más que un mundo acerbo,
un tiempo raudo que ahoga el presente.
Y todo esto, madre,
me hace extrañarte más y más
y extrañar también mi horizonte verde,
en donde, en cada ocaso, muere el sol,
allí, donde la luz se esconde,
allí donde la alegría encontraba mi corazón.
Se extraña el olor a selva,
con sus cantos, con sus gritos,
con sus lluvias y sus truenos,
su calor (abrigo eterno)
su color primaveral
y su sabor a libertad.
Y extraño, entre otras cosas,
voces que amo,
risas que ansío volver a escuchar
.
Sólo espero, madre,
un día, volver a casa.
Volver para quedarme,
volver para abrazarte
y dormirme al son de tus latidos,
como cuando niño,
bajo la luz de una luna llena,
al ritmo de las horas,
de una noche buena.
Sumirme en el sueño profundo,
dormir apagando las velas…
dejar un momento este mundo.
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Poema publicado el 02 de Abril de 2012
Madre, hoy de lejos te pienso
y escarbo en mis recuerdos tu imagen,
tu risa, tu voz y toda tu natura,
aparecen en mi mente, brillando con dulzura,
latiendo suavemente, alegrando mis latidos,
entristeciendo mi mirada y arrancándome del alma,
más de una sonrisa, más de un suspiro.
Madre, no podrían nunca mis palabras,
describir lo que hoy yo siento,
pues las frases se mueren en el viento
y el sentir queda en las entrañas.
Entonces, madre,
miro a través de la ventana
y veo cerros, sólo cerros,
algunas plantas y, la brisa,
canta sólo canciones extrañas,
esta melodía es diferente,
la desconozco totalmente
y sólo me hace extrañar más, mi brisa mañanera.
Bullicio, estruendosos ruidos,
mas, en mí, el silencio,
porque mis oídos, han quedado ajenos.
Las plantas, silenciosas compañeras,
amigas nuevas que yacen mudas,
mientras la brisa canta sus baladas,
mientras el tiempo pasa,
a veces lento, a veces raudo,
mientras el frío llena el lugar…
mis ojos fijos en la nada,
mis ojos miran más allá
del horizonte del ayer, algunas veces,
y otras, del mañana.
Sí, el frío azota y las plantas tiritan.
Tarde fría, de un frío día
y la soledad en el silencio se agita,
se respira el silencio y la paz;
paz sin alegría.
Sabes, madre,
la soledad canta entre el bullicio,
entre el mar de gente que viene y va,
y la tristeza en mis ojos,
que mirando al vacío,
en la nada se pierden,
mientras oye al recuerdo cantar.
Frente a mí, se mueve un mundo ajeno,
pasos sin rostros van,
golpeando el suelo presurosos,
como tratando de olvidar
lo que van dejando atrás.
Y zigzagueante mi mirada,
que mirando nada,
en mis pupilas te hace brillar
y la sonrisa aflora,
de forma misteriosa, aflora,
no sé cómo; pero allí está…
Y aquí, madre,
el viento entona sus baladas,
son hermosas y dulces;
pero no las puedo cantar,
pues, son para mí desconocidas,
entonces, sólo las oigo
y en mi alma las ahogo,
para ver si así me logro calmar…
A veces, madre,
la incontrolable sensación de soledad cubre mi alma,
vacío enorme que las conversas no pueden llenar.
Ninguna broma a mi risa llama.
Aunque, yo hable, preferiría mil veces callar.
Sólo el pasado llena mis horas,
sólo el recuerdo me hace alegrar,
aunque, a veces, mi corazón llora,
cuando el recuerdo me llega a tocar.
Siempre mis ojos, que miran la nada,
dejan que mi mente sea quien vea.
Si alguna vez, aquí, brilló mi mirada,
fuel el falso brillo que el consuelo crea,
para ocultar mi honda pena,
para endulzar mi faz helada.
Las palomas cantan y sus cantos entristecen.
Silba el viento, que pasa tímidamente.
Alguien habla, algunos cantan y, sólo a veces,
también yo canto, para que descanse la mente.
Y así, madre,
en la soledad de mi cuarto, callo y pienso.
Me muerdo los labios y ahogo en el silencio,
el grito desesperado que diera el alma,
al sentir ausencia, al quedar en calma.
Y a la ventana me acerco y observo,
y descubro un horizonte diferente,
no hay allí, más que un mundo acerbo,
un tiempo raudo que ahoga el presente.
Y todo esto, madre,
me hace extrañarte más y más
y extrañar también mi horizonte verde,
en donde, en cada ocaso, muere el sol,
allí, donde la luz se esconde,
allí donde la alegría encontraba mi corazón.
Se extraña el olor a selva,
con sus cantos, con sus gritos,
con sus lluvias y sus truenos,
su calor (abrigo eterno)
su color primaveral
y su sabor a libertad.
Y extraño, entre otras cosas,
voces que amo,
risas que ansío volver a escuchar
.
Sólo espero, madre,
un día, volver a casa.
Volver para quedarme,
volver para abrazarte
y dormirme al son de tus latidos,
como cuando niño,
bajo la luz de una luna llena,
al ritmo de las horas,
de una noche buena.
Sumirme en el sueño profundo,
dormir apagando las velas…
dejar un momento este mundo.
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