Otra canciÓn de otoÑo
Poema publicado el 10 de Noviembre de 2008
Todos cantan a tiempo su canto postrimero.
Con la barba en la mano o de otro modo,
al llegar el invierno,
todos modulan su canción de otoño.
Cuando llora la carne,
cuando el aire es tan puro que nos ahoga,
y es tan lúcido el cielo que nos deslumbra,
descendemos cantando de las montañas
a beber agua turbia de la laguna.
Cuando llora la carne:
eres aquella misma que contemplamos
desnuda bajo el triunfo de un dÃa de sol.
Eres aquella misma, con la cabeza
cenicienta y vejada por el dolor.
Con la barba en la mano o de otro modo,
todos modulan su canción de otoño.
Dispendiosa elegancia de los crepúsculos.
Dispendiosa elegancia de las mañanas,
muy de mañana.
Ya nos pesa en el alma la formidable
castidad -roca y nieve- de la montaña,
y aceptamos tan sólo la luz de Vésper
porque tiembla y cintila como una lágrima.
Todos cantan a tiempo su canto postrimero,
muy pocos en verano, muy muchos en invierno.
La severa prestancia de los cipreses,
coloridos de sepia crepuscular,
edifica el cansancio de nuestra casa
y exornamos de rojo nuestra tristeza,
y seguimos cantando, que todo pasa.
Y en la margen fangosa de la laguna
húndese sollozando la carne infausta,
trunca y convaleciente como la luna.
De "Algunos poemas deliberadamente románticos
y un prólogo en cierto modo innecesario" 1933
Poema publicado el 10 de Noviembre de 2008
Todos cantan a tiempo su canto postrimero.
Con la barba en la mano o de otro modo,
al llegar el invierno,
todos modulan su canción de otoño.
Cuando llora la carne,
cuando el aire es tan puro que nos ahoga,
y es tan lúcido el cielo que nos deslumbra,
descendemos cantando de las montañas
a beber agua turbia de la laguna.
Cuando llora la carne:
eres aquella misma que contemplamos
desnuda bajo el triunfo de un dÃa de sol.
Eres aquella misma, con la cabeza
cenicienta y vejada por el dolor.
Con la barba en la mano o de otro modo,
todos modulan su canción de otoño.
Dispendiosa elegancia de los crepúsculos.
Dispendiosa elegancia de las mañanas,
muy de mañana.
Ya nos pesa en el alma la formidable
castidad -roca y nieve- de la montaña,
y aceptamos tan sólo la luz de Vésper
porque tiembla y cintila como una lágrima.
Todos cantan a tiempo su canto postrimero,
muy pocos en verano, muy muchos en invierno.
La severa prestancia de los cipreses,
coloridos de sepia crepuscular,
edifica el cansancio de nuestra casa
y exornamos de rojo nuestra tristeza,
y seguimos cantando, que todo pasa.
Y en la margen fangosa de la laguna
húndese sollozando la carne infausta,
trunca y convaleciente como la luna.
De "Algunos poemas deliberadamente románticos
y un prólogo en cierto modo innecesario" 1933
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Poemas de San ValentÃn o
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Infantiles
Perdón
Religiosos
Tristeza y Dolor
Desamor
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