Desilucion
Poema publicado el 07 de Junio de 2010
Desilusión Por: Baudilio Liriano Chávez
Si no hubiera entre los labios tantos gritos apagados;
tantas marchas inconclusas y convenios fallidos,
la batalla por la libración de los pueblos oprimidos
reluciera. Fuera este un camino de pasos consumados.
Yo también me inscribiera en la lista de soldados
que emprenden el camino de la vida o de la muerte.
Me lanzara sin importar lo que fuera de mi suerte,
a quitar la bota usurpadora de opresores y malvados.
Águilas se volvieran mis versos, para divisar
la injusticia desde arriba, y lanzar encendida
flecha al opresor, que a los sin voz olvida.
¡Que en su afán por el poder, todo quiere arrebatar!
Con voz fuerte gritara en contra de los imperios
que le chupan a los pueblos la sangre de sus arterias
y en mis versos negara las inútiles periferias:
geográficos rediles cuyas razones son misterios.
¡Pero es en vano! Nos acostumbramos a ser esclavos
y arrastramos la conformidad en las cadenas del tiempo.
No hay unidad: ni en el campo, la montaña o el templo.
En nuestras propias manos hincamos los punzantes clavos.
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Poema publicado el 07 de Junio de 2010
Desilusión Por: Baudilio Liriano Chávez
Si no hubiera entre los labios tantos gritos apagados;
tantas marchas inconclusas y convenios fallidos,
la batalla por la libración de los pueblos oprimidos
reluciera. Fuera este un camino de pasos consumados.
Yo también me inscribiera en la lista de soldados
que emprenden el camino de la vida o de la muerte.
Me lanzara sin importar lo que fuera de mi suerte,
a quitar la bota usurpadora de opresores y malvados.
Águilas se volvieran mis versos, para divisar
la injusticia desde arriba, y lanzar encendida
flecha al opresor, que a los sin voz olvida.
¡Que en su afán por el poder, todo quiere arrebatar!
Con voz fuerte gritara en contra de los imperios
que le chupan a los pueblos la sangre de sus arterias
y en mis versos negara las inútiles periferias:
geográficos rediles cuyas razones son misterios.
¡Pero es en vano! Nos acostumbramos a ser esclavos
y arrastramos la conformidad en las cadenas del tiempo.
No hay unidad: ni en el campo, la montaña o el templo.
En nuestras propias manos hincamos los punzantes clavos.
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