Poema publicado el 10 de Noviembre de 2008
1
Fue tu voluntad hacerme infinito. Este frágil vaso mÃo tú lo derramas una y otra vez, y lo vuelves a llenar con nueva vida.
Tú has llevado por valles y colinas esta flautilla de caña, y has silbado en ella melodÃas eternamente nuevas.
Al contacto inmortal de tus manos, mi corazoncito se dilata sin fin en la alegrÃa, y da vida a la expresión inefable.
Tu dádiva infinita sólo puedo recogerla con estas pobres manitos mÃas. Y pasan los siglos, y tú sigues derramando, y siempre hay en ellas sitio que llenar.
2
Cuando tú me mandas que cante, mi corazón parece que va a romperse de orgullo. Te miro y me echo a llorar.
Todo lo duro y agrio de mi vida se me derrite en no sé qué dulce melodÃa, y mi adoración tiende sus alas, alegre como un pájaro que va pasando la mar.
Sé que tú complaces en mi canto, que sólo vengo a ti como cantor. Y con el fleco del ala inmensamente abierta de mi canto, toco tus pies, que nunca pude creer que alcanzarÃa.
Y canto, y el canto me emborracha, y olvido quien soy, y te llamo amigo, a ti que eres mi señor.
3
¿Cómo cantas Tú, Señor? ¡Siempre te escucho mudo de asombro!
La luz de tu música ilumina el mundo, su aliento va de cielo a cielo, su raudal santo vence todos los pedregales y sigue, en un torbellino, adelante.
Mi corazón anhela ser uno con tu canto, pero en vano busca su voz. Quiero hablar, pero mi palabra no se abre en melodÃa; y grito vencido. ¡Ay, cómo envuelves mi corazón en el enredo infinito de tu música, Señor!
4
Quiere tener mi cuerpo siempre puro, vida de mi vida, que has dejado tu huella viva sobre mÃ.
Siempre voy a tener mi pensamiento libre de falsÃa, pues tú eres la verdad que ha encendido la luz de la razón en mi frente.
Voy a guardar mi corazón de todo mal, y a tener siempre mi amor en flor, pues que tú estás sentado en el sagrario más Ãntimo de mi alma.
Y será mi afán revelarte en mis acciones, pues que sé que tú eres la raÃz que fortalece mi trabajo.
5
Sé indulgente conmigo un momento, y déjame sentarme a tu lado, que luego terminaré lo que estoy haciendo.
Mi corazón, si no te ve, no tiene sosiego, y mi trabajo es como un afán infinito en un fatigoso mar sin playas.
El verano ha venido hoy a mi ventana, zumbando y suspirando, y han venido las abejas, trovadores en la corte del bosque florecido.
Es el tiempo de sentarse quieto frente a ti, el tiempo de cantarte, en un ocio mudo y rebosante, la ofrenda de mi vida.
6
Anda, no esperes más; toma esta florcita, no se mustie y se deshoje.
Quizás no tengas sitio para ella en tu guirnalda; pero hónrala, lastimándola con tu mano, y arráncala, no sea que se acabe el dÃa sin que yo me dé cuenta; y se pase el tiempo de la ofrenda.
Aunque su color sea tan pobre, y tan poco su olor, ¡anda, ten esta flor para ti, arráncala ahora que es tiempo!
7
Mi canción, sin el orgullo de su traje, se ha quitado sus galas para ti. Porque ellas estorbarÃan nuestra unión, y su campanilleo ahogarÃa nuestros suspiros.
Mi vanidad de poeta muere de vergüenza ante ti, Señor, poeta mÃo. Aquà me tienes sentado a tus pies. Déjame sólo hacer recta mi vida y sencilla, como una flauta de caña, para que tú la llenes de música.
8
El niño vestido de prÃncipe, colgado de ricas cadenas, pierde el gusto de su juego, porque su atavÃo le estorba a cada paso.
Por temor a rozarse o a empolvarse, se aparta del mundo, y no se atreve ni siquiera a moverse.
Madre, ¿gana él algo con ser esclavo de ese lujo que le aparta del polvo saludable de la tierra, que le roba el derecho de entrar en la gran fiesta de la vida de todos los hombres?
9
¡Necio, que intentas llevarte sobre tus propios hombros! ¡Pordiosero, que vienes a pedir a tu propia puerta!
Deja todas las cargas en las manos de aquel que puede con todo, y nunca mires atrás nostálgico.
Tu deseo apaga al punto la lámpara que toca con su aliento. ¡No tomes sus dádivas malsanas con manos impuras! ¡Recoge sólo lo que te ofrece el amor sagrado!
10
Tienes tu escabel, y tus pies descansan, entre los más pobres, los más humildes y perdidos.
Quiero inclinarme ante ti, pero mi postración no llega nunca a la cima donde tus pies descansan entre los más pobres, los más humildes y perdidos.
El orgullo no puede acercarse a ti, que caminas, con la ropa de los miserables, entre los más pobres, los más humildes y perdidos.
Mi corazón no sabe encontrar su senda, la senda de los solitarios, por donde tú vas entre los más pobres, los más humildes y perdidos.
11
Deja ya esa salmodia, ese canturreo, ese pasar y repasar rosarios. ¿A quién adoras, di, en ese oscuro rincón solitario del templo cerrado? ¡Abre tus ojos, y ve tu Dios no está ante ti!
Dios está donde el labrador cava la tierra dura, donde el picapedrero pica la piedra; está con ellos, en el sol y en la lluvia, lleno de polvo el vestido. ¡QuÃtate ese manto sagrado y baja con tu Dios al terruño polvoriento!
¿Libertad? ¿Donde quieres encontrar libertad? ¿No se ha atado él mismo, lleno de alegrÃa a la Creación? ¡SÃ, él está atado a nosotros todos para siempre!
¡Sal ya de tu éxtasis, déjate ya de flores y de incienso! ¿Qué importa que tus ropas se manchen o se andrajen? ¡Ve a su encuentro, ponte a su lado, y trabaja, y que sude tu frente!
12
¡Cuánto tiempo dura mi viaje, y qué largo es mi camino!
Salà en la carroza del primer albor, y caminé a través de los desiertos de los mundos, dejando mi rastro por las estrellas infinitas.
La ruta más larga es la que sale más pronto a ti, y la más complicada enseñanza no lleva sino a la perfecta sencillez de una melodÃa.
El viajero tiene que llamar, una tras otra, a todas las puertas extrañas para llegar a la suya; ha de vagar por todos los mundos de afuera, si quiere llegar al fin a su santuario interior.
Mis ojos erraron por todos los confines antes de que yo los cerrara diciendo: "Aquà estás". Y el grito y la pregunta: "¡Ay!, ¿dónde?", se derriten en las lágrimas de mil raudales y ahogan el mundo con el desbordamiento de su "¡Yo soy!".
13
La canción que yo vine a cantar, no ha sido aún cantada.
Mis dÃas se me han ido afinando las cuerdas de mi arpa; pero no he hallado el tono justo, y las palabras no venÃan bien. ¡Sólo la agonÃa del afán en mi corazón!
Aún no ha abierto la flor, sólo suspira el viento.
No he visto su cara, ni he oÃdo su voz; sólo oà sus pasos blandos, desde mi casa, por el camino.
Todo el dÃa interminable de mi vida me lo he pasado tendiendo en el suelo mi estera para él; pero no encendà la lámpara, y no puedo decirle que entre.
Vivo con la esperanza de encontrarlo; pero ¿cuándo lo encontraré?
14
Mis deseos son infinitos, lastimeros mis clamores; pero tú me salvas siempre con tu dura negativa. Y esta recta merced ha traspasado de parte a parte mi vida.
DÃa tras dÃa me haces digno de los dones grandes y sencillos que me diste sin yo pedÃrtelos, el cielo y la luz, mi cuerpo, mi vida y mi entendimiento; y me has salvado, dÃa tras dÃa, del escollo de los deseos violentos.
A veces me retardo lánguido, a veces me despierto y me desvivo en busca de mi fin; pero tú, cruel, te escondes de mÃ.
DÃa tras dÃa, a fuerza de rehusarme, de librarme de los peligros del deseo débil y vago, me estás haciendo digno de ser tuyo del todo.
