Retrato de mi mente oculta
Poema publicado el 26 de Noviembre de 2010
La tierra se estremece, los árboles sollozan
y el agua del río temblando habla la deshonra:
Pugna en los cielos azules e inmensos, más inmensos
por estos versos. Un sol que no madruga, que no
madruga gracias a la luna triste y temerosa.
Eclipse lunar sobre un bosque distante. Eclipse
solar sobre un bosque que arde. Y esos animales,
habitantes extraviados, inocentes vírgenes
ausentes, tratan de ocultarse en la hierba perezosa,
madriguera sepulcral, odio rencoroso
al salmo de la luna y unas almas melancólicas
a la ausencia del sol. Se escucha un canto a lo lejos,
voz aguda, pasos repletos, mas no es una canción
la que hace bailar los tímpanos aislados sino
es un llanto, un llanto que emerge de las tinieblas
naturales. Ahí, entre los pinos bisexuales,
como aislado, como tiritando, yace una cría,
enferma según los árboles, demente según
la tarde. Como un niño. Llora como un niño,
se queja de un dolor crepuscular, no por las lágrimas
del astro nocturno, tampoco es por el sol oculto
sino es la ausencia de la luz diurna la que impide
volar hacia el infinito, hacia el horizonte donde
los montes parecen delinear las nubes, donde
el cuerpo descansa y el fuego del futuro eterno
parece encender su bramido, siendo seguro.
Pero no es así la realidad acerba de frutos,
por ello la cría sigue como quejándose,
recordando los momentos cuando aquella luz
que anhela le rozaba las alas y le apoyaba.
Pues no existe nada más deplorable
que recordar los instantes de gloria
cuando uno yace ya en plena miseria.
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Poema publicado el 26 de Noviembre de 2010
La tierra se estremece, los árboles sollozan
y el agua del río temblando habla la deshonra:
Pugna en los cielos azules e inmensos, más inmensos
por estos versos. Un sol que no madruga, que no
madruga gracias a la luna triste y temerosa.
Eclipse lunar sobre un bosque distante. Eclipse
solar sobre un bosque que arde. Y esos animales,
habitantes extraviados, inocentes vírgenes
ausentes, tratan de ocultarse en la hierba perezosa,
madriguera sepulcral, odio rencoroso
al salmo de la luna y unas almas melancólicas
a la ausencia del sol. Se escucha un canto a lo lejos,
voz aguda, pasos repletos, mas no es una canción
la que hace bailar los tímpanos aislados sino
es un llanto, un llanto que emerge de las tinieblas
naturales. Ahí, entre los pinos bisexuales,
como aislado, como tiritando, yace una cría,
enferma según los árboles, demente según
la tarde. Como un niño. Llora como un niño,
se queja de un dolor crepuscular, no por las lágrimas
del astro nocturno, tampoco es por el sol oculto
sino es la ausencia de la luz diurna la que impide
volar hacia el infinito, hacia el horizonte donde
los montes parecen delinear las nubes, donde
el cuerpo descansa y el fuego del futuro eterno
parece encender su bramido, siendo seguro.
Pero no es así la realidad acerba de frutos,
por ello la cría sigue como quejándose,
recordando los momentos cuando aquella luz
que anhela le rozaba las alas y le apoyaba.
Pues no existe nada más deplorable
que recordar los instantes de gloria
cuando uno yace ya en plena miseria.
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