La tristeza
Poema publicado el 10 de Noviembre de 2008
No es el dolor de los amores incumplidos
ni los ideales deshechos.
No es tan siquiera la melancolÃa
de envejecer.
Es algo más tremendo y más grande,
algo que crece dentro de mÃ,
tal vez en el tuétano de los huesos
y que, acaso, se llame vida.
Porque vivir es triste:
vivir es una daga que se lleva clavada en la sangre.
Me duele abrir los ojos todas las mañanas
y encararme con las cosas que conozco y no entiendo.
Me duele dormirme todas las noches
y no haberme respondido a nada.
¡Porque nada tiene respuesta!
He dado un hijo al mundo
y este hijo me pesa en la conciencia,
porque lo he creado para la muerte y el dolor.
Sus jóvenes miembros perecerán un dÃa,
se secará su risa
como las viejas fuentes de la montaña.
¡Un cuerpo tan hermoso, un corazón tan puro!
No puedo sentir conformidad.
Hay en mi corazón un rebelde brote que me aflige.
¡Llámense dichosos ellos! Yo no.
Cuando hundo el rostro entre las manos,
no lloro por un dolor concreto.
La voz humana no podrá consolarme jamás
porque ignora la palabra justa.
Tal vez Dios la pronunciará algún dÃa. Dirá:
"Levántate".
Y yo ascenderé hasta el lÃmite del hombre,
más allá de sus pasiones sencillas y bárbaras.
Ascenderé hasta el ángel y la estrella,
hasta la celeste sandalia del Creador.
Y sentiré en mi pecho la resurrección
de los antiguos privilegios humanos;
el privilegio de la ternura y de la paz,
de la piedad y de la alegrÃa.
Porque yo sólo he contemplado en torno mÃo
odios y guerras fratricidas,
hipócritas mendigos que cubren sus harapos
con regios mantos de virtud,
niños hambrientos y descalzos,
prostitutas;
hombres enriquecidos en criminal comercio,
¡miseria en todas partes!
siglo amargo mi siglo para gozar del mundo,
amar la primavera,
vestir los blancos ropajes de la felicidad.
¡Un luto eterno bajo la piel!
Un luto eterno
para los que murieron torturados
en las guerras,
para los que perdieron sus hijos y su hogar,
para los desterrados y los tristes
que todavÃa no han hallado el camino del regreso.
Poema publicado el 10 de Noviembre de 2008
No es el dolor de los amores incumplidos
ni los ideales deshechos.
No es tan siquiera la melancolÃa
de envejecer.
Es algo más tremendo y más grande,
algo que crece dentro de mÃ,
tal vez en el tuétano de los huesos
y que, acaso, se llame vida.
Porque vivir es triste:
vivir es una daga que se lleva clavada en la sangre.
Me duele abrir los ojos todas las mañanas
y encararme con las cosas que conozco y no entiendo.
Me duele dormirme todas las noches
y no haberme respondido a nada.
¡Porque nada tiene respuesta!
He dado un hijo al mundo
y este hijo me pesa en la conciencia,
porque lo he creado para la muerte y el dolor.
Sus jóvenes miembros perecerán un dÃa,
se secará su risa
como las viejas fuentes de la montaña.
¡Un cuerpo tan hermoso, un corazón tan puro!
No puedo sentir conformidad.
Hay en mi corazón un rebelde brote que me aflige.
¡Llámense dichosos ellos! Yo no.
Cuando hundo el rostro entre las manos,
no lloro por un dolor concreto.
La voz humana no podrá consolarme jamás
porque ignora la palabra justa.
Tal vez Dios la pronunciará algún dÃa. Dirá:
"Levántate".
Y yo ascenderé hasta el lÃmite del hombre,
más allá de sus pasiones sencillas y bárbaras.
Ascenderé hasta el ángel y la estrella,
hasta la celeste sandalia del Creador.
Y sentiré en mi pecho la resurrección
de los antiguos privilegios humanos;
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de la piedad y de la alegrÃa.
Porque yo sólo he contemplado en torno mÃo
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para los desterrados y los tristes
que todavÃa no han hallado el camino del regreso.
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