15
Estoy aquà para cantarte. Mi rinconcito está en este salón tuyo.
Nada tengo que hacer en este mundo tuyo; mi vida inútil no sabe más que saltar en melodÃas sin razón. Cuando en el oscuro templo de la medianoche dé la hora de adorarte en silencio, ¡mándame que te venga a cantar, maestro mÃo!
Cuando el arpa de oro esté afinada en el aire matutino, ¡hónrame tú ordenando mi presencia!
16
Fui invitado a la fiesta de este mundo, y asà mi vida fue bendita. Mis ojos han visto, y oyeron mis oÃdos.
Mi parte en la fiesta fue tocar este instrumento; y he hecho lo que pude.
Y ahora te pregunto: ¿no es tiempo todavÃa de que yo pueda entrar, y ver tu cara, y ofrecerte mi saludo silencioso?
17
Sólo espero al amor para entregarme al fin en sus manos. Por eso es tan tarde, por eso soy culpable de tantas distracciones.
Vienen todos, con leyes y mandatos, a atarme a la fuerza; pero yo me escapo siempre, porque sólo espero al amor para entregarme, al fin, en sus manos.
Me culpan, me llaman atolondrado. Sin duda tienen razón.
Terminó el dÃa de feria, y todos los tratos están ya hechos. Y los que vinieron en vano a llamarme, se han vuelto, coléricos. Sólo espero al amor para entregarme al fin en sus manos.
18
Las nubes se amontonan sobre las nubes, y oscurece. ¡Ay, amor! ¿por qué me dejas esperarte, solo en tu puerta?
En el afán del mediodÃa, la multitud me acompaña; pero en esta oscuridad solitaria, no tengo más que tu esperanza.
Si no me enseñas tu cara, si me dejas del todo en este abandono, ¿cómo voy a pasar estas largas horas lluviosas?
Miro la lejana oscuridad del cielo, y mi corazón vaga gimiendo con el viento sin descanso.
19
Si no hablas, llenaré mi corazón de tu silencio, y lo tendré conmigo. Y esperaré, quieto, como la noche en su desvelo estrellado, hundida pacientemente mi cabeza.
Vendrá sin duda la mañana. Se desvanecerá la sombra, y tu voz se derramará por todo el cielo, en arroyos de oro.
Y tus palabras volarán, cantando, de cada uno de mis nidos de pájaros, y tus melodÃas estallarán en flores, por todas mis profusas enramadas.
20
Aquel dÃa en que abrió el loto, mi pensamiento andaba vagabundo, y no supe que florecÃa. Mi canasto estaba vacÃo, y no vi la flor.
Sólo de vez en cuando, no sé qué tristeza caÃa sobre mÃ; y me levantaba sobresaltado de mi sueño, y olÃa un rastro dulce de una extraña fragancia que erraba en el viento del sur.
Su vaga ternura traspasaba de dolor nostálgico mi corazón. Me parecÃa que era el aliento vehemente del verano que anhelaba completarse.
¡Yo no sabÃa entonces que el loto estaba tan cerca de mÃ, que era mÃo, que su dulzura perfecta habÃa florecido en el fondo de mi propio corazón!
21
¿Cuándo echaré mi barca a la mar? Las horas lánguidas se me pasan en la orilla ¡ay!
La primavera acabó de florecer y se ha ido. Y cargado de vanas flores marchitas, espero y tardo.
Se han puesto las olas clamorosas, y en la vereda en sombra de la orilla, las hojas amarillas aletean y caen.
¿Qué miras, di, en el vacÃo? ¿No sientes estremecerse el aire de una canción lejana que viene, flotando, de la otra orilla?
22
En la profunda oscuridad de julio lluvioso, tú vas caminando en secreto, mudo como la noche, evitando a los que te vigilan.
Hoy, la mañana ha cerrado sus ojos, sin hacer caso de la insistente llamada del huracán del este, y un espeso manto ha caÃdo sobre el azul siempre alerta del cielo.
Los bosques han dejado de cantar, las puertas de las casas están todas cerradas. Tú eres el transeúnte solitario de la calle desierta.
¡Unico amigo mÃo, mi más amado amigo; mira abiertas las puertas de mi casa; no pases de largo como un sueño!
23
¿Has salido, esta noche de tormenta, en tu viaje de amor, amigo mÃo?
-El cielo se queja como un desesperado-. ¡No puedo dormir! Abro mi puerta a cada instante, y miro a la oscuridad, mas nada veo. Amigo mÃo, ¿dónde está tu camino, di?
¿Por qué vaga ribera de qué rÃo de tinta, por qué lejano seto de qué imponente floresta, a través de qué intrincada profundidad oscura vienes trenzando tu ruta hacia mÃ, amigo mÃo?
24
Si se ha acabado el dÃa, si ya no cantan los pájaros, si el viento rendido ha flojeado, cúbreme bien con el manto de la sombra, como has cerrado tiernamente las hojas del loto desfallecido en el crepúsculo.
¡QuÃtale la vergüenza y la pobreza al caminante que ha vaciado su alforja antes de acabar el viaje, que tiene roto y empolvado su vestido, cuya fuerza está exhausta; renueva su vida, como una flor, bajo el manto de la noche misericordiosa!
25
En la noche fatigada, déjame entregarme sin lucha al sueño, con mi confianza en ti.
¡No consientas que fuerce mi espÃritu flojo a una pobre preparación para adorarte!
¿Acaso no eres tú quien corre el velo de la noche sobre los ojos rendidos del dÃa, para renovar su sentido con la refrescada alegrÃa del despertar?
26
Vino, y se sentó a mi lado; pero yo no desperté. ¡Maldito sueño aquél, ay!
Vino en la noche tranquila. TraÃa el arpa en sus manos, y mis sueños resonaron con sus melodÃas.
¡Ay!, ¿por qué se van asà mis noches? ¿Por qué no lo veo nunca cuando su aliento está rozando mi sueño?
27
¡Luz! ¿Dónde está la luz? ¡Enciéndela, ardor brillante del deseo!
Aquà está la lámpara, pero ¿y el aleteo de la llama? ¿Es éste tu destino, corazón? ¡Ay, cuánto mejor fuera la muerte!
La miseria llama a tu puerta, y te dice que tu señor está desvelado, que te llama en cita de amor, entre la sombra de la noche.
Los nubarrones cubren el cielo, la lluvia no para. ¡No sé qué es esto que se mueve en mÃ, no sé qué quiere decir esto que siento!
El resplandor momentáneo del relámpago me arrolla una sombra más profunda sobre los ojos. Mi corazón busca a ciegas por el camino que va adonde la música de la noche me está llamando.
¡Luz! ¡Ay!, ¿dónde está la luz? ¡Enciéndela, ardor brillante del deseo!
-Truena, y el viento se abalanza clamoroso, y la noche está negra como la pizarra.
-¡No dejes que pasen las horas en la sombra! ¡Enciende la lámpara del amor con tu vida!
28
Firmes son mis ataduras; pero mi corazón me duele si trato de romperlas.
No deseo más que libertad; peor me da vergüenza su esperanza.
Sé bien qué tesoro inapreciable es el tuyo, que tú eres mi mejor amigo; pero no tengo corazón para barrer el oropel que llena mi casa.
De polvo y muerte es el sudario que me cubre. ¡Qué odio le tengo! Y, sin embargo, lo abrazo enamorado.
Mis deudas son grandes, infinitos mis fracasos, secreta mi vergüenza y dura. Pero cuando vengo a pedir mi bien, tiemblo temeroso, no vaya a ser oÃda mi oración.
29
Estoy llorando, encerrado en la mazmorra de mi nombre. DÃa tras dÃa, levanto, sin descanso, este muro a mi alrededor; y a medida que sube al cielo, se me esconde mi ser verdadero en la sombra oscura.
Este hermoso muro es mi orgullo, y lo enluzco con cal y arena, no vaya a quedar el más leve resquicio. Y con tanto y tanto cuidado, pierdo de vista mi verdadero ser.
30
Salà solo a mi cita. ¿Quién es ese que me sigue en la oscuridad silenciosa?
Me echo a un lado para que pase, pero no pasa.
Su marcha jactanciosa levanta el polvo, su voz recia duplica mi palabra.
