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Juguete cómico: los delirios del amor - Poemas de José Ramón Muñiz Álvarez



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Categoría: Poemas de Amor
Juguete cómico: los delirios del amor
Poema publicado el 10 de Noviembre de 2010

José Ramón Muñiz Álvarez
“LOS DELIRIOS DEL AMOR”
Juguete cómico en un acto único.
Primera parte.

ESTAMPA ÚNICA:
ESCENA PRIMERA:

Interior del castillo de la princesa, a la que encontramos sola, sentada al lado del fuego, donde crepitan las llamas entre la leña, en un butacón señorial de decoración sobria. La piedra rosada del interior queda desnuda y pueden verse claramente los sillares y el sillarejo. Tras la ventana, cerrada, se ven los montes nevados y se escucha el gemido del viento, dando golpes en el ventanal. La princesa viste blancos vestidos, riquísimos, según el gusto de la moda del siglo XV. Frente a la chimenea, una puerta practicable.

PRINCESA: Por los males del amor
Una mujer desdichada
Se siente desconsolada
Y dejada del favor.

Pausa. La princesa exhala un hondo suspiro.

Sí que es raro ese licor
Agridulce aunque sabroso,
Quién sabe si venenoso
Que se sirve, traicionero,
Como apetito ligero
O refrigerio gozoso.

Breve pausa.

Llora un alma de mujer
Por lo que le niega el niño
Que quiebra el traje de armiño
Con su flecha y su poder.
Pero no puede doler
Esa flecha desgraciada,
Sino sólo la punzada
Que, llegada al corazón,
Arrebata la pasión
De la dama enamorada…
Quién pudiera consolar
Esta tan honda tristeza
Y sentir como certeza
El privilegio de amar.

De pronto se levanta y se dirige hacia el fuego.

Pero todo ello es soñar,
Que no es fiel ni amigo regio
El amor que en privilegio
Quiere volver a trocarse,
Quizás para contentarse
Como raro florilegio.

Atizando el fuego.

Quiere al duque el alma mía
Con todo su frenesí,
Porque, desde que lo vi,
Toda yo soy osadía.
Nada ya mi pecho enfría
Ni acalora mis amores,
Que, en este jardín sin flores,
Vivo penando tristeza,
Pena, desidia, pereza,
Indiferencia y dorolores.

Volviendo a sentarse en el butacón.

Y, con llegar la alborada,
Que del sueño me despierta,
Miro la ventana abierta
Y no es bella la nevada,
Ni lo es la tierra escarchada
Donde cuajan los granizos
Y el hielo, cuyos hechizos
Hieren con fuego mi pecho
Con el coraje y despecho
De los vientos invernizos.

Arrellanándose en el asiento.

Y es que, en este apartamiento
Privado de todo amor,
Es insufrible el calor
Del hielo, el aire y el viento,
Pues soportar el tormento
De la ingrata indiferencia
Colma toda la paciencia
Y derrota al más plantado,
Que el amor me ha envenenado
Con su falta de indulgencia.

Breve pausa.

Qué dichosos los villanos
Que no sienten el dolor
De los desdenes de amor
De los regios soberanos,
Que, aunque, como son humanos,
No les falta el buen querer,
Adoran a la mujer,
Sin sentir estas pasiones,
Porque nobles corazones
Sólo pueden padecer.

Vuelve a levantarse. Paseando en círculos.

Qué rara tribulación
La que, en fin me desconcierta,
Que el alma siento ya yerta
De esta desesperación.

Exhalación de otro suspiro.

No es soberbia ni ambición
Lo que el alma mía empuja.
Yo sólo sé que me embruja
Una rara expectativa,
Cuando la intención esquiva
Al noble duque dibuja.

Pausa.

Pero no me habrá olvidado.
Tal vez esté con el rey,
Tratando asuntos de ley,
De política o de estado.

Voviendo al asiento.

