La cura de tus manos - de v.p. veronica
Poema publicado el 20 de Septiembre de 2011
La lastimada tierra cedía vencida sus terrones
y verdes de greda.
El cemento cubría su piel de caída hoja, mientras
el rebelde amarillo elevaba su bandera
de dorada espiga.
La herida abierta del suelo
veía con sus ojos tus pies honrados.
¡Tu no estabas amor!
Cuando las orugas metálicas
torturaban al asfixiado adoquín
con la tenaz persistencia de la sombra.
Pero adiviné tu futura mano de compañía
cuando mostraron sus caras feroces
las humanas miserias.
Ahí tuve tu hombro de armadura,
tu fuego de manos inmolando las caretas de cera y
tu adosada espalda en guardia espartana.
Con la vista de oteo renacías el verde de mis prados.
No pudo el antifaz vampiro con nuestros tactos sublimes,
ni el frío de las voces impías ruborizar los rostros.
Tu ardor de roce amenazó la pólvora y sus arsenales
y de tu paz muda el diminuto brote
agigantó su estructura de flor celeste.
Salió la herida mirando su propia llaga de flagelo,
excavó su fosa de tumba fuera de mi cuerpo
cuando la brisa plegó la potencia de la hoja
en tu sano cabello y fueron lentamente las venas
bajando tus diamantes reservados de cuello.
Ensanchó sus polos el mundo con tu sangre
y las cicatrices sellaron
en la noche hambrienta de los lobos
cuando tus manos de suerte saludaban su despedida.
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Poema publicado el 20 de Septiembre de 2011
La lastimada tierra cedía vencida sus terrones
y verdes de greda.
El cemento cubría su piel de caída hoja, mientras
el rebelde amarillo elevaba su bandera
de dorada espiga.
La herida abierta del suelo
veía con sus ojos tus pies honrados.
¡Tu no estabas amor!
Cuando las orugas metálicas
torturaban al asfixiado adoquín
con la tenaz persistencia de la sombra.
Pero adiviné tu futura mano de compañía
cuando mostraron sus caras feroces
las humanas miserias.
Ahí tuve tu hombro de armadura,
tu fuego de manos inmolando las caretas de cera y
tu adosada espalda en guardia espartana.
Con la vista de oteo renacías el verde de mis prados.
No pudo el antifaz vampiro con nuestros tactos sublimes,
ni el frío de las voces impías ruborizar los rostros.
Tu ardor de roce amenazó la pólvora y sus arsenales
y de tu paz muda el diminuto brote
agigantó su estructura de flor celeste.
Salió la herida mirando su propia llaga de flagelo,
excavó su fosa de tumba fuera de mi cuerpo
cuando la brisa plegó la potencia de la hoja
en tu sano cabello y fueron lentamente las venas
bajando tus diamantes reservados de cuello.
Ensanchó sus polos el mundo con tu sangre
y las cicatrices sellaron
en la noche hambrienta de los lobos
cuando tus manos de suerte saludaban su despedida.
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