¡Señor, es mi pobre yo miserable! Nada le importa a él de nada; pero ¡qué vergüenza la mÃa de venir con él a tu puerta!
31
"Prisionero, ¿quién te encadenó?".
"Mi Señor", dijo el prisionero. "Yo creà asombrar al mundo con mi poder y mi riqueza, y amontoné en mis cofres dinero que era de mi Rey. Cuando me venció el sueño, me eché sobre el lecho de mi Señor. Y al despertar, me encontré preso en mi propio tesoro."
"Prisionero, ¿quién forjó esta cadena inseparable?"
Dijo el prisionero: "Yo mismo la forjé cuidadosamente. Pensé cautivar al mundo con mi poder invencible; que me dejara en no turbada libertad. Y trabajé, dÃa y noche, en mi cadena, con fuego enorme y duro golpe. Cuando terminé el último eslabón, vi que ella me tenÃa agarrado."
32
Los que me aman en este mundo, hacen todo cuanto pueden por retenerme; pero tú no eres asà en tu amor, que es más grande que ninguno, y me tienes libre.
Nunca se atreven a dejarme solo, no los olvide; pero pasan y pasan los dÃas, y tú no te dejas ver.
Y aunque no te llame en mis oraciones, aunque no te tenga en mi corazón, tu amor siempre espera a mi amor.
33
Entraron en mi casa con alba, diciendo: "Cabremos bien en el cuarto más pequeño".
DecÃan: "Te ayudaremos en el culto de tu Dios, y nuestra humildad tendrá de sobra con la parte de gracia que le toque". Y se sentaron en un rincón, y estaban quietos y sumisos.
¡Pero en la oscuridad de la noche sentà que forzaban la entrada de mi santuario, fuertes e iracundos; que se llevaban, con codicia impÃa, las ofrendas del altar de Dios!
34
Que sólo quede de mÃ, Señor, aquel poquito con que pueda llamarte mi todo.
Que sólo quede de mi voluntad aquel poquito con que pueda sentirte en todas partes, volver a ti en cada cosa, ofrecerte mi amor en cada instante.
Que sólo quede de mà aquel poquito con que nunca pueda esconderte.
Que sólo quede de mis cadenas aquel poquito que me sujete a tu deseo, aquel poquito con que llevo a cabo tu propósito en mi vida; la cadena de tu amor.
35
Permite, Padre, que mi patria se despierte en ese cielo donde nada teme el
alma, y se lleva erguida la cabeza; donde el saber es libre; donde no está roto el mundo en pedazos por las paredes caseras; donde la palabra surte de las honduras de la verdad; donde el luchar infatigable tiende sus brazos a la perfección; donde la clara fuente de la razón no se ha perdido en el triste arenal desierto de la yerta costumbre; donde el entendimiento va contigo a acciones e ideales ascendentes...
¡Permite, Padre mÃo, que mi patria se despierte en ese cielo de libertad!
36
Mi oración, Dios mÃo, es ésta:
Hiere, hiere la raÃz de la miseria en mi corazón.
Dame fuerza para llevar ligero mis alegrÃas y mis pesares.
Dame fuerza para que mi amor dé frutos útiles.
Dame fuerza para no renegar nunca del pobre, ni doblar mi rodilla al poder del insolente.
Dame fuerza para levantar mi pensamiento sobre la pequeñez cotidiana.
Dame, en fin, fuerza para rendir mi fuerza, enamorado, a tu voluntad.
37
Creà que mi último viaje tocaba ya a su fin, gastado todo mi poder; que mi sendero estaba ya cerrado, que habÃa ya consumido todas mis provisiones, que era el momento de guarecerme en la silenciosa oscuridad.
Pero he visto que tu voluntad no se acaba nunca en mÃ. Y cuando las palabras viejas se caen secas de mi lengua, nuevas melodÃas estallan en mi corazón; y donde las veredas antiguas se borran, aparece otra tierra maravillosa.
38
¡Te necesito a ti, sólo a ti! Deja que lo repita sin cansarse mi corazón. Los demás deseos que dÃa y noche me embargan, son falsos y vanos hasta sus entrañas.
Como la noche esconde en su oscuridad la súplica de la luz, en la oscuridad de mi inconsciencia resuena este grito: ¡Te necesito a ti, sólo a ti!
Como la tormenta está buscando paz cuando golpea la paz con su poderÃo, asà mi rebelión golpea contra tu amor y grita: ¡Te necesito a ti, sólo a ti!
39
Cuando esté duro mi corazón y reseco, baja a mà como un chubasco de misericordia.
Cuando la gracia de la vida se me haya perdido, ven a mà con un estallido de canciones.
Cuando el tumulto del trabajo levante su ruido en todo, cerrándome el más allá, ven a mÃ, Señor del silencio, con tu paz y tu sosiego.
Cuando mi pordiosero corazón esté acurrucado cobardemente en un rincón, rompe tú mi puerta, Rey mÃo, y entra en mà con la ceremonia de un rey.
Cuando el deseo ciegue mi entendimiento, con polvo y engaño, ¡Vigilante santo, ven con tu trueno y tu resplandor!
40
¡Cuánto tiempo hace que no llueve, Dios mÃo, en mi seco corazón! El horizonte está ferozmente desnudo, ni el más delgado vapor de la nube más suave, ni el más vago indicio del fresco chubasco más lejano.
¡Manda tu tormenta furibunda, negra y mortÃfera, si quieres, y sobresalta de parte a parte el cielo, con el látigo de tu relámpago!
¡Pero, recoge, Señor, llama a ti este calor silencioso que todo lo penetra, quieto y cruel; este calor terrible que quema al corazón su esperanza!
¡Que la nube de gracia descienda y se incline a mÃ, como la mirada llorosa de la madre, el dÃa de la cólera paterna!
41
¿Dónde estás tú, amor mÃo? ¿Por qué te escondes detrás de todos, en la sombra? ¡Te empujan y te pasan por el camino polvoriento, creyendo que no eres nadie! Yo no sé el tiempo que hace que te espero, cansado, con mis ofrendas para ti; y los que van y vienen, toman mis flores, una a una, y dejan vacÃo mi canasto.
Pasaron mañana y mediodÃa. Es el anochecer, y mis ojos están caÃdos de sueño en la sombra. Los hombres que vuelven a sus hogares, me miran sonriendo, y me avergüenzan. Estoy sentada como una muchacha mendiga, con la falda por la cara. Y cuando me preguntan qué quiero, bajo los ojos y callo.
¡Ay!, ¿cómo les voy a decir que te espero a ti, que tú me has prometido que vendrás? ¿Cómo me dejarÃa decir mi timidez que esta miseria mÃa es la dote que te guardo? ¡Ay!, ¡cómo aprieto este orgullo contra mÃ, en el secreto de mi corazón!
Sentada en la yerba, miro al cielo y sueño con el súbito esplendor de tu llegada. Llamean mil antorchas, los gallardetes de oro vuelan sobre tu carro, y los caminantes miran boquiabiertos cómo desciendes de tu asiento y me alzas del polvo, cómo sientas a tu lado a esta mendiguilla andrajosa, que tiembla de orgullo y de vergüenza como una enredadera en la brisa del verano.
Pero pasa el tiempo, y no se oyen las ruedas de tu carroza. ¡Cuánta procesión va y viene, palpitante, entre gritos y relumbrones de gloria! ¿Sólo eres tú quien tiene que seguir en la sombra, callado detrás de todos? ¿Sólo soy yo quien ha de esperar y llorar y gastar, en vano afán, su corazón?
42
En el alba, se murmuró que tú y yo habÃamos de embarcarnos solos, y que nadie en el mundo sabrÃa nada de nuestro viaje sin fin y sin objeto.
Por un mar sin orillas, ante tu callada sonrisa arrobada, mis canciones henchirÃan sus melodÃas, libres como las olas, libres de la esclavitud de las palabras.
¿No es la hora todavÃa? ¿Aún hay algo que hacer? Mira, el anochecer cae sobre la playa, y en la luz que se apaga, los pájaros del mar vuelven a sus nidos.
¿Cuándo se soltarán las amarras, y la barca, como el último vislumbre del poniente, se desvanecerá en la noche?
43
Fue un dÃa en que yo no te esperaba. Y entraste, sin que yo te lo pidiera, en mi corazón, como un desconocido cualquiera, Rey mÃo; y pusiste tu sello de eternidad en los instantes fugaces de mi vida.
