¿risas o milagros?
Poema publicado el 01 de Marzo de 2024
Busco cada minuto del pasado, con adarga al brazo,
por si la espada de los tiempos quisiera lastimarme.
Estrellas de bronce y lunas de alabastro al cuello llevo.
Al cuello, el cendal de oro, cristal y viento.
En mi palafrén recorro antiguas avenidas
y a mi paso los ayeres voy hollando.
Entre pámpanas y uvas los soles resplandecen
con tal fuerza que mis recuerdos se ven iluminados.
Zumbando van y vienen los insectos.
Se alejan y se acercan en tanto renace lo remoto:
aquel tiempo desastrado, díscolo, celoso;
aquel tiempo en el que todo sueño o capricho era,
en el que los segundos transcurrían sin mesura,
en el que el caos reinaba dando pábulo a la calma,
en el que las fechas en su ilógica medida se cumplían.
Brotan en las navas árboles de verde agua;
sus íntimas raíces —arterias trenzadas en el alma—
remueven la tierra hasta romperla.
Y el alma que se curva hacia las horas.
Y las horas que me alcanzan:
el aire torvo, el verso inquieto, la luz de argento,
el afinado pincel —siena, bermellón, azul cobalto—.
«Allá va mi gavilán…»
Sobre las testas coronadas el turbión de acero
acechando: denso, engañoso, traicionero.
Voy cantando viejas melodías que me arrastran;
suenan en el corazón desentonadas.
Y oigo aquella risa que alegraba el corazón
entre brincos y sollozos, entre sueños y locuras.
Risa de tanto contenerse, sólo lágrimas.
Risas, risas, risas. ¿Risas o milagros?
¡Ay!, mis cábalas distaban mucho de la ciencia
y el corazón se desbordaba de tanto sentimiento.
Estrellas de bronce y lunas de alabastro al cuello llevo.
Al cuello, el cendal de oro, cristal y viento.
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Poema publicado el 01 de Marzo de 2024
Busco cada minuto del pasado, con adarga al brazo,
por si la espada de los tiempos quisiera lastimarme.
Estrellas de bronce y lunas de alabastro al cuello llevo.
Al cuello, el cendal de oro, cristal y viento.
En mi palafrén recorro antiguas avenidas
y a mi paso los ayeres voy hollando.
Entre pámpanas y uvas los soles resplandecen
con tal fuerza que mis recuerdos se ven iluminados.
Zumbando van y vienen los insectos.
Se alejan y se acercan en tanto renace lo remoto:
aquel tiempo desastrado, díscolo, celoso;
aquel tiempo en el que todo sueño o capricho era,
en el que los segundos transcurrían sin mesura,
en el que el caos reinaba dando pábulo a la calma,
en el que las fechas en su ilógica medida se cumplían.
Brotan en las navas árboles de verde agua;
sus íntimas raíces —arterias trenzadas en el alma—
remueven la tierra hasta romperla.
Y el alma que se curva hacia las horas.
Y las horas que me alcanzan:
el aire torvo, el verso inquieto, la luz de argento,
el afinado pincel —siena, bermellón, azul cobalto—.
«Allá va mi gavilán…»
Sobre las testas coronadas el turbión de acero
acechando: denso, engañoso, traicionero.
Voy cantando viejas melodías que me arrastran;
suenan en el corazón desentonadas.
Y oigo aquella risa que alegraba el corazón
entre brincos y sollozos, entre sueños y locuras.
Risa de tanto contenerse, sólo lágrimas.
Risas, risas, risas. ¿Risas o milagros?
¡Ay!, mis cábalas distaban mucho de la ciencia
y el corazón se desbordaba de tanto sentimiento.
Estrellas de bronce y lunas de alabastro al cuello llevo.
Al cuello, el cendal de oro, cristal y viento.
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