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Versos escritos pocas millas mÁs allÁ de la abadÍa de tintern, al volver a las orillas del wye durante una excursiÓn - Poemas de William Wordsworth



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Versos escritos pocas millas mÁs allÁ de la abadÍa de tintern, al volver a las orillas del wye durante una excursiÓn
Poema publicado el 10 de Noviembre de 2008

Trece de julio de 1798
              
¡Cinco años han pasado y sus veranos
largos como inviernos! Y oigo de nuevo
estas aguas correr desde sus fuentes
con un suave murmullo. También veo
estas altas colinas escarpadas               
cuya imagen salvaje y solitaria
propicia solitarios pensamientos
y une el lugar con la quietud del cielo.
Por fin, hoy es el día en que descanso
bajo este oscuro árbol y contemplo               
que ahora, con sus frutos inmaduros,
visten un verde intenso y se abandonan
entre soto y maleza. Al cabo miro
estos setos escasos, más bien líneas               
de bosque asilvestrado, aquellas granjas
verdes hasta la puerta misma, el humo
que asciende silencioso entre los árboles
como el incierto aviso de un errante
buhonero de los bosques despoblados               
o cueva de ermitaño donde aguarda
alguien junto al hogar.

      Estas hermosas
formas, cuando era ausente, no me han sido
como un paisaje a la vista de un ciego
sino que a veces, en frías estancias
y entre el rumor de la ciudad, me han dado
en las horas de hastío la dulzura
que sentía en el pecho y en la sangre
y alcanzaba el más puro pensamiento               
con tranquilo reposo; sentimientos
de placer olvidado que tal vez
ejercen un influjo no pequeño
en la parte mejor del ser humano:
sus secretas, anónimas acciones               
de amor y de bondad. A ellos creo
deber un don de aspecto más sublime,
ese bendito estado en que el objeto
del misterio y la onerosa carga
que compone este mundo incomprensible
se aligeran; estado más sereno
en el que los afectos nos conducen
con suavidad, hasta que el terco aliento
de este cerco corpóreo e incluso
el movimiento de la sangre casi
parecen detenerse y llega el sueño
del cuerpo, la vigilia de las almas:
cuando, el ojo calmado por el orden
yel poder de la alegría, contemplamos
la vida de las cosas.
              
      Si ésta es vana
creencia, sin embargo qué a menudo
en la penumbra o en las formas múltiples
de una luz sin viveza o en la estéril
impaciencia y la fiebre de este mundo,               
he sentido en mi pulso su dominio;
¡qué a menudo, en espíritu, me he vuelto
hacia ti! ¡Wye silvestre, que entre bosques
caminas, cuánto ha vuelto a ti mi espíritu!
Y ahora, con destellos de un agónico
pensamiento y sus débiles recuerdos
y un algo de perpleja pesadumbre,
la imagen de la muerte resucita:
no sólo mueve aquí mi pensamiento
el presente placer sino la idea               
de que este instante nutrirá los años
por venir. Pues esto oso esperar
aunque sea distinto del que fui
cuando por vez primera visité
estas colinas, como un corzo anduve               
por montañas y arroyos solitarios,
donde Naturaleza me dictase:
era más una huida que una búsqueda.
Pues la Naturaleza entonces (idos
mis salvajes placeres de la infancia,               
sus alegres mociones animales)
lo era todo en mi seno; no sabría
decir quién era yo: la catarata
suponía un hechizo; los peñascos,
las cumbres, el profundo, oscuro bosque,               
sus colores y formas, provocaban
una sed, un amor, un sentimiento
ajeno a los encantos más remotos
de la idea ya todo otro interés
que el del mundo visible. Ya ha pasado               
ese tiempo y no viven su alegría
y su inquieto arrebato. Sin embargo,
no encuentro en mí lamento ni desmayo:
otros dones compensan esta pérdida
pues hoy sé contemplar Naturaleza               
no con esa inconsciencia juvenil
sino escuchando en ella la nostálgica
música de lo humano, que no es áspera
pero tiene el poder de castigar
y procurar alivio. Y he sentido               
un algo que me aturde con la dicha
de claros pensamientos: la sublime
noción de una simpar omnipresencia
cuyo hogar es la luz del sol poniente
y el océano inmenso, el aire vivo,               
el cielo azul, el alma de los hombres;
un rapto y un espíritu que empujan
a todo cuanto piensa, a todo objeto
y por todo discurren. De este modo,
soy aún el amante de los bosques               
y montañas, de todo cuanto vemos
en esta verde tierra: el amplio mundo
de oído y ojo, cuanto a medias crean
o perciben, contento de tener
en la Naturaleza y los sentidos               
el ancla de mis puros pensamientos,
guardián, guía y nodriza de mi alma               
y de mi ser moral.

Si hubiese sido
instruido de otro modo, sufriría               
aún más la decadencia de mi espíritu;
pero tú estás conmigo en esta orilla,
mi más amada, más querida Amiga,
y en tu voz recupera aquel lenguaje
mi antiguo corazón y leo aquellos               
placeres en la lumbre temblorosa
de tus ojos. ¡Oh, sólo por un rato
puedo ver en tus ojos al que fui,
querida hermana! Y rezo esta oración
sabiendo que jamás Naturaleza
traiciona al que la ama; es privilegio
suyo guiarnos siempre entre alegrías
a través de los años, darle forma
a la vida que bulle y expresarla
con quietud y belleza, alimentarla               
con claros pensamientos de tal modo
que ni las malas lenguas, la calumnia,
la mofa o el saludo indiferente
o el tedioso transcurso de la vida
nos venzan o perturben nuestra alegre               
fe en que todo cuanto contemplamos
es bendito. Así, deja a la luna               
brillar en tu paseo solitario
y soplar sobre ti los neblinosos
vientos; que al cabo de los años, cuando               
este éxtasis madure en un placer
más sobrio y tu cabeza dé cobijo
a toda forma hermosa que haya habido,
tu memoria será perfecto albergue
de bellas armonías. Oh, entonces,              
si miedo, soledad, dolor o angustia
te asedian, ¡qué consuelo, qué entrañable
alegría podrá darte el recuerdo
de estos consejos míos! Y si entonces
estoy donde no pueda ya escuchar               
tu voz ni ver tus ojos refulgentes
con la vida pasada, tú podrás
recordar que en la orilla de este río
unidos estuvimos y que yo,
adorador de la Naturaleza,               
llegué hasta aquí gozoso en tal servicio,
incluso con mayor celo y amor
santo. Y también recordarás
que tras los muchos viajes, muchos años
de ausencia estos peñascos y estos bosques
y esta escena bucólica me fueron
amables por sí mismos y por ti.

              

Versión de Gabriel Insausti

              

              




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