Y hoy los encuentro por azar, desparramados en el polvo, con tu sello, entre el recuerdo de las alegrÃas y los pesares de mis anónimos dÃas olvidados.
Tú no desdeñaste mis juegos de niño por el suelo; y los pasos que escuché en mi cuarto de juguetes, son los mismos que resuenan ahora de estrella en estrella.
44
Mi alegrÃa es vigilar, esperar junto al camino, donde la sombra va tras la luz, y la lluvia sigue los pasos del verano.
Mensajeros, que traen nuevas de cielos desconocidos, me saludan y siguen aprisa por la senda. Mi corazón late contento dentro de mÃ, y el aliento de la brisa que pasa me es dulce.
Del alba al anochecer, estoy sentado en mi puerta. Sé que, cuando menos lo piense, vendrá el feliz instante en que veré.
Mientras, sonrÃo y canto solo. Mientras, el aire se está llenando del aroma de la promesa.
45
¿No oÃste, sus pasos silenciosos? El viene, viene, viene siempre.
En cada instante y en cada edad, todos los dÃas y todas las noches, él viene, viene, viene siempre.
He cantado muchas canciones y de mil maneras; pero siempre decÃan sus notas: él viene, viene, viene siempre.
En los dÃas fragantes del soleado abril, por la vereda del bosque, él viene, viene, viene siempre.
En la oscura angustia lluviosa de las noches de julio, sobre el carro atronador de las nubes, él viene, viene, viene siempre.
De pena en pena mÃa, son sus pasos los que oprimen mi corazón, y el dorado roce de sus pies es lo que hace brillar mi alegrÃa.
46
No sé desde qué tiempos distantes estás viniendo a mÃ. Tu sol y tus estrellas no podrán nunca esconderte de mà para siempre.
¡Cuántas mañanas y cuántas noches he oÃdo tus pasos! ¡Cuántas tu mensajero entró en mi corazón y me llamó en secreto!
Hoy, no sé por qué, mi vida está loca, y una trémula alegrÃa me pasa el corazón.
Es como si hubiese llegado el tiempo de acabar mi trabajo. Y siento en el aire no sé qué vago aroma de tu dulce presencia.
47
Se me ha pasado la noche esperándolo en vano. Tengo miedo, no vaya a venir, de pronto, con la mañana, a mi puerta, cuando yo me haya quedado dormido de cansancio. ¡Amigos, dejadle franco el camino, no le prohibáis que pase!
Si el rumor de sus pasos no me despertara, os ruego que no vayáis a despertarme. ¡Y ojalá no me despertara tampoco el coro gritón de los pájaros, ni el alboroto del viento en la fiesta de la luz del amanecer! ¡No me despertéis, aunque mi Señor venga de pronto a mi puerta!
¡Ay, sueño mÃo, precioso sueño, que sólo espera su roce para desvanecerse! ¡Ay, mis ojos cerrados, que se abrirÃan a la luz de su sonrisa, si él surgiera ante mÃ, como un sueño, de la oscuridad de mi sueño!
¡Que se aparezca él a mis ojos como la luz primera y la primera forma! ¡Que el primer estremecimiento de alegrÃa le venga a mi alma amanecida de su mirar! ¡Que mi retorno a mà mismo sea volver de pronto a él!
48
El mañanero mar del silencio se quebró en ondas de cantos de pájaros. Las flores estaban contentas junto al camino. Un tesoro de oro se derramó por entre las rajadas nubes. Pero nosotros seguÃamos a prisa nuestro camino, sin hacer caso.
No cantábamos nuestra alegrÃa ni jugábamos; no nos llegamos a la aldea a comprar ni a vender; no hablábamos ni sonreÃamos, ni nos parábamos a descansar. Ibamos más de prisa cada vez, con las horas.
Llegó el sol al cenit, y las tórtolas se arrullaron en la sombra; las hojas secas danzaron y volaron en el aire caliente del mediodÃa; el pastorcillo se adormiló a la sombra del baniano. Y yo me eché, orilla del agua, y estiré mi cuerpo rendido sobre la yerba.
Mis compañeros me insultaron con desprecio y, erguidas las cabezas, sin mirar atrás ni pararse un instante, siguieron afanosos y se perdieron en la brumosa lejanÃa azul. Cruzaron prados y colinas, pasaron extraños paÃses distantes...
¡Sea tuyo todo el honor, escuadrón heroico del sendero interminable! Tu mofa y tu reproche me tentó a levantarme; pero yo no respondÃ; me di por bien perdido en la cima de mi alegre humillación, a la sombra de una vaga felicidad.
La paz de la verde sombra, que el sol recamaba, se tendió lenta sobre mi corazón. Olvidé el porqué de mi viaje y perdÃ, sin lucha, mi pensamiento en un laberinto de sombras y canciones.
Y cuando salà de mi sueño, mis ojos abiertos te vieron ante mÃ, anegando mi sueño en tu sonrisa. ¿Cómo habÃa yo pensado que era lago y penoso el camino, que no era necesario luchar tanto para alcanzarte?
49
Bajaste de tu trono, y te viniste a la puerta de mi choza.
Yo estaba solo, cantando en un rincón, y mi música encantó tu oÃdo. Y tú bajaste y te viniste a la puerta de mi choza.
Tú tienes muchos maestros en tu salón, que, a toda hora, te cantan. Pero la sencilla copla ingenua de este novato te enamoró; su pobre melodÃa quejumbrosa, perdida en la gran música del mundo.
Y tú bajaste con el premio de una flor, y te paraste a la puerta de mi choza.
50
Iba yo pidiendo, de puerta en puerta, por el camino de la aldea, cuando tu carro de oro apareció a lo lejos, como un sueño magnÃfico. Y yo me preguntaba, maravillado quién serÃa aquel Rey de reyes.
Mis esperanzas volaron hasta el cielo, y pensé que mis dÃas malos se habÃan acabado. Y me quedé aguardando limosnas espontáneas, tesoros derramados por el polvo.
La carroza se paró a mi lado. Me miraste y bajaste sonriendo. Sentà que la felicidad de la vida me habÃa llegado al fin. Y de pronto tú me tendiste tu diestra diciéndome: "¿Puedes darme alguna cosa?".
¡Ah, qué ocurrencia la de tu realeza! ¡Pedirle a un mendigo! Yo estaba confuso y no sabÃa qué hacer. Luego saqué despacio de mi saco un granito de trigo, y te lo di.
Pero qué sorpresa la mÃa cuando, al vaciar por la tarde mi saco en el suelo, encontré un granito de oro en la miseria del montón. ¡Qué amargamente lloré de no haber tenido corazón para dárteme todo!
51
Oscureció. Nuestro trabajo estaba cumplido. CreÃamos que habÃa llegado ya el último huésped de la noche y que las puertas de la aldea estaban todas cerradas. Alguno dijo que el Rey tenÃa que venir. Y nos reÃmos y dijimos: "No puede ser".
CreÃmos que habÃan llamado a la puerta, pero pensamos que serÃa el viento. Y apagamos las lámparas y nos echamos a dormir. Alguno dijo: "Es el Heraldo del Rey". Y nos reÃmos y dijimos: "No, es el viento".
Se oyó un ruido en la cerrazón de la noche. En nuestro duermevela, nos pareció un trueno lejano. Y tembló la tierra y se mecieron los muros, sobresaltando nuestro sueño. Alguno dijo que era un rodar de ruedas. Y contestamos adormilados: "No, debe ser el carro de las nubes".
Aún era de noche cuando sonó el tam-
bor. Y oÃmos: "¡Despertad pronto!". Temblando de espanto, nos tomábamos el corazón con las manos. Alguno dijo: "¡Mirad la bandera del Rey!". Y nos levantamos gritando: "¡No hay tiempo que perder!".
Aquà está el Rey, pero ¿y las antorchas, y las guirnaldas, y el trono para él? ¡Qué vergüenza! ¡Qué vergüenza! ¿Dónde está el salón? ¿Dónde las colgaduras? Alguno dijo: "¿A qué viene ese lamento? ¡Saludadlo con manos vacÃas, entradlo en vuestros cuartos desnudos!".