La promesa que me ha dado
Bien sé que la cumplirá.
Digo que no mentirá
Cuando su amor me promete,
Cuando, fiel, se compromete,
Porque sí se casará.

Sentándose.

Pues ¿no había de quererme
El buen duque mi señor,
Si me promete su amor
Y dice que ha de tenerme?
Pero parece que duerme
Cuando su correspondencia
Pospone sin diligencia,
Sin piedad a mis alientos
Con estos requerimientos
Que en mí produce su ausencia.

Un bostezo leve. Se despereza.

No hace mucho aquel escrito
Me mandó por un criado.
¡Y qué escrito tan logrado!

Pausa muy breve.

La poesía contenida
En sus líneas vino en verso,
Con un saludo perverso
Para helar los corazones,
Que encendido de pasiones,
Selló su amor al reverso.
Y como él es tan galán,
Tan fino y tan educado,
Sin presumir de letrado,
Quiso decir un refrán.
Este su amor un volcán
Es, como gran maravilla,
Porque su alma sencilla
Engendró tal pensamiento
Que me causó gran contento
Sólo con una letrilla.

Yendo ahora hacia la ventana.

En fin, que penando vivo
Aunque el alma se me parta,
Siempre esperando la carta
De aqueste varón esquivo,
Que me escribe, pensativo,
Pensamientos amorosos,
Cuando no son enojosos
Esos reproches de ausencia
Que lo colman de impaciencia
Con sus verbos recelosos.

ESCENA SEGUNDA:

Entra la doncella.

DONCELLA: Alteza, traigo un mensaje
Que os acaba de llegar,
Y es del duque de Melgar,
Que la manda por un paje.
PRINCESA: Siempre me ha dado coraje
Esa violenta pereza
Con la que muestra aspereza
El duque con su tardanza.
Vamos, acércate, alcanza
La carta a mi diestra mano.

La doncella le da la carta.

Siempre mostrándose ufano,
Jugando con mi esperanza.

La doncella se sienta en un taburete incómodo, próximo al butacón, a un gesto de la princesa. La princesa, sentada ya, desenrrolla el papel y comienza a leer con voz solemne:

“No quiero saber de amores
Que adornen bellos corales,
Pues siempre causan mis males
El coral y sus colores.

Breve pausa.

Tal vez en tiempos mejores,
Tal locura delirante
Me pareciera, al instante,
Tan preciada como el oro,
Pues es ilustre tesoro
Para el que se siente amante.
Y aquí yazgo yo, enojoso,
En los amores vencido,
Tras haberte conocido,
Flecha de amor silencioso.

Pausa.

Siempre diré quejumbroso
Mis llantos en rima varia,
Y al no escuchar mi plegaria,
Me verás dentro del cieno,
Si me llenas del veneno
De la amanita muscaria.

Mirada de complicidad entre la princesa y la doncella.

Y el caso de mi querella
Y mi llanto peregrino
Es ese fuego mezquino
Con que el amor me atropella.

La princesa suspira nuevamente.

Sensible a la imagen bella
De una mujer silenciosa,
Ella pudo ser la rosa
Coronada de claveles,
Reina de verdes laureles,
Emperatriz generosa.

A un gesto de la princesa, la doncella se acerca al fuego y lo atiza, sin dejar de escuchar.

Pero con fuertes desdenes
Vino Cupido a mis ojos,
Para llenarme de enojos,
Para arrancarme los bienes.
Heridas tengo las sienes
Y perdida la cabeza
De saber que no es firmeza
Firme alzar el sentimiento,
Pues hiere mi abatimiento
Y derrota mi nobleza”.

Dejando de leer.

Ay, qué galán tan inquieto,
De cual el alma recela,
Porque, con una espinela,
Me da muerte, en un soneto,
En un romance repleto
De los halagos más caros,
De los elogios más raros,
De la más dulce hermosura,
Pues su palabra es frescura
Y hace los versos más claros.

La doncella vuelve a sentarse en el taburete.

