Cielo tras la borrasca
Poema publicado el 10 de Noviembre de 2008
De «La Excursión». Libro II
UN solo paso, que me libertó de los lÃmites
de aquel ciego vapor, abrió a mis ojos
un tan vivo esplendor como no viera nunca
el despierto sentido ni el alma en sus ensueños.
Fué la visión, de pronto desplegada,
una inmensa ciudad; se hubiera dicho
gran selva de edificios, hacia lo hondo
retirada de algún ilimitado abismo,
naufragando entre glorias, ya sin fin.
Fábricas parecÃan de diamantes y oro,
cúpulas de alabastro y argénteas agujas
y encendidas terrazas sobre terrazas, hacia
lo alto; aquÃ, apacibles, brillantes pabellones,
en avenidas; torres, allÃ, adornadas
de almenas, que en sus frentes incansables
sostenÃan los astros, luciente pedrerÃa.
La terrestre natura labraba aquel efecto
con la oscura materia de la borrasca, ya
apaciguada. En ella y en las cavernas y
en las faldas abruptas y en cresterÃas, donde
se habÃan los vapores retirado, fijando
su estancia bajo aquel cerúleo cielo.
¡Visión no imaginada! Nubes, nieblas,
arroyos, peñas húmedas y hierba de esmeralda,
nubes de cien colores y rocas y zafiro
de cielo: confundido, mezclado, en mutuo ardor,
fundido todo y componiendo,
todo en todo perdido, el asombroso adorno
de templo y ciudadela y palacio, y la ingente
y fantástica pompa de vagos edificios,
envueltos como en lana, en vastos pliegues...
Poema publicado el 10 de Noviembre de 2008
De «La Excursión». Libro II
UN solo paso, que me libertó de los lÃmites
de aquel ciego vapor, abrió a mis ojos
un tan vivo esplendor como no viera nunca
el despierto sentido ni el alma en sus ensueños.
Fué la visión, de pronto desplegada,
una inmensa ciudad; se hubiera dicho
gran selva de edificios, hacia lo hondo
retirada de algún ilimitado abismo,
naufragando entre glorias, ya sin fin.
Fábricas parecÃan de diamantes y oro,
cúpulas de alabastro y argénteas agujas
y encendidas terrazas sobre terrazas, hacia
lo alto; aquÃ, apacibles, brillantes pabellones,
en avenidas; torres, allÃ, adornadas
de almenas, que en sus frentes incansables
sostenÃan los astros, luciente pedrerÃa.
La terrestre natura labraba aquel efecto
con la oscura materia de la borrasca, ya
apaciguada. En ella y en las cavernas y
en las faldas abruptas y en cresterÃas, donde
se habÃan los vapores retirado, fijando
su estancia bajo aquel cerúleo cielo.
¡Visión no imaginada! Nubes, nieblas,
arroyos, peñas húmedas y hierba de esmeralda,
nubes de cien colores y rocas y zafiro
de cielo: confundido, mezclado, en mutuo ardor,
fundido todo y componiendo,
todo en todo perdido, el asombroso adorno
de templo y ciudadela y palacio, y la ingente
y fantástica pompa de vagos edificios,
envueltos como en lana, en vastos pliegues...
Versión de Mà rie Montand
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