¡Abrid las puertas! ¡Que suenen las trompetas! ¡Ha venido el Rey de nuestra triste casa oscura, en la profundidad de la noche! ¡Truena el cielo, y el relámpago estremece las tinieblas! ¡Saca tu esterilla andrajosa y tiéndela en el patio, que nuestro Rey de la noche horrible ha venido, de pronto, en la tormenta!
52
Pensé pedirte la guirnalda de rosas de tu cuello, pero no me atrevÃ. Y esperé la mañana, y cuando te fuiste, tomé algunos pedacitos de flores de tu lecho. Y como una mendiga, buscaba por la aurora alguna hojita perdida.
¡Ay!, ¿y qué he encontrado?, ¿qué me queda de tu amor? ¡Ni flor, ni especias, ni frasco de perfume, sino tu espada terrible, destellante como una llama, pesada como el rayo!
La luz nueva de la mañana entra por la ventana y se tiende en tu lecho. El pájaro primero me pregunta piando: "¿Qué encontraste, mujer?" ¡No, no es flor, ni especias, ni redoma de perfume, sino tu espada terrible!
Me siento a meditar, maravillada, en esta dádiva tuya. No sé dónde esconderla. Me da vergüenza ponérmela, tan débil como soy. Me duele cuando la aprieto contra mi pecho. Sin embargo, llevaré esta dádiva tuya, esta carga de dolor, en mi corazón.
Nada temeré en el mundo ya, y tú serás victorioso en todas mis luchas. Tú me has dado por compañera a la muerte, y yo la coronaré con mi vida. ¡Aquà tengo tu espada para cortar mis ataduras! ¡Nada temeré ya en el mundo!
¡Lejos de mÃ, desde hoy, los adornos vanos! ¡Señor de mi corazón, ya no lloraré, ni desesperaré más por los rincones; ya no seré nunca más tÃmida ni mimosa! ¡Me has dado, para adornarme, tu espada! ¡Lejos de mÃ, los adornos de muñeca!
53
¡Qué bella es tu pulsera encendida de estrellas, incrustada mágicamente con joyas de mil colores; pero cuánto más bella es tu espada con su curva de relámpago, como las alas abiertas del pájaro divino de Vishnu, cuando vuela tranquilo en la irritada luz roja del ocaso!
Se estremece como la última respuesta solitaria de la vida estática de dolor, al golpe decisivo de la muerte. Brilla igual que la pura llama de la vida, cuando abrasa la impureza diaria en el destello furibundo.
¡Qué bella es tu pulsera encendida de estrellas! Pero tu espada, Señor del trueno, está forjada con belleza definitiva, ¡y es terrible a los ojos y al pensamiento!
54
Nada te pedÃ; ni siquiera te dije mi nombre al oÃdo. Y cuando te despediste, me quedé silenciosa.
Yo estaba sola junto al pozo, donde caÃa la sombra oblicua del árbol. Las mujeres se volvÃan a sus casas con sus cántaros morenos de barro rebosantes, y me gritaron: "¡Ven, que va a ser mediodÃa!". Pero yo me retardaba lánguidamente, perdida en vagos pensamientos.
No oà tus pasos cuando venÃas. Cuando me miraste, tenÃas tristes los ojos; y con qué fatigada voz me dijiste bajo: "¡Ay, qué sed tiene el pobre caminante!". Desperté sobresaltada de mis ensueños y eché agua de mi cántaro en tus palmas juntas ... Las hojas se rozaban sobre nuestras cabezas, el cuclillo cantaba desde la sombra invisible, y de la revuelta del camino venÃa el perfume de las flores.
Cuando me preguntaste mi nombre, ¡me dio una vergüenza! Verdaderamente, ¿qué habÃa hecho yo para merecer tu recuerdo? Pero el recordar que yo pudiera quitarte tu sed con mi agua, se me ha quedado en el corazón, y lo envolverá para siempre de su dulzura.
Ya pasó la mañana, el pájaro canta monótono, las hojas del árbol murmuran allá arriba. Y yo, sentada, pienso, pienso...
55
Aún está lánguido tu corazón, aún se te cierran los ojos de sueño.
¿No sabes que la flor está reinando, esplendorosa, entre espinas? ¡Despierta, despierta! ¡No dejes pasar el tiempo en vano!
Allá al fin del sendero guijarroso, en una solitaria tierra virgen, mi amigo está sentado solitario. ¡No lo engañes esperándote! ¡Despierta, despierta!
¿Qué si el cielo jadea y palpita en la brasa del mediodÃa? ¿Qué si la arena hirviente tiende su manto sediento?
¿No sientes alegrÃa en la profundidad de tu corazón? ¿No se abrirá el arpa del camino, a cada paso tuyo, en suave música de dolor?
56
¡Qué plenitud la de tu alegrÃa en mÃ! ¡Qué descendimiento a mà el tuyo! Señor de todos los cielos, si yo no existiera, ¿qué serÃa de tu amor?
Tú me tienes como compañero de tu tesoro; tus alegrÃas están jugando sin parar en mi corazón y tu voluntad está siempre recreándose en mi vida.
Por eso tú, Rey de reyes, te has adornado tan hermosamente, enamorado de mi corazón. Por eso te pierdes de amor en el amor de tu amante. Y allà eres visto, en la perfecta unión de los dos.
57
¡Luz, luz mÃa, luz que llenas el mundo, luz que besas los ojos, que haces dulce el corazón!
¡Ay, cómo salta la luz, amor mÃo, en medio de mi vida! ¡Cómo hiere, amor mÃo, las cuerdas de mi amor! El cielo se abre, y corre loco el viento, y la risa se desboca por toda la tierra.
Las mariposas tienden sus velas por el mar de luz, y sobre la cresta de las olas de luz, abren lirios y jazmines.
La luz se derrite en oro en cada nube, amor mÃo, y luego se derrama en pedrerÃas sin fin.
Un alborozo nuevo va de hoja en hoja, amor mÃo un gozo sin lÃmites. ¡El rÃo del cielo ha roto sus riberas, y todo brilla, inmensamente inundado de alegrÃa!
58
¡Que todas las alegrÃas se unan en mi última canción: la alegrÃa que hace desbordarse a la tierra en el exceso desenfrenado de la yerba; la alegrÃa que echa a bailar vida y muerte, hermanas gemelas, por el vasto mundo; la alegrÃa que la tempestad barre adentro, despertando y sacudiéndolo todo con su carcajada; la alegrÃa que se sienta, en paz con sus lágrimas, en el abierto loto rojo del dolor; la alegrÃa que tira cuando tiene; la alegrÃa que lo ignora todo!
59
SÃ, ya sé, amado de mi corazón, que todo esto, esta luz de oro salta por las hojas, estas nubes ociosas que navegan por el cielo, esta brisa pasajera que me va refrescando la frente; ya sé que todo esto no es más que tu amor.
Esta luz de la mañana, que me inunda los ojos, no es sino tu mensaje a mi alma. Tu rostro se inclina a mà desde su cenit, tus ojos miran abajo, a mis ojos y tus pies están sobre mi corazón.
60
En las playas de todos los mundos, se reúnen los niños. El cielo infinito se en calma sobre sus cabezas; el agua, impaciente, se alborota. En las playas de todos los mundos, los niños se reúnen, gritando y bailando.
Hacen casitas de arena y juegan con las conchas vacÃas. Su barco es una hoja seca que botan, sonriendo, en la vasta profundidad. Los niños juegan en las playas de todos los mundos.
No saben nadar; no saben echar la red. Mientras el pescador de perlas se sumerge por ellas, y el mercader navega en sus navÃos, los niños recogen piedritas y vuelven a tirarlas. Ni buscan tesoros ocultos, ni saben echar la red.
El mar se alza, en una carcajada, y brilla pálida la playa sonriente. Olas asesinas cantan a los niños baladas sin sentido, igual que una madre que meciera a su hijo en la cuna. El mar juega con los niños, y, pálida, luce la sonrisa de la playa.
En las playas de todos los mundos, se reúnen los niños. Rueda la tempestad por el cielo sin caminos, los barcos naufragan en el mar sin rutas, anda suelta la muerte, y los niños juegan. En las playas de todos los mundos, se reúnen, en una gran fiesta, todos los niños.
