En el tercer aniversario (a sandra)
Poema publicado el 28 de Septiembre de 2016
Me lo ha abierto -se lo pedí
a ese pequeño demonio complaciente-,
mirado con piedad e indulgencia
no exentas de malicia alegre.
Del bar, aún conllevo el perfume
que irradiaban mis lánguidos cabellos,
un punto de brasa aún crepita
del discreto ardor de esos paseos.
La charla no embotaba mis sentidos,
sirviéronme la esencia de Colombia,
negro néctar a mi paladar,
y arpegios en la estancia bullidora.
Latía el reloj segundos trémulos,
atusábame el bigote de marqués,
Don Juan y Bradomín me contemplaban
incrédulos y atentos a una vez.
Incauta, recelaba Artemisa;
prudente, Afrodita suspiraba;
los buenos compañeros reunidos
de aliento y temple me empapaban.
¡No había qué inmolar, desconocía
de hecatombes que fueran necesarias:
me amparaba la holgura y la alegría,
la inopia absoluta de venganzas,
despechos, requiebros o porfías,
fracasos, desvelos ni fantasmas!
Mi cota presumía de imbatida
-blanco el escudo delataba-;
encomendándome a ella partía
dejando atrás la asombrada plaza.
Viajando en tus entrañas, ¡oh, querida
ciudad, que me brindaste grata
calles que admirase el gran Darío!,
viajando, la hora me cercaba.
Y me atrapó, cual hoy me atrapa
el hechizo perdurable de esa tarde,
tarde cada día más tardana
en volar deshecha, difusa en el aire...
De todas las quimeras, recuerdo
con pasión, la de besarte...
¡Y es que dudo si era yo, el que tenía
envidiosos del mundo a los amantes!
Grabé en la memoria, intactos,
el tiempo, el lugar, el gesto,
y sin embargo...
¡no puedo decirte a qué sabía,
el gusto del amor, lo he olvidado!
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Poema publicado el 28 de Septiembre de 2016
Me lo ha abierto -se lo pedí
a ese pequeño demonio complaciente-,
mirado con piedad e indulgencia
no exentas de malicia alegre.
Del bar, aún conllevo el perfume
que irradiaban mis lánguidos cabellos,
un punto de brasa aún crepita
del discreto ardor de esos paseos.
La charla no embotaba mis sentidos,
sirviéronme la esencia de Colombia,
negro néctar a mi paladar,
y arpegios en la estancia bullidora.
Latía el reloj segundos trémulos,
atusábame el bigote de marqués,
Don Juan y Bradomín me contemplaban
incrédulos y atentos a una vez.
Incauta, recelaba Artemisa;
prudente, Afrodita suspiraba;
los buenos compañeros reunidos
de aliento y temple me empapaban.
¡No había qué inmolar, desconocía
de hecatombes que fueran necesarias:
me amparaba la holgura y la alegría,
la inopia absoluta de venganzas,
despechos, requiebros o porfías,
fracasos, desvelos ni fantasmas!
Mi cota presumía de imbatida
-blanco el escudo delataba-;
encomendándome a ella partía
dejando atrás la asombrada plaza.
Viajando en tus entrañas, ¡oh, querida
ciudad, que me brindaste grata
calles que admirase el gran Darío!,
viajando, la hora me cercaba.
Y me atrapó, cual hoy me atrapa
el hechizo perdurable de esa tarde,
tarde cada día más tardana
en volar deshecha, difusa en el aire...
De todas las quimeras, recuerdo
con pasión, la de besarte...
¡Y es que dudo si era yo, el que tenía
envidiosos del mundo a los amantes!
Grabé en la memoria, intactos,
el tiempo, el lugar, el gesto,
y sin embargo...
¡no puedo decirte a qué sabía,
el gusto del amor, lo he olvidado!
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