Leopoldo maría panero.
Poema publicado el 12 de Mayo de 2012
Me he vestido de gala para la ocasión,
pero la madre de mis dos hijos, que no me quita ojo,
me dice que voy hecho un adefesio.
No me quiero perder, por nada del mundo,
la presencia en Valladolid
del poeta berciano, Leopoldo María Panero.
Directo del manicomio de Mondragón
a la Casa de Cultura Revilla,
con un loquero de compañero.
Oteó, a su manera,
el continente y el contenido de la sala,
se sentó, y como dicen en mi pueblo,
fumó más que un par de carreteros.
Séis cigarrillos, séis,
como séis soles, conté,
en la hora y poco que duró el encuentro.
El presentador, perplejo, abatido y colgado,
calcado a como se siente un arco iris,
recluido en una jaula,
abrió y cerró el acto literario.
Leopoldo María Panero, leyó un par de poemas
y después dijo
lo que le iba fluyendo de los huevos.
Llenó la sala de humo,
y por dos veces abandonó el estrado,
no sin antes anunciar,
que las ganas que tenía de mear
era su asunto más puntual y prioritario.
Con su cabello empinado
como un cepillo de escarpias,
su figura escuchimizada,
y su mirada ardiendo en el infierno que le envuelve,
Leopoldo María Panero,
dio una clase magistral de humanidad,
dejando al descubierto
las indecencias y las miserias de los manicomios,
ante un tipo como yo,
hecho un adefesio urbano y terminal,
y un público entregado y atado
a esta camisa de fuerza que es la vida.
Leopoldo María Panero,
aún a sabiendas que estás en tu derecho o torcido
de mandarme a la mierda pura, dura y madura,
en el día de hoy
me has dado más motivos para seguir viviendo
como vivo,
y para seguir escribiendo, lo que escribo.
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Poema publicado el 12 de Mayo de 2012
Me he vestido de gala para la ocasión,
pero la madre de mis dos hijos, que no me quita ojo,
me dice que voy hecho un adefesio.
No me quiero perder, por nada del mundo,
la presencia en Valladolid
del poeta berciano, Leopoldo María Panero.
Directo del manicomio de Mondragón
a la Casa de Cultura Revilla,
con un loquero de compañero.
Oteó, a su manera,
el continente y el contenido de la sala,
se sentó, y como dicen en mi pueblo,
fumó más que un par de carreteros.
Séis cigarrillos, séis,
como séis soles, conté,
en la hora y poco que duró el encuentro.
El presentador, perplejo, abatido y colgado,
calcado a como se siente un arco iris,
recluido en una jaula,
abrió y cerró el acto literario.
Leopoldo María Panero, leyó un par de poemas
y después dijo
lo que le iba fluyendo de los huevos.
Llenó la sala de humo,
y por dos veces abandonó el estrado,
no sin antes anunciar,
que las ganas que tenía de mear
era su asunto más puntual y prioritario.
Con su cabello empinado
como un cepillo de escarpias,
su figura escuchimizada,
y su mirada ardiendo en el infierno que le envuelve,
Leopoldo María Panero,
dio una clase magistral de humanidad,
dejando al descubierto
las indecencias y las miserias de los manicomios,
ante un tipo como yo,
hecho un adefesio urbano y terminal,
y un público entregado y atado
a esta camisa de fuerza que es la vida.
Leopoldo María Panero,
aún a sabiendas que estás en tu derecho o torcido
de mandarme a la mierda pura, dura y madura,
en el día de hoy
me has dado más motivos para seguir viviendo
como vivo,
y para seguir escribiendo, lo que escribo.
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