61
¿Sabe alguien de dónde viene el sueño que pasa, volando, por los ojos del niño? SÃ. Dicen que mora en la aldea de las hadas; que por la sombra de una floresta vagamente alumbrada de luciérnagas, cuelgan dos tÃmidos capullos de encanto, de donde viene el sueño a besar los ojos del niño.
¿Sabe alguien de dónde viene la sonrisa que revuela por los labios del niño dormido? SÃ. Cuentan que, en el ensueño de una mañana de otoño, fresca de rocÃo, el pálido rayo primero de la luna nueva, dorando el borde de una nube que se iba, hizo la sonrisa que vaga en los labios del niño dormido.
¿Sabe alguien en dónde estuvo escondida tanto tiempo la dulce y suave frescura que florece en las carnecitas del niño? SÃ. Cuando la madre era joven, empapaba su corazón de un tierno y misterioso silencio de amor, la dulce y suave frescura que ha florecido en las carnecitas del niño.
62
Hijo mÃo, cuando te traigo juguetes de colores, comprendo por qué hay tantos matices en las nubes y en el agua , y por qué están pintadas las flores tan variadamente..., cuando te doy juguetes de colores, hijo mÃo.
Cuando te canto para que tú bailes, adivino por qué hay música en las hojas, y por qué entran los coros de voces de las olas hasta el corazón absorto de la tierra..., cuando te canto para que tú bailes.
Cuando colmo de dulces tus ávidas manos, entiendo por qué hay mieles en el cáliz de la flor, y por qué los frutos se cargan secretamente, de ricos jugos..., cuando colmo de dulces tus ávidas manos.
Cuando beso tu cara, amor mÃo, para hacerte sonreÃr, sé bien cuál es la alegrÃa que mana del cielo en la luz del amanecer, y el deleite que traen a mi cuerpo las brisas del verano..., cuando beso tu cara, amor mÃo, para hacerte sonreÃr.
63
Tú me has traÃdo amigos que no me conocÃan. Tú me has hecho sitio en casas que me eran extrañas. Tú me has acercado lo distante y me has hermanado con lo desconocido.
Mi corazón se me inquieta si tengo que dejar mi albergue acostumbrado. Olvido que lo antiguo está en lo nuevo, que en lo nuevo vives también tú.
En el nacimiento y en la muerte, en este mundo o en otro, en cualquier sitio donde tú me lleves, tú eres tú mismo, el único compañero de mi vida infinita, tú que estás atando siempre mi corazón, con lazos de alegrÃa, a lo ignorado.
Pero cuando se te conoce, nadie es extranjero, ninguna puerta está cerrada. ¡Señor, concédeme esto que te pido: que yo no pierda nunca la felicidad de encontrar lo único en este juego de lo diverso!
64
Por la ladera del rÃo desolado, entre las yerbas altas, le pregunté: "Muchacha, ¿a dónde vas con tu lámpara bajo el manto? Mi casa está oscura y sola. ¡Préstame tu luz!". Levantó sus ojos un instante, me miró al rostro en la penumbra, y dijo: "¡He venido al rÃo a echar mi lámpara en la corriente, ahora que muere en ocaso la luz del dÃa!". Y entre las altas yerbas me quedé mirando, solitario, cómo la lucecita de la lámpara se iba inútilmente en la marea.
En el silencio de la noche que se echaba encima, le pregunté: "Tus luces están todas encendidas, muchacha. ¿A dónde vas con tu lámpara? Mi casa está oscura y sola. ¡Préstame tu luz!". Levantó sus ojos oscuros a mi cara, y se estuvo dudosa un momento: "He venido -dijo al fin- a ofrecer mi lámpara al cielo". Yo me quedé mirando la lucecita, que temblaba inútilmente en el vacÃo.
En la negrura sin luna de la medianoche, le pregunté: "Muchacha, ¿qué buscas, si tienes la lámpara junto a tu corazón? Mi casa está oscura y sola. ¡Préstame tu luz!". Se paró un momento, pensándolo, y me miró fijamente en la oscuridad. "He traÃdo mi luz -dijo- para el Carnaval de las lámparas." Yo me quedé mirando cómo su lucecita se perdÃa inútilmente entre las luces.
65
¿Qué divina bebida quieres tú, Dios mÃo, de esta rebosante copa de mi vida?
Poeta mÃo, ¿te encanta ver la creación con mis ojos; oÃr, silencioso, en los umbrales de mis oÃdos, tu propia armonÃa eterna?
Tu mundo teje palabras en mi pensamiento, y tu alegrÃa las hace más melodiosas. Te me das, enamorado, y luego sientes toda tu propia dulzura en mÃ.
66
La que, en un crepúsculo de destellos y vislumbres, vivió siempre en el fondo de mi corazón; la que nunca abrió sus velos en la luz de la mañana, irá a ti, Dios mÃo, en mi última canción, como mi ofrenda última.
La cortejaron las palabras, pero no pudieron hacerla suya; y en vano la persuasión le ha tendido sus brazos vehementes.
He vagado por todos los paÃses, con ella en el alma de mi corazón; y mi vida, a su alrededor, se ha levantado y se ha caÃdo, grande y débil.
Reinó sobre mis pensamientos y mis actos, sobre mis sueños y mis ensueños, y, sin embargo, vivió sola y aparte.
Los hombres que llamaron a mi puerta, preguntando por ella, se fueron desesperados.
Nadie en el mundo la pudo nunca mirar frente a frente; y espera, en soledad, tu reconocimiento.
67
Eres, a un tiempo, el cielo y el nido.
Hermoso mÃo, aquà en el nido, tu amor aprisiona el alma con colores, olores y música.
¡Cómo viene la mañana, con su cesta de oro en la diestra, donde trae la guirnalda de la hermosura, para coronar, en silencio, la tierra!
¡Cómo viene el anochecer por las veredas no pisadas de los prados solitarios, que ya abandonaron los rebaños! Trae, en su jarra de oro, la fresca bebida de la paz, recogida en el mar occidental del descanso.
Pero donde el cielo infinito se abre, para que lo vuele el alma, reina la blanca claridad inmaculada. Allà no hay dÃa ni noche, ni forma, ni color, ¡ni nunca, nunca una palabra!
68
Tu rayo de sol viene, con los brazos abiertos, a esta tierra mÃa, y se pasa el dÃa en mi puerta. Luego, a la vuelta, te lleva a tus pies nubes hechas de mis lágrimas, de mis suspiros y de mis canciones.
Enamorado y alegre, tú rodeas tu pecho estrellado con ese manto de nubes de niebla, y los pliegas innumerablemente, y lo pintas de colores infinitos.
Es tan ligero, tan suave, tan tiernamente lloroso, tan oscuro, que tú, sereno y sin mancha los amas. Asà puedes velar tu terrible resplandor blanco con sus patéticas sombras.
71
Tu maya es que yo sea cuanto pueda ser, que eche, en mil vueltas, mil sombras de colores sobre tu resplandor.
Pones una valla a tu propio ser, y luego llamas, con voces infinitas, a tu ser separado. Y esta parte de ti mismo es la que ha encarnado en mÃ.
Tu canción penetrante va resonando por todo el cielo en lágrimas multicolores y en sonrisas, en sustos y esperanzas. Se levantan olas y vuelven a hundirse, se quiebran los sueños y se completan. Yo soy la propia derrota de tu ser.
La cortina que tú has echado, está pintada con figuras innumerables, por el pincel del dÃa y de la noche. Tras ella tienes tu asiento, tejido en un maravilloso misterio de curvas, sin una sola estéril lÃnea recta.
La gran comitiva de nosotros dos llena el cielo. Todo el aire está vibrando con nuestra melodÃa, y las edades pasan todas en este jugar al escondite, de nosotros dos.
72
Es él, mi más Ãntimo él, quien despierta mi vida con sus profundas llamadas secretas.
El, quien pone este encanto en mis ojos; quien pulsa, alegremente, las cuerdas de mi corazón en su múltiple armonÃa de placer y de pesar.
El, quien teje la tela de esta maya con matices tornasoles de oro y plata, azul y verde; quien asoma por sus pliegues los pies, cuyo contacto me enajena.
Los dÃas pasan, mueren los años, y él sigue moviendo mi corazón con mil nombres, con mil disfraces, en innumerables transportes de placer y de pesar.
