Poema publicado el 10 de Noviembre de 2008
Al final del verano,
en las murallas rotas
donde viejos molinos dispersan por las islas sus ruedas
[mutiladas,
a la hora en que la tierra
suspira por la luna
te encontré...
Yo ignoraba
a qué cimas de amor y de hermosura
se alzaría mi vida.
Las palmeras
y adelfas aromaban el lugar fresco.
El cielo
dominaba a la tierra. Todo era
aroma, amor y ansia...
Los hombres, a esta paz y esta tortura
la llaman noche.
Agótase
humillada la luz ante tal honda
oscuridad que funde cielo, tierra,
amante, amor, amado.
Para este beso no encontraron nombre.
Mi alma es casi dichosa y casi triste
porque el cielo es el mismo cielo de nuestra dicha
y el amor que me inspira,
ay, es el mismo amor de aquellos días.
Y por eso mi alma, triste y dichosa a un tiempo,
es igual que una virgen embriagada
o una antigua bacante
que ríe y llora ebria en las colinas,
y está loca de vientos y de lunas,
de soles y de pinos y de altura,
y llora y ríe sin saber qué hace
y sus pies en las flores despiertan leve música
y el torrente acompaña sus éxtasis salvajes
y el crepúsculo besa sus mejillas
y la creación resuena a su voz amorosa
y le responde con ardientes ecos,
y a través de la sombra
con sus astros lejanos le contestan los cielos.>
Así, mi alma no sabe qué dice ni qué calla
y está casi dichosa y casi triste
y sin saber por qué llora y sonríe
y canta y se lamenta,
y va como una virgen destrenzada y desnuda
por valles y montañas,
y los pastores huyen a su paso
y las mozas se ocultan para verla,
y su fervor por todo es tan divino,
y su amor tan ardiente
que nadie lo comparte,
y por eso va sola
por las verdes colinas y las montañas grises,
sola, casi dichosa y casi triste.
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