La gata hortensia
Poema publicado el 09 de Julio de 2021
Con mucha nostalgia, leí en las redes sociales, la noticia del accidente que sufrió Hortensia, aquella amada mascota, compañera y confidente por más de 10 años, de mi buena amiga y alumna doña Paquita Raventós de Seevers.
Conocí a la noble minina, deambulando por la casa de la setentona propietaria: ora en la cocina, ora en el jardín, ya en la terraza, o bien dirigiéndose sosegada, a su edén preferido: el aterciopelado sofá.
Además de su pelambre amarillento, negro y blanco y de su esbelta figura, me llamaba la atención su política irreverente, pues con insistente desfachatez, se subía en la mesa para posarse sobre el teclado de la computadora portátil y así exhibir su gallardo perfil.
Los minutos pasaban y la senil señora, indiferente a la interrupción de la clase, la miraba con sobrada ternura. Así, la sesión de computación pasaba a un tercer plano y yo, prudente, ocultaba mi percance.
Nunca se me ocurrió hacer el más mínimo ademán de bajarla o espantarla, pues de ser así, ahí mismo la doñita me hubiese cancelado el contrato: Hortensia era intangible .
Sólo había que contemplarla. Yo le miraba fijamente sus enigmáticas pupilas rasgadas, y luego, como si de una pasarela se tratase, silente y sin importarle el atraso ocasionado, se bajaba contorneando su silueta para seguir por aquí y por allá luciendo su imponente coqueteo.
Tal era su prestancia y su fama, que prácticamente todos los vecinos del barrio sufrieron el embrujo de la recordada morronga, por lo que a no dudarlo, la recordarán y la llevarán en sus corazones por mucho tiempo.
Mis condolencias y un fuerte abrazo para Paquita, y un ¡Adiós! a la inolvidable Hortensia, allá en el Valle de los Gatos.
r.c.
2021
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Poema publicado el 09 de Julio de 2021
Con mucha nostalgia, leí en las redes sociales, la noticia del accidente que sufrió Hortensia, aquella amada mascota, compañera y confidente por más de 10 años, de mi buena amiga y alumna doña Paquita Raventós de Seevers.
Conocí a la noble minina, deambulando por la casa de la setentona propietaria: ora en la cocina, ora en el jardín, ya en la terraza, o bien dirigiéndose sosegada, a su edén preferido: el aterciopelado sofá.
Además de su pelambre amarillento, negro y blanco y de su esbelta figura, me llamaba la atención su política irreverente, pues con insistente desfachatez, se subía en la mesa para posarse sobre el teclado de la computadora portátil y así exhibir su gallardo perfil.
Los minutos pasaban y la senil señora, indiferente a la interrupción de la clase, la miraba con sobrada ternura. Así, la sesión de computación pasaba a un tercer plano y yo, prudente, ocultaba mi percance.
Nunca se me ocurrió hacer el más mínimo ademán de bajarla o espantarla, pues de ser así, ahí mismo la doñita me hubiese cancelado el contrato: Hortensia era intangible .
Sólo había que contemplarla. Yo le miraba fijamente sus enigmáticas pupilas rasgadas, y luego, como si de una pasarela se tratase, silente y sin importarle el atraso ocasionado, se bajaba contorneando su silueta para seguir por aquí y por allá luciendo su imponente coqueteo.
Tal era su prestancia y su fama, que prácticamente todos los vecinos del barrio sufrieron el embrujo de la recordada morronga, por lo que a no dudarlo, la recordarán y la llevarán en sus corazones por mucho tiempo.
Mis condolencias y un fuerte abrazo para Paquita, y un ¡Adiós! a la inolvidable Hortensia, allá en el Valle de los Gatos.
r.c.
2021
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