73
La libertad no está para mà en la renunciación. Yo siento su brazo en infinitos lazos deleitables.
Siempre estás tú escanciándome, llenándome este vaso de barro, hasta arriba, con el fresco brebaje de tu vino multicolor, de mil aromas.
Mi mundo encenderá sus cien distintas lámparas en tu fuego, y las pondrá ante el altar de tu templo.
No, nunca cerraré las puertas de mis sentidos. Los deleites de mi vista, de mi oÃdo y de mi tacto, soportarán tu deleite.
Todas mis ilusiones arderán en fiesta de alegrÃa, y todos mis deseos madurarán en frutos de amor.
74
Ha muerto el dÃa, y la sombra anega la tierra. Voy al rÃo, que ya es la hora, a llenar mi jarra.
El aire oscuro está afanoso con la música triste del agua, que me está diciendo que vaya, en el crepúsculo. Nadie pasa por el callejón solitario. Se levanta el viento, y las olas tiemblan y se encabritan en el rÃo.
No sé si volveré. No sé con quién me voy a encontrar. En el vado, el hombre desconocido toca, en su barquilla, su laúd.
75
Los regalos que nos das colman nuestras necesidades, y, sin embargo, vuelven a ti sin perder nada.
El rÃo cumple su trabajo cotidiano, corriendo entre campos y aldeas; peor su corriente incesante serpentea hacia ti para lavarte los pies.
La flor endulza el aire con su aroma; pero su último servicio es ofrecerse a ti.
Tu culto no empobrece en nada al mundo.
Las palabras del poeta dan a cada hombre el sentido que ellos quieren; pero su sentido definitivo va hacia ti.
76
DÃa tras dÃa, Señor de mi vida, ¿te podré yo mirar frente a frente? Juntas mis manos, ¿te miraré frente a frente, Señor de todos los mundos?
Bajo tu cielo inmenso, en silencio y soledad, con humilde corazón, ¿te miraré frente a frente?
En este trabajoso mundo tuyo, hirviente de luchas y fatigas, entre las presurosas muchedumbres, ¿te miraré frente a frente?
Cuando mi obra haya sido cumplida en este mundo, Rey de reyes, solo ya y silencioso, ¿te miraré frente a frente?
77
Te reconozco como mi Dios, y me estoy aparte. No te reconozco como mÃo, y me acerco a ti. Te miro como padre, y me inclino ante tus pies. No tomo tu mano como la de un amigo.
Yo no estoy allà donde tú desciendes y te llamas mÃo; no voy a abrazarte contra mi corazón, a tratarte como compañero.
Eres mi Hermano entre mis hermanos; pero a ellos no les atiendo, ni divido con ellos mi ganancia, sino que comparto mi todo contigo.
Ni en el placer ni en el dolor estoy con los hombres, sino contigo sólo. Soy tÃmido para dar mi vida, y asà no me echo en las grandes aguas de la vida.
78
Cuando la creación era nueva, y todas las estrellas brillaban en su esplendor primero, los dioses celebraron asamblea en el cielo, y cantaron: "¡AlegrÃa pura, imagen de la perfección!".
Pero uno gritó de pronto: "Parece que la cadena de luz tiene en alguna parte una sombra, que se ha perdido una estrella".
Estalló la cuerda de oro de sus arpas, y, dejando la canción, clamaron todos desolados: "¡SÃ; y la estrella perdida es la mejor, la gloria de los cielos!".
Desde entonces, la buscan sin parar, gritando que el mundo ha perdido con ella su única alegrÃa.
Y en el profundo silencio de la noche, las estrellas se suspiran sonriendo; "¡Qué
vana búsqueda! ¡La perfección inquebrantable está en todo!".
79
Si no es para mà encontrarte en esta vida, sienta yo siempre, al menos, que me ha faltado el verte. No me dejes olvidarlo un solo instante; no me quites de mis sueños las punzadas de esta pena, ni de mis horas despiertas.
Mientras pasan mis dÃas en el mercado bullicioso de este mundo, mientras se van llenando mis manos con la ganancia cotidiana, sienta yo siempre que no he ganado nada. No me dejes olvidarlo un solo instante; no me quites de mis sueños las punzadas de esta pena, ni de mis horas despiertas.
Cuando me siento en el camino, rendido y anhelante, cuando me echo a dormir en el polvo, sienta yo siempre que aún tengo que hacer el largo viaje. No me dejes olvidarlo un solo instante; no me quites de mis sueños las punzadas de esta pena, ni de mis horas despiertas.
Cuando está mi casa adornada, y suenan las flautas y los risotones, sienta yo siempre que no te he invitado a ti. No me dejes olvidarlo un solo instante; no me quites de mis sueños las punzadas de esta pena, ni de mis horas despiertas.
80
Soy como un jirón de una nube de otoño, que vaga inútilmente por el cielo. ¡Sol mÃo, glorioso eternamente; aún tu rayo no me ha evaporado, aún no me has hecho uno con tu luz! Y paso mis meses y mis años alejado de ti.
Si éste es tu deseo y tu diversión, ten mi vanidad veleidosa, pÃntala de colores, dórala de oro, échala sobre el caprichoso viento, tiéndela en cambiadas maravillas.
Y cuando te guste dejar tu juego, con la noche, me derretiré, me desvaneceré en la oscuridad; o quizás, en una sonrisa de la mañana blanca, en una frescura de pureza transparente.
81
¡Cuántos dÃas ociosos he sentido pena por el tiempo perdido! Pero ¿ha sido perdido alguna vez, Señor? ¿No has tenido tú mi vida, cada instante, en tus manos?
Escondido en el corazón de las cosas, tú nutres las semillas y las tornas en brotes, y los capullos en flores, y las flores en frutos.
Estaba yo dormitando, rendido, en mi lecho ocioso, y pensaba que no hacÃa cosa alguna. Cuando desperté, en la mañana, vi mi jardÃn lleno de flores maravillosas.
82
El tiempo es infinito en tus manos, Dios mÃo. ¿Quién podrá contar tus minutos?
Pasan dÃas y noches, se abren los años y luego se mustian, como flores. Tú sabes esperar.
Tus siglos vienes, uno tras otro, perfeccionando la florecilla del campo.
Pero nosotros no podemos perder nuestro tiempo, y tenemos que echarnos de cabeza a nuestras ocasiones. ¡Somos demasiado pobres para llegar tarde!
Y asÃ, el tiempo se va mientras yo se lo estoy dando a los otros que, irritados, lo reclaman. Y asà tu altar está sin una sola ofrenda.
Por la tarde, me apresuro temeroso, no vaya a estar cerrado tu portal. Pero siempre llego a tiempo.
83
Madre, yo te haré una cadena de perlas para tu garganta, con las lágrimas de
mi dolor.
Las estrellas forjaron con luz las ajorcas de tus pies; pero mi cadena va a ser para tu pecho.
Riqueza y nombradÃa vienen de ti, y tú puedes darlas o no a tu gusto. Pero mi dolor es sólo mÃo, y cuando te lo ofrezco, tú me pagas con tu gracia.
84
La espina de la separación pasa el mundo y hace nacer formas innumerables en el cielo infinito.
Su pena es quien mira en silencio las estrellas de la noche, quien se pone lÃrica, con las rumorosas hojas, en la sombra lluviosa de julio.
Su dolor es el que se echa sobre todas las cosas, el que se sume en el amor y en el afán, en el martirio y en la alegrÃa de los hogares humanos; el que fluye, derretido en canciones, de mi corazón de poeta.
85
Cuando los guerreros salieron del cuartel de su señor, ¿dónde habÃan escondido su poder, dónde habÃan dejado su armadura y sus armas?
Iban pobres y desvalidos, y las flechas cayeron sobre ellos como chaparrones, el dÃa que salieron del cuartel de su señor.
Cuando los guerreros volvieron al cuartel de su señor, ¿dónde habÃan escondido su poder?
HabÃan dejado la espada, el arco y la flecha. TraÃan la paz en las frentes, y los frutos de su vida se habÃan quedado tras ellos, el dÃa que volvieron al cuartel de su señor.
86
La Muerte, tu esclava, está a mi puerta. Ha cruzado el mar desconocido y llama, en tu nombre, a mi casa.
