Sueño marítimo
Poema publicado el 26 de Noviembre de 2010
Despertando, la mañana
despierta lenta conmigo.
Todo sobre la isla carmesí
al parecer es un sueño,
es un sueño en este crepúsculo
matinal donde los colibríes
son de azúcar morena
y los barcos atraviesan
los recuerdos marineros
en los cielos oceánicos,
navegando sin tregua
y los hombres amorosos
que cuelgan sus corazones
en los párpados de la isla
negra, sucumben la alegría
emanada por las colinas
de sus
ojos
elegantes y vestidos
de corales y de flores
amarillas que germinan
en los bordes desdibujados
de esta isla escarlata, viva
y fugaz como un Pegaso
que galopa por los aires
de Roma. El mar, inmenso
de sombras azules, costas
blancas y arrecifes plenos
en la luz del sol que es una
concha
prima
encendida y calcinada
como los sueños en la fogata.
Frenética en la terraza,
una mujer, una niña
clama, y allá desde lo lejos
apenas y se percibe
el color de aquella selva
pintada y un hombre, el capitán
del sueño, fuma a caladas
una pipa de humos blancos,
las lanchas de los pescadores
hambrientos
de espejismos,
de peces frescos
y la gaviota que vuela
acompañando a los viejos
unicornios ya cansados
por aquel hedor a humedad
de aquella playa dormida.
Y al final de la mañana,
las palmas, los hombres y
los mares calmados se
desbaratan en la oscuridad
de esta mente sonámbula.
Y, como si el frío viento
me acariciara las rodillas,
vuelvo a despertar del sueño
matinal y con él se viene
la soñadora mañana
recordando y anhelando
un nuevo sueño
en la isla,
sobre aquel manantial de
mi irrealidad marítima.
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Poema publicado el 26 de Noviembre de 2010
Despertando, la mañana
despierta lenta conmigo.
Todo sobre la isla carmesí
al parecer es un sueño,
es un sueño en este crepúsculo
matinal donde los colibríes
son de azúcar morena
y los barcos atraviesan
los recuerdos marineros
en los cielos oceánicos,
navegando sin tregua
y los hombres amorosos
que cuelgan sus corazones
en los párpados de la isla
negra, sucumben la alegría
emanada por las colinas
de sus
ojos
elegantes y vestidos
de corales y de flores
amarillas que germinan
en los bordes desdibujados
de esta isla escarlata, viva
y fugaz como un Pegaso
que galopa por los aires
de Roma. El mar, inmenso
de sombras azules, costas
blancas y arrecifes plenos
en la luz del sol que es una
concha
prima
encendida y calcinada
como los sueños en la fogata.
Frenética en la terraza,
una mujer, una niña
clama, y allá desde lo lejos
apenas y se percibe
el color de aquella selva
pintada y un hombre, el capitán
del sueño, fuma a caladas
una pipa de humos blancos,
las lanchas de los pescadores
hambrientos
de espejismos,
de peces frescos
y la gaviota que vuela
acompañando a los viejos
unicornios ya cansados
por aquel hedor a humedad
de aquella playa dormida.
Y al final de la mañana,
las palmas, los hombres y
los mares calmados se
desbaratan en la oscuridad
de esta mente sonámbula.
Y, como si el frío viento
me acariciara las rodillas,
vuelvo a despertar del sueño
matinal y con él se viene
la soñadora mañana
recordando y anhelando
un nuevo sueño
en la isla,
sobre aquel manantial de
mi irrealidad marítima.
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