MonÓlogo para casandra
Poema publicado el 10 de Noviembre de 2008
Soy yo, Casandra.
Y ésta es mi ciudad bajo las cenizas.
Y éste es mi bastón y éstas mis cintas de profeta.
Y ésta es mi cabeza llena de dudas.
Es verdad, triunfo.
Mi cordura llegó a golpear el cielo con un rojo resplandor.
Sólo los profetas que no son creÃdos
tienen esas vistas.
Sólo aquellos que empezaron a hacer mal las cosas,
y todo podrÃa haberse cumplido tan pronto
como si nunca hubieran existido.
Ahora recuerdo con claridad
cómo la gente, al verme, callaba en mitad de la frase.
La risa se cortaba.
Se separaban las manos.
Los niños corrÃan hacia sus madres.
Ni siquiera conocÃa sus efÃmeros nombres.
Y esa canción sobre la hoja verde...
nadie la terminó en mi presencia.
Yo los amaba.
Pero los amaba desde lo alto.
Desde encima de la vida.
Desde el futuro. Un lugar siempre hay vacÃo
de donde qué más fácil que divisar la muerte.
Lamento que mi voz fuera áspera.
MÃrense desde las estrellas -gritaba-,
mÃrense desde las estrellas.
Me oÃan y bajaban la mirada.
VivÃan en la vida.
Llenos de miedo.
Condenados.
Desde que nacÃan en cuerpos de despedida.
Pero habÃa en ellos una húmeda esperanza,
una llama que se alimentaba con su propio parpadeo.
Ellos sabÃan qué era un instante,
fuera el que fuera
antes de que...
Yo tenÃa razón.
Sólo que eso no significa nada.
Y éstas son mis ropas chamuscadas.
Y éstos, mis trastos de profeta.
Y ésta, la mueca de mi rostro.
Un rostro que no sabÃa que pudiera ser hermoso.
Poema publicado el 10 de Noviembre de 2008
Soy yo, Casandra.
Y ésta es mi ciudad bajo las cenizas.
Y éste es mi bastón y éstas mis cintas de profeta.
Y ésta es mi cabeza llena de dudas.
Es verdad, triunfo.
Mi cordura llegó a golpear el cielo con un rojo resplandor.
Sólo los profetas que no son creÃdos
tienen esas vistas.
Sólo aquellos que empezaron a hacer mal las cosas,
y todo podrÃa haberse cumplido tan pronto
como si nunca hubieran existido.
Ahora recuerdo con claridad
cómo la gente, al verme, callaba en mitad de la frase.
La risa se cortaba.
Se separaban las manos.
Los niños corrÃan hacia sus madres.
Ni siquiera conocÃa sus efÃmeros nombres.
Y esa canción sobre la hoja verde...
nadie la terminó en mi presencia.
Yo los amaba.
Pero los amaba desde lo alto.
Desde encima de la vida.
Desde el futuro. Un lugar siempre hay vacÃo
de donde qué más fácil que divisar la muerte.
Lamento que mi voz fuera áspera.
MÃrense desde las estrellas -gritaba-,
mÃrense desde las estrellas.
Me oÃan y bajaban la mirada.
VivÃan en la vida.
Llenos de miedo.
Condenados.
Desde que nacÃan en cuerpos de despedida.
Pero habÃa en ellos una húmeda esperanza,
una llama que se alimentaba con su propio parpadeo.
Ellos sabÃan qué era un instante,
fuera el que fuera
antes de que...
Yo tenÃa razón.
Sólo que eso no significa nada.
Y éstas son mis ropas chamuscadas.
Y éstos, mis trastos de profeta.
Y ésta, la mueca de mi rostro.
Un rostro que no sabÃa que pudiera ser hermoso.
De "Mil alegrÃas -Un encanto-" 1967 Versión de Abel A. Murcia
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