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No llegaré a edemburga - Poemas de Irmina Serrano Estévez



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No llegaré a edemburga
Poema publicado el 01 de Marzo de 2024

I MUROS

No llegaré, Sombra amada;
no llegaré a Edemburga si no cede la noche,
si no cede a los muros que la encierran.
Si el infinito techo me obsequiara
con tan sólo uno de sus amaneceres
—como en un imaginar de criaturas—,
me daría por más que complacida.
Pero no llegaré si no cede la noche,
si no cede a los muros que la encierran.
¡Ceda la noche, demando, pido, solicito,
oh, a este excesivo adormecerse de lo vivo!
Soy presa del sombrío que se ha desatado
y que muy lejos de extinguirse
parece aún más agrandarse…
¡Qué desmesura! ¡Qué ceguedad!
¿Y en dónde se ha recogido el astro
ese que Edemburga entera enciende,
ese que nunca dejaba de encontrarme
y de arrojar sobre mí sus llamaradas?
No llegaré, Sombra amada;
no llegaré a Edemburga si no cede la noche,
si no cede a los muros que la encierran.
Caigo de lo alto del puente
que no he de cruzar jamás ni nunca,
pues la noche sigue entera, dura,
tan porfiada en su comodidad oscura
que ya he caído yo del puente sin subirlo.
Levanto el pescuezo como puedo,
la cerviz giro hacia Edemburga.
Y me incorporo toda alborotada, viva, viva…
Y subo el puente, subo, subo…
Me solivianta saber que nadie ve ni mira,
que sólo anochecer hay sobre las frentes.
¿Pero qué puedo hacer? ¿Qué hago?
Subo, subo el puente —cien mil veces me despeñe—.
O no llegaré…
No llegaré a Edemburga si no cede la noche,
si no cede a los muros que la encierran.

II MUROS

Detrás de los muros, madre,
me espera la dorada tierra de mi infancia.
Llegaré a Edemburga, madre, llegaré.
Besaré la tierra.
Y me lanzaré a las aguas cogida de tu mano,
porque sin distancia no hay memoria.
Furioso es el paso que me lleva
al regazo donde dormida me despierte.
Me obviaran —¡qué poco importa!—
todos aquellos que no sueñan.
Tú soñaras….
Y, en tanto, irás zurciendo
los desgarrones de mi alma.
Nada te sobrará de ella,
nada echarás a un lado.
¡Velera, velera!
¿Y tus vestidos de blonda y raso, madre?
Acuérdate, acuérdate…
Salvaré, padre, los restos de aquellos muros
que los tiempos construyendo fueron.
Veré la tierra dorada y prodigiosa.
Besaré la tierra de mi infancia.
Padre, compondrás las velas del alma.
¡Cuánto contento verlas nuevas!
¡Ay!, a lo mejor un día
me dibujarás la luna sobre azul acero.
Y cada vez que te mire, padre, padre,
me asombrará el pulso de tus manos.
Llegaré a Edemburga, padre, llegaré.

III ARISTAS

«Genus inritabile vatum»
Horacio, Epístola a los pisones, 365

Mi imaginación no entiende de temple,
sólo de aristas —de tantas como cuantas sean
en una única idea—. ¡Ya me cuidaré de mí!
No conocería las claves de ajenas reflexiones
si no fuera por mi condición de poeta.
«Poétisse», me dices. ¡Esa exagerada condición!
¡Cómo decirte que el sentir que arranca feble
en su empeño por no hacerse descubrir,
y que prosigue —bendito él— con el énfasis del miedo,
ha venido siempre a turbar la quietud de mis labios
y a dar razones para la confusión y el desprecio!
¿Cómo decirte?
¿Te parece que ya en nada crea, Sombra amada,
aparte de en las deidades que me habitan?
Mi imaginación no entiende de temple,
sólo de aristas —de tantas como infinitas sean
en una única idea—. ¡Ya me cuidaré de mí!
Regresaré a Edemburga, regresaré.

IV VERSOS

No queda más que mi llegada, ¡santo cielo!,
a esos muros derribados, ¡ay, tan míos!
Y cuando tras de mí volver a verlos pueda,
tan crecidos que casi a Dios sorprendan
—quizá sólo Quevedo me adivine—,
entenderé que a Edemburga he llegado.
¿Qué será de estos versos después de todo,
¡ay!, si no queda camino en mi camino?
¡Importan! ¡Tanto importan!

V CREENCIAS

Alegrías bulliciosas han penetrado en mí.
Se han venido tan de repente,
tan de pronto se han venido
que he creído estar en Edemburga.
Misterio de todos los misterios
es la eufórica saudade que me acosa.
Los que conmigo fueron son ahora míos:
hermanos de mi misma cuna y sentimiento,
mis hermanos desde siempre.
¿Y en dónde se ha recogido el astro
ese que Edemburga entera enciende,
ese que nunca dejaba de encontrarme
y de arrojar sobre mí sus llamaradas?
Ha surgido en mis sueños tan de verdad
que he creído estar en Edemburga.
La luz ha descrito una parábola
en el pulido y negro fondo: flaca luna,
la luna más delgada que conozco.
Misterio de todos los misterios
es la eufórica saudade que me acosa.


Un fucilazo revienta:
ya ceden los muros de la noche.
¿Será que vuela el lobo
y aúlla el gavilán?
Estrellas de bronce y lunas de alabastro al cuello llevo.
Al cuello el cendal de oro, cristal y viento.
Llegar a Edemburga, llegar.


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