Después de la muerte de la madre que me parió, el cordón se rompió definitivamente y el velero partió con ansias de recorrer el mundo. En el viaje hacia la libertad las frases salieron para atenuar el dolor y el desgarro. En Londres me ponía a escribir subido a una escalera, detrás de una cama antigua de nobles maderas apuntalada en la esquina de la pared, la cabecera de la misma me hacia de mesa. En aquella esquina, elevado y fuera de la vista de los que entraban y salían del salón principal de la casa, cerrado a la luz del día, escribía sobre folios del Euskal Etxea que había cogido del Centro Ibérico.
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