Oraje
Poema publicado el 01 de Marzo de 2024
Me he girado tontamente, y sin reparar en nada,
de repente, unas manos de felpa he sentido.
Una absurda gota de lluvia me inquieta al caer,
pues se ha traído alegremente hasta mis labios.
Pero ahora quiero beber del frío y transparente caldo
que arroja el bronce donde mi boca se posa.
Un largo chorro se desborda sólo para mí,
para calmar mi sed. Cae el agua con vértigo:
tan ágil, tan viva como el agua de un manantial.
Ahora te veo: creo que voy a desmayarme.
En un arrebato pones en mí tus manos afelpadas.
Me abanica el viento. Sé que mi cabello esta revuelto;
y el tuyo, algo largo, se ondula. El viento te abanica.
Agarras la jarra de loza pintada en azules
que no encontrabas, pues yo, en mi continuo despiste,
bajo el cidro que enfrente crece la había dejado.
Sí, había quedado al resguardo del oraje.
Una macabra gárgola de piedra gris te escupe:
se regocija de su diablura hecha con maldad.
Sobre la ménsula, un pajarillo piensa en escapar.
Desde lo que es un precipicio, la lluvia va bajando.
Envidiamos al pajarillo porque puede volar.
Las campanas se alegran de nuestra desdicha venidera.
¿Saben que reímos sin saber por qué lloramos?
No encuentro tus manos de felpa. No las siento.
Creo que la tarde es la medianoche.
Me resulta inconcebible estar bajo los cielos.
Me felicito por ello, pues puedo contemplar lo inmortal
de la naturaleza. Miro a lo lejos…
Un gigante dormido, en donde se despeñan
—las veo— cien mil piedras de mármol, parece roncar.
Ronca con una fuerza semejante a la del trueno…
Las piedras castigan al gigante dormido.
Yo me he entregado a la oración. Siento miedo.
Tú buscas el agua fría del manantial.
Tenemos vocación de enamorados.
En mi frente pintan las venas azules de mi padre.
Lo sé, lo sé… Me lo dicen siempre mis hermanos.
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Poema publicado el 01 de Marzo de 2024
Me he girado tontamente, y sin reparar en nada,
de repente, unas manos de felpa he sentido.
Una absurda gota de lluvia me inquieta al caer,
pues se ha traído alegremente hasta mis labios.
Pero ahora quiero beber del frío y transparente caldo
que arroja el bronce donde mi boca se posa.
Un largo chorro se desborda sólo para mí,
para calmar mi sed. Cae el agua con vértigo:
tan ágil, tan viva como el agua de un manantial.
Ahora te veo: creo que voy a desmayarme.
En un arrebato pones en mí tus manos afelpadas.
Me abanica el viento. Sé que mi cabello esta revuelto;
y el tuyo, algo largo, se ondula. El viento te abanica.
Agarras la jarra de loza pintada en azules
que no encontrabas, pues yo, en mi continuo despiste,
bajo el cidro que enfrente crece la había dejado.
Sí, había quedado al resguardo del oraje.
Una macabra gárgola de piedra gris te escupe:
se regocija de su diablura hecha con maldad.
Sobre la ménsula, un pajarillo piensa en escapar.
Desde lo que es un precipicio, la lluvia va bajando.
Envidiamos al pajarillo porque puede volar.
Las campanas se alegran de nuestra desdicha venidera.
¿Saben que reímos sin saber por qué lloramos?
No encuentro tus manos de felpa. No las siento.
Creo que la tarde es la medianoche.
Me resulta inconcebible estar bajo los cielos.
Me felicito por ello, pues puedo contemplar lo inmortal
de la naturaleza. Miro a lo lejos…
Un gigante dormido, en donde se despeñan
—las veo— cien mil piedras de mármol, parece roncar.
Ronca con una fuerza semejante a la del trueno…
Las piedras castigan al gigante dormido.
Yo me he entregado a la oración. Siento miedo.
Tú buscas el agua fría del manantial.
Tenemos vocación de enamorados.
En mi frente pintan las venas azules de mi padre.
Lo sé, lo sé… Me lo dicen siempre mis hermanos.
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