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Un retrato de watteau - Poemas de Rubén Darío



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Categoría: Poemas de Amor
Un retrato de watteau
Poema publicado el 10 de Noviembre de 2008

Estáis en los misterios de un tocador. Estáis viendo ese brazo de ninfa, esas manos      diminutas que empolvan el haz de rizos rubios de la cabellera espléndida. La araña de      luces opacas derrama la languidez de su girándula por todo el recinto. Y he aquí que al      volverse ese rostro, soñamos en los buenos tiempos pasados. Una marquesa, contemporánea      de madama de Maintenon, solitaria en su gabinete, da las últimas manos a su tocado.
Todo está correcto, los cabellos que tienen todo el Oriente en sus hebras, empolvados y      crespos, el cuello del corpiño, ancho y en forma de corazón, hasta dejar ver principio      del seno firme y pulido; las mangas abiertas que muestran blancuras incitantes; el talle      ceñido, que se balancea, y el rico faldellín de largos vuelos, y el pie pequeño en el      zapato de tacones rojos.
Mirad las pupilas azules y húmedas, la boca de dibujo maravilloso, con una sonrisa      enigmática de esfinge, quizá en recuerdo del amor galante, del madrigal recitado junto      al tapiz de figuras pastoriles o mitológicas, o del beso a furto, tras la estatua de      algún silvano, en la penumbra.
Vese la dama de pies a cabeza, entre dos grandes espejos; calcula el efecto de la mirada,      del andar, de la sonrisa, del vello casi impalpable que agitará el viento de la danza en      su nuca fragante y sonrosada. Y piensa, y suspira, y flota aquel suspiro en ese aire      impregnado de aroma femenino que hay en un tocador de mujer.
Entretanto la contempla con sus ojos de mármol una Diana que se alza irresistible y      desnuda sobre su plinto; y le ríe con audacia un sátiro de bronce que sostiene entre los      pámpanos de su cabeza un candelabro; y en el ansa de un jarrón de Rouen lleno de agua      perfumada, le tiende los brazos y los pechos una sirena con la cola corva y brillante de      escamas argentinas, mientras en el plafond en forma de óvalo, va por el fondo inmenso y      azulado sobre el lomo de un toro robusto y divino, la bella Europa, entre delfines áureos      y tritones corpulentos que sobre el vasto ruido de las ondas, hacen vibrar el ronco      estrépito de sus resonantes caracoles.
La hermosa está satisfecha; ya pone perlas en la garganta y calza las manos en seda, ya      rápida se dirige a la puerta donde el carruaje espera y el tronco piafa. Y hela ahí,      vanidosa y gentil, a esa aristocrática santiaguesa que se dirige a un baile de fantasía      de manera que el gran Watteau le dedicaría sus pinceles.

              

                                                                      




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