Muchas veces lo repito:
Con ese tono marchito
Del amante moribundo,
Un sentimiento profundo
Puso en mi pecho el canalla,
Que sabe que mi amor halla
Siempre dispuesto y fecundo.
Menuda carta atrevida
Pudo mandar él, valiente,
Siempre cortés, diligente,
Para arrancarme la vida.

Pausa. Volviendo a leer.

“Áspero Amor ha venido
A visitarme en mi lecho
Para sacerme del pecho
Un amor que no he vivido.
Áspero Amor ha querido
Que del ocaso a la aurora,
Como el desgraciado llora,
Venga a llorar, destronado,
Que me encuentro en este estado
Donde el alma no mejora.
Maltratado en estas lides,
Quiero del olvido el vino
Y perderme en el camino
De las parras y las vides.
Amor, si no te decides
A dar de una vez la muerte,
Permite, pues, que despierte
En los umbrales del sueño,
Pues no eres un mal pequeño
Para el que en ti se concierte”.

Leyendo, pero dicho con ironía.

Quejas de amor, quejas graves,
Quejas del abatimiento
En que vive el descontento,
Soñando con horas suaves.

Pausa. Un suspiro.

Quejas de amor cuyas llaves
Quieren cerrale las puertas
Que quisiera ver abiertas
El alma presa en su hechizo,
En tempestad y granizo
Con esperanzas inciertas.

El ventanal se abre por un golpe de viento. Se ven entrar algunos copos de nieve. La doncella se precipita a cerrar la ventana. La princesa vuelve a leer:

“Este dolor hoy me agita,
Y, al tiempo que me enajena,
Lentamente me envenena,
Dulcemente me marchita.
Puede ser que me derrita
En tan graves confusiones,
Que terribles emociones
Vienen a darme por suerte
El consejo de la muerte,
En estas habitaciones.

La doncella vuelve al taburete.

Rara lección habrá sido
Querer aprender a amar
Para luego contemplar
Que es amor lo no querido.
Este afán me ha consumido
Y otra vez hoy me consume.
Yo no sé de qué presume
Quien por los amores yerra,
Que es, al nivel de la tierra,
Soñar un raro perfume.”


2010 © José Ramón Muñiz Álvarez
"LOS DELIRIOS DEL AMOR"
Primera entrega.
Todos los derechos reservados por el autor.



José Ramón Muñiz Álvarez
(Breve reseña)

José Ramón Muñiz Álvarez nació en la villa de Gijón y sigue residiendo en Candás (concejo de Carreño). Su infancia transcurre de manera idílica en dicho puerto, donde pasa su juventud hasta el término de sus estudios. Licenciado en Filología Hispanica y especialista en asturiano, vive a caballo entre Asturias y Castilla León, comunidad en la que es profesor de Lengua Castellana y Literatura. Su afán por las letras y las artes lo ha llevado al cultivo de la poesía. Es autor de varios libros, de los cuales ya ha dado a conocer "Las campanas de la muerte", aunque en una tirada modesta.
"Las campanas de la muerte" es una obra que consta de tres poemarios:

1-. "Arqueros del alba", dedicado a su abuela materna, Dolores Menéndez López.

2-. "Ballesteros de la tarde", dedicado a la abuela paterna, Pilar Muñiz Muñiz.

3-. "Lanceros del ocaso", dedicado a uno de sus tíos: Gervasio.

El poemario demuestra el extraordinario vínculo del poeta con sus abuelas, en un momento delicado: el del fallecimiento de las mismas. Es indicativo que el libro se escribiese en tres tandas, las dos últimas muy seguidas. Las partes del libro datan de diciembre de 2005 a enero de 2006, primavera verano de 2007 y enero de 2008.
En este tipo de poesía se recurre a las estrofas más tradicionales, con dos únicas excepciones de versilibrismo. Además de un romance, las demás estrofas son silvas blancas, espinelas y, sobre todo, sonetos.


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