El Último amor
Poema publicado el 10 de Noviembre de 2008
I
Amor mÃo, amor mÃo.
Y la palabra suena en el vacÃo. Y se está solo.
Y acaba de irse aquella que nos querÃa. Acaba de salir. Acabamos de oÃr cerrarse la puerta.
TodavÃa nuestros brazos están tendidos. Y la voz se queja en la garganta.
Amor mÃo...
Cállate. Vuelve sobre tus pasos. Cierra despacio la puerta, si es que
no quedó bien cerrada.
Regrésate.
Siéntate ahÃ, y descansa.
No, no oigas el ruido de la calle. No vuelve. No puede volver.
Se ha marchado, y estás solo.
No levantes los ojos para mirarlo todo, como si en todo aún estuviera.
Se está haciendo de noche.
Ponte asÃ: tu rostro en tu mano.
Apóyate. Descansa.
Te envuelve dulcemente la oscuridad, y lentamente te borra.
TodavÃa respiras. Duerme.
Duerme si puedes. Duerme poquito a poco, deshaciéndote, desliéndote
en la noche que poco a poco te anega.
¿No oyes? No, ya no oyes. El puro
silencio eres tú, oh dormido, oh abandonado,
oh solitario.
¡Oh, si yo pudiera hacer que nunca más despertases!
II
Las palabras del abandono. Las de la amargura.
Yo mismo, sÃ, yo y no otro.
Yo las oÃ. Sonaban como las demás. Daban el mismo sonido.
Las decÃan los mismos labios, que hacÃan el mismo movimiento.
Pero no se las podÃa oÃr igual. Porque significan: las palabras
significan. Ay, si las palabras fuesen sólo un suave sonido,
y cerrando los ojos se las pudiese escuchar en el sueño...
Yo las oÃ. Y su sonido final fue como el de una llave que se cierra.
Como un portazo.
Las oÃ, y quedé mudo.
Y oà los pasos que se alejaron.
VolvÃ, y me senté.
Silenciosamente cerré la puerta yo mismo.
Sin ruido. Y me senté. Sin sollozo.
Sereno, mientras la noche empezaba.
La noche larga. Y apoyé mi cabeza en mi mano.
Y dije...
Pero no dije nada. Movà mis labios. Suavemente, suavÃsimamente.
Y dibujé todavÃa
el último gesto, ese
que yo ya nunca repetirÃa.
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Poema publicado el 10 de Noviembre de 2008
I
Amor mÃo, amor mÃo.
Y la palabra suena en el vacÃo. Y se está solo.
Y acaba de irse aquella que nos querÃa. Acaba de salir. Acabamos de oÃr cerrarse la puerta.
TodavÃa nuestros brazos están tendidos. Y la voz se queja en la garganta.
Amor mÃo...
Cállate. Vuelve sobre tus pasos. Cierra despacio la puerta, si es que
no quedó bien cerrada.
Regrésate.
Siéntate ahÃ, y descansa.
No, no oigas el ruido de la calle. No vuelve. No puede volver.
Se ha marchado, y estás solo.
No levantes los ojos para mirarlo todo, como si en todo aún estuviera.
Se está haciendo de noche.
Ponte asÃ: tu rostro en tu mano.
Apóyate. Descansa.
Te envuelve dulcemente la oscuridad, y lentamente te borra.
TodavÃa respiras. Duerme.
Duerme si puedes. Duerme poquito a poco, deshaciéndote, desliéndote
en la noche que poco a poco te anega.
¿No oyes? No, ya no oyes. El puro
silencio eres tú, oh dormido, oh abandonado,
oh solitario.
¡Oh, si yo pudiera hacer que nunca más despertases!
II
Las palabras del abandono. Las de la amargura.
Yo mismo, sÃ, yo y no otro.
Yo las oÃ. Sonaban como las demás. Daban el mismo sonido.
Las decÃan los mismos labios, que hacÃan el mismo movimiento.
Pero no se las podÃa oÃr igual. Porque significan: las palabras
significan. Ay, si las palabras fuesen sólo un suave sonido,
y cerrando los ojos se las pudiese escuchar en el sueño...
Yo las oÃ. Y su sonido final fue como el de una llave que se cierra.
Como un portazo.
Las oÃ, y quedé mudo.
Y oà los pasos que se alejaron.
VolvÃ, y me senté.
Silenciosamente cerré la puerta yo mismo.
Sin ruido. Y me senté. Sin sollozo.
Sereno, mientras la noche empezaba.
La noche larga. Y apoyé mi cabeza en mi mano.
Y dije...
Pero no dije nada. Movà mis labios. Suavemente, suavÃsimamente.
Y dibujé todavÃa
el último gesto, ese
que yo ya nunca repetirÃa.
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