No me condenes
Poema publicado el 10 de Noviembre de 2008
Yo tuve, en tierra adentro, una novia muy pobre:
Ojos inusitados de sulfato de cobre.
Llamábase MarÃa; vivÃa en un suburbio,
Y no hubo entre nosotros ni sombra de disturbio.
Acabamos de golpe: su domicilio estaba
Contiguo a la estación de los ferrocarriles,
Y ¿qué noviazgo puede ser duradero
Entre campanadas centrÃfugas y silbatos febriles?
El reloj de su sala desgajaba las ocho;
Era diciembre, y yo departÃa con ella
Bajo la limpidez glacial de cada estrella.
El gendarme, remiso a mi intriga inocente,
Hubo de ser, al fin, forzoso confidente.
MarÃa se mostraba incrédula y tristona:
Yo no tenÃa traza de una buena persona.
¿Olvidarás acaso, corazón forastero,
el acierto nativo de aquella señorita
que oÃa y desoÃa tu pregón embustero?
Su desconfiar ingénito era ratificado
Por los perros noctÃvagos, en cuya algarabÃa
Reforzábase el duro presagio de MarÃa.
¡Perdón, MarÃa! Novia triste, no me condenes;
cuando oscile el quinqué y se abatan las ocho,
cuando el sillón te mezca, cuando ululen los trenes,
cuando trabes los dedos por detrás de tu nuca,
no me juzgues más pérfido que uno de los silbatos
que turban tu faena y tus recatos.
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Poema publicado el 10 de Noviembre de 2008
Yo tuve, en tierra adentro, una novia muy pobre:
Ojos inusitados de sulfato de cobre.
Llamábase MarÃa; vivÃa en un suburbio,
Y no hubo entre nosotros ni sombra de disturbio.
Acabamos de golpe: su domicilio estaba
Contiguo a la estación de los ferrocarriles,
Y ¿qué noviazgo puede ser duradero
Entre campanadas centrÃfugas y silbatos febriles?
El reloj de su sala desgajaba las ocho;
Era diciembre, y yo departÃa con ella
Bajo la limpidez glacial de cada estrella.
El gendarme, remiso a mi intriga inocente,
Hubo de ser, al fin, forzoso confidente.
MarÃa se mostraba incrédula y tristona:
Yo no tenÃa traza de una buena persona.
¿Olvidarás acaso, corazón forastero,
el acierto nativo de aquella señorita
que oÃa y desoÃa tu pregón embustero?
Su desconfiar ingénito era ratificado
Por los perros noctÃvagos, en cuya algarabÃa
Reforzábase el duro presagio de MarÃa.
¡Perdón, MarÃa! Novia triste, no me condenes;
cuando oscile el quinqué y se abatan las ocho,
cuando el sillón te mezca, cuando ululen los trenes,
cuando trabes los dedos por detrás de tu nuca,
no me juzgues más pérfido que uno de los silbatos
que turban tu faena y tus recatos.
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