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Un poema para las islas. - Poemas de André Degel Dewil



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Un poema para las islas.
Poema publicado el 08 de Mayo de 2014

Así es la historia de la grandeza de la humanidad toda,
todos son grandes porque todos son hijos de las estrellas,
de los árboles y de la mar,
donde unos se deleiten con las rocas y el bramar de las olas
y otros se apacientan con el zumo de las cortezas.

He visto lobeznos enfermizos siendo llevados con desesperación
por las lobas a ser nutridos y perderse
en la cercanía de los vientres de sus madres
y otros exuberantes de salud ser abandonados para perecer.

He mirado a mis alrededores buscando en el viento
y en la bruma matutina
para encontrar los justos ojos sabios de la madre naturaleza
y poder así leer las razones de esa realidad,
al encontrar siempre las gotas de lluvia secadas por el sol de la tarde,
ya sin nada para llevarse al día siguiente.

Por más que gritemos para que se abriguen los aturdidos
por los sonidos de los truenos,
no alcanzarán casi nunca asir los peldaños al interior de los fortines,
ni sanarse con las austeras raciones del silencio,
solo podemos prender siros a su desesperación de recuerdos.

Sumidos en las cimas de montañas azules,
inquiriendo la desesperación de los sufrientes,
solo podemos constatar que sus padres
conocían de los mismos senderos difíciles,
aquellas cuestas empinadas y barrancos rocosos
para constatar
que esos mismos padres,
por razones más allá de nuestra humildad,
nos equiparon a cada uno también,
de cuerdas, lazos y picos
para ascender nuestro propia camino.

Aunque las marejadas amenacen inundar
las costas de nuestros legados
y las lanzas pueden alistarse
para repelar la arremetida de las hordas,
aun así deben estar siempre abiertos
los portales de las aldeas
hasta cuando pueda sea salvo
el último de los perdidos en la luz
de la abundancia.

Así sabe el hombre sea el camino del caminante
de ojos con luz del atardecer,
arrastrando corrientes de ayer y mañana.
Va y se asoma desde los torreones
de la Basílica de Quito
y ve desaparecer los nubarrones de los cascos.
Vuelve a bajar
y sabe que el peso que empuja
no es más que una caída de pluma de cóndor.
Abra la mano para vaciar la esperanza
en el regazo del llanto
del niño desconocido por el día.
Se ajusta el arnés de piedras y árboles
en el rio de su espalda
y espera que los frutos
que el camino esparce durante su caminar
alimenta los vacíos
de los que desconocen.

Ser maeso de Galápagos es una exclusión del tiempo
y la creación para los que tienen ojos para ver
y vorágine insaciable para los lleno de gula que son vacíos.
Aquí la palabra no tiene eco
en los de pensamientos sin vida ni fundamento,
solo lamentaciones.
El eco de las palabras vacías
rebote al interior de las grietas de las rocas de basalto
mientras que el silencio de cada día
abriga esperanza de nuevos nacimientos.

La misma ley rige para todo parroquiano de estas tierras,
estos lares canten loores al justo
cuando duerme en su petate prohibido o en su hamaca.
Es curioso que aquí el artesano
no tienen gobernador
ni hay secretario de estado para ellos en Carondelet
y los presidentes del país rechacen sus presentes.

En Galápagos el pueblo aun no es nacido de la tierra
porque ni sus canticos son de su cieno,
ni su danza de los elementales,
ni del agua, tierra, fuego, aire o de la vida.
En Galápagos aún no se enhebra
el comer con dioses de las islas
ni hay sangre de humanos que la reclamen
porque no conocen el templo para iniciarlos.

No es ser guía de Galápagos lo que cuenta
sino ser guía de la madre naturaleza de esas islas
cuyo nombre no es Galápagos.
No es ser ciudadano de Galápagos lo que cuenta,
sino ser ciudadano de este escorzo en la creación lo que es realidad.
No es ser cantante o danzante en Galápagos lo que cuenta,
sino ser instrumento del viento de sus mares
y baile de los tambores de sus entrañas,
los que pintaran la vida.
No son Galápagos las instituciones demasiadas
que la aturden y atosigan,
sino el silencio hondo
en las sesiones del templo.

No es Galápagos un silencio científico,
sino un bramido desde el principio.
Los lobeznos marinos lloran eternamente su madre,
hasta que sus huesos blanquean las arenas rojas de la playa.
En Galápagos no podrá haber pueblo,
ni música, ni danza, ni autóctonos,
hasta que surge su Templo de las arenas de sus costas,
para qué en ella se bautice los guerreros de la voz.
En Galápagos no se trata de ser guía o autóctono
o nativo del vacío que nos ha legado el silencio,
ellos solo son reflexiones del pensamiento.

Galápagos jamás terminara de nacer,
sin que nazca su gente de sus entrañas.
No será jamás estas islas en la realidad del presente
hasta que se sumerge en la claridad del mar
de sus ensenadas a sus hijos nacidos de sus entrañas
y se oye la música de sus vientos
y su danza la verdad de su madre.
Galápagos nunca será nacida en el presente
sin que sus hijos tejen sus colores
y sus artesanos laboren su faz.

Hay el templo de la madre naturaleza de estas islas
y los seres que la construyeron hace tiempo
que desandan sus trochas
y llaman a despertar los augures y arcanos.

Nuestra madre de esta naturaleza mire
y espera escuchar el primer llanto de sus nacidos,
espera escuchar la música de sus lares,
quiere ver la danza de la vida
y la danza de su realidad
y la danza del día y del mañana.

Está esperando que le dirijan las poesías
y prosas arrancadas de los cielos.
Le ha dado nombres al mundo
y le ha dado nombre a la vida de las islas
y quiere escuchar por fin murmurar su nombre
en un canto que venga de un corazón inocente y puro.

Galápagos no es solo todo lo sordo y ciego,
es el origen de la tierra
y las enseñanzas del principio
el retorno,
de todos los seres.

André 2013


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