Está oscura la noche y tiene miedo mi corazón. Pero yo cogeré mi lámpara, abriré mi puerta, y le daré, rendido, la bienvenida; porque es mensajera tuya la que está a mi puerta.
La adoraré, llorando, con las manos juntas. La adoraré echando a sus pies el tesoro de mi corazón.
Y ella se volverá, cumplido su mandato, dejando su sombra negra en mi mañana. Y en mi casa desolada quedaré yo, solo y mustio, como mi última ofrenda a ti.
87
Desesperado, la busco por todos los rincones de mi cuarto, pero no la encuentro.
Mi casa es pequeña, y lo que una vez se ha ido de ella, no vuelve a encontrarse. Pero tu casa, Señor, es infinita. Y buscándola, he llegado a tu puerta.
MÃrame bajo el dosel dorado del cielo de tu anochecer, mÃrame cómo levanto mis ojos ansiosos a tu cara.
He venido a la playa de la eternidad donde nada se pierde, ninguna esperanza, ninguna felicidad, ninguna visión de rostros vistos a través de las lágrimas.
¡Ahora mi vida vacÃa en ese mar! ¡Húndela en la más profunda plenitud! ¡Haz que sienta, una vez sola, la dulce caricia perdida en la totalidad del universo!
88
¡Divinidad del templo en ruinas! Ya no cantan tu alabanza las cuerdas rotas del Vina. Las campanas del anochecer no claman ya la hora de tu oración. A tu alrededor, el aire está quieto y callado.
La brisa vagabunda de la primavera llega a tu desolación, y te cuenta de las flores, de las flores que ya nadie viene, en adoración, a ofrecerte.
El que creyó en ti otro tiempo, vaga esperando el favor no concedido todavÃa. Y en el anochecer, cuando luces y sombras se mezclan en la polvorienta oscuridad, él vuelve, jadeante, al templo arruinado, con hambre en el corazón.
¡Cuántos dÃas de fiesta vienen callados a ti, Divinidad del templo en ruinas! ¡Cuántas noches de ofrendas se van, sin que nadie encienda tus lámparas!
Los artÃfices hacen imágenes nuevas, que se lleva la corriente del olvido cuando llega la hora. ¡Sólo tú, Divinidad del templo en ruinas, sigues sin culto, en abandono inmortal!
89
Callen mis palabras bulliciosas, callen mis gritos, que asà lo quiere mi Señor. Desde hoy, hablaré en susurro, y una suave melodÃa llevará la palabra de mi corazón.
Todos van, presurosos, al mercado del Rey. Allà están ya los tratantes. Pero yo tengo mi descanso inoportuno en lo mejor del dÃa, cuando es mayor el trabajo.
¡Que broten, pues, las flores de mi jardÃn a destiempo, que las abejas del mediodÃa vengan a zumbar perezosas!
¡Qué de horas perdidas en esta lucha del bien y del mal! Pero mi compañero de juego de los dÃas ociosos, se deleita ahora tomándome el corazón; y no sé qué es esta llamada repentina, ni por qué inútil volubilidad.
90
-¿Qué ofrecerás a la muerte el dÃa que llame a tu puerta?
-Le tenderé el cáliz de mi vida, lleno del dulce mosto de mis dÃas de otoño y de mis noches de verano.
¡No se irá con las manos vacÃas! Todas las cosechas y todas las ganancias de mi afán, se las daré, el último dÃas, cuando ella llame a mi puerta.
91
¡Muerte, último cumplimiento de la vida, Muerte mÃa, ven, y háblame bajo!
DÃa tras dÃa, he velado esperándote, y por ti he sufrido la alegrÃa y el martirio de la vida.
Cuanto soy, tengo y espero, cuanto amo, ha corrido siempre hacia ti, en un profundo misterio. MÃrame una vez más, y mi vida será tuya para siempre.
Las flores están ya enlazadas, y lista la guirnalda para el esposo. Será la boda y dejará la novia su casa, y, sola en la noche solitaria, encontrará a su Señor.
92
Sé que vendrá un dÃa en que no veré más esta tierra. La vida se despedirá de mà en silencio, y me echará la última cortina sobre los ojos.
Pero las estrellas velarán por la noche, y se alzará la mañana como antes, y las horas se henchirán, como las olas de la mar, levantando dolores y placeres.
Cuando pienso en este último momento, se cae al valle de los instantes, y veo, a la luz de la muerte, tu mundo, con sus tesoros indolentes. Inapreciable es el más pobre de sus asientos, inapreciable la más pequeña de sus vidas.
¡Váyanse enhorabuena las cosas que anhelé en vano, las cosas que fueron mÃas; y que sólo posea yo de veras lo que nunca quisieron ver mis ojos, lo que siempre desprecié!
93
Me han llamado. ¡Decidme adiós, hermanos mÃos! ¡Adiós, me voy!
Aquà os dejo la llave de mi puerta; renuncio a todo derecho sobre mi casa. Sólo os pido buenas palabras de despedida.
Vivimos mucho tiempo juntos, y recibà más de lo que pude dar. Y ahora es de dÃa, y la lámpara que iluminó mi rincón oscuro se ha apagado. Me llaman, y estoy dispuesto para mi viaje.
94
Ya me voy. ¡Deseadme buena suerte, amigos mÃos! La aurora sonroja el cielo, y mi camino parece hermoso.
Me preguntáis qué me llevo. Mis manos vacÃas y mi corazón lleno de esperanza.
Me pondré sólo mi guirnalda nupcial, por que el vestido pardo del peregrino no es mÃo; y aunque el camino sea peligroso, va sin temor mi pensamiento.
Cuando mi viaje llegue a su fin, saldrá la estrella de la tarde, y las melancólicas armonÃas del crepúsculo se abrirán tras el pórtico del Rey.
95
Pasé, sin darme cuenta, el umbral de esta vida.
¿Qué poder fue el que me hizo abrir en este inmenso misterio, como un capullo, a medianoche, en el bosque?
Cuando, a la mañana, vi la luz, sentà al punto que yo no era un extraño en este mundo, que lo desconocido sin nombre ni forma me habÃa tenido en brazos, en la forma de mi madre.
De igual manera, al salir a la muerte, esto mismo desconocido me parecerá familiar. Y como amo tanto esta vida, sé que amaré lo mismo la muerte.
El niño, cuando su madre le quita el seno derecho, se echa a llorar; pero al punto encuentra en el izquierdo su consuelo.
96
Cuando me vaya, sea ésta mi palabra última: que lo que he visto no puede ser mejor.
Gusté la miel oculta de este loto que se abre en el océano de la luz, y asà fui bendito. Sea esta mi última palabra.
He jugado en esta casa de juguetes de formas infinitas; y vislumbré, jugando, a aquel que no tiene forma.
Mi cuerpo entero ha vibrado al contacto de aquel que es intangible. Si aquà debe ser el fin, sea. Esta es mi última palabra.
97
Cuando yo jugaba contigo, nunca te pregunté quién eras. Yo no conocÃa timidez ni miedo. Mi vida era vehemente.
Al amanecer, me llamabas tú de mi sueño, como un hermano, y me llevabas corriendo de selva en selva.
Nada me importaba, entonces, el sentido de las canciones que me cantabas. Mi voz sólo recogÃa la tonada, y a su compás bailabas mi corazón.
Hoy, que ya no es tiempo de jugar, ¿qué repentina visión es ésta que se me aparece? El mundo está mirándote a los pies, sobrecogido, temblando con todas sus estrellas silenciosas.
98
Te adornaré con los trofeos y las guirnaldas de mi derrota. No es mÃo el escapar vencedor.
Sé bien que se estrellará mi orgullo, que mi vida romperá sus cadenas, de tanto dolor, que mi corazón vacÃo sollozará fuera, melodioso como una caña hueca, que la piedra se derretirá en lágrimas.
Sé bien que no quedarán siempre cerradas las cien hojas de un loto, que será descubierto el secreto escondite de su miel.
Desde el cielo azul, un ojo me verá y me llamará en silencio. Nada quedará de mÃ, nada, y recibiré a tus pies la muerte completa.
99
Cuando yo tenga que dejar el timón, sabré que habrá llegado la hora de que lo tomes tú. Lo que haya que hacer será hecho al punto.
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