104 votos
4 visitas/día
5568 dias online

Hojas secas - Poemas de Manuel Acuña



Poemas » manuel acuna » hojas secas




Categoría: Poemas de Amor
Hojas secas
Poema publicado el 10 de Noviembre de 2008

I
Mañana que ya no puedan
encontrarse nuestros ojos,               
y que vivamos ausentes,
muy lejos uno del otro,
que te hable de mí este libro               
como de ti me habla todo.

II
Cada hoja es un recuerdo               
tan triste como tierno
de que hubo sobre ese árbol
un cielo y un amor;               
reunidas forman todas
el canto del invierno,
la estrofa de las nieves               
y el himno del dolor.

III
Mañana a la misma hora
en que el sol te besó por vez primera,               
sobre tu frente pura y hechicera
caerá otra vez el beso de la aurora;               
pero ese beso que en aquel oriente
cayó sobre tu frente solo y frío,               
mañana bajará dulce y ardiente,
porque el beso del sol sobre tu frente               
bajará acompañado con el mío.

IV
En Dios le exiges a mi fe que crea,               
y que le alce un altar dentro de mí.
¡Ah! ¡Si basta no más con que te vea               
para que yo ame a Dios, creyendo en ti!

V
Si hay algún césped blando               
cubierto de rocío
en donde siempre se alce
dormida alguna flor,               
y en donde siempre puedas
hallar, dulce bien mío,
violetas y jazmines               
muriéndose de amor;

yo quiero ser el césped
florido y matizado               
donde se asienten, niña,
las huellas de tus pies;
yo quiero ser la brisa               
tranquila de ese prado
para besar tus labios
y agonizar después.               

Si hay algún pecho amante
que de ternura lleno
se agite y se estremezca               
no más para el amor,
yo quiero ser, mi vida,
yo quiero ser el seno               
donde tu frente inclines
para dormir mejor.

Yo quiero oír latiendo               
tu pecho junto al mío,
yo quiero oír qué dicen
los dos en su latir,               
y luego darte un beso
de ardiente desvarío,
y luego... arrodillarme               
mirándote dormir.

VI
Las doce... ¡adiós...! Es fuerza que me vaya               
y que te diga adiós...
Tu lámpara está ya por extinguirse,
y es necesario.               
-Aún no-.
Las sombras son traidoras, y no quiero
que al asomar el sol,               
se detengan sus rayos a la entrada
de nuestro corazón...
-Y, ¿qué importan las sombras cuando entre ellas              
queda velando Dios?
-¿Dios? ¿Y qué puede Dios entre las sombras               
al lado del amor?
-Cuando te duermas ¿me enviarás un beso?
-¡Y mi alma!               
-¡Adiós...!
-¡Adiós...!

VII
Lo que siente el árbol seco               
por el pájaro que cruza
cuando plegando las alas
baja hasta sus ramas mustias,               
y con sus cantos alegra
las horas de su amargura;
lo que siente pro el día               
la desolación nocturna
que en medio de sus angustias,
ve asomar con la mañana               
de sus esperanzas una;
lo que sienten los sepulcros
por la mano buena y pura               
que solamente obligada
por la piedad que la impulsa,
riega de flores y de hojas               
la blanca lápida muda,
eso es al amarte mi alma
lo que siente por la tuya,               
que has bajado hasta mi invierno,
que has surgido entre mi angustia               
y que has regado de flores
la soledad de mi tumba.

Mi hojarasca son mis creencias,               
mis tinieblas son la duda,
mi esperanza es el cadáver,
y el mundo mi sepultura...               
Y como de entre esas hojas
jamás retoña ninguna;
como la duda es el cielo               
de una noche siempre oscura,
y como la fe es un muerto
que no resucita nunca,               
yo no puedo darte un nido
donde recojas tus plumas,
ni puedo darte un espacio               
donde enciendas tu luz pura,
ni hacer que mi alma de muerto
palpite unida a la tuya;               
pero si gozar contigo
no ha de ser posible nunca,
cuando estés triste, y en el alma               
sientas alguna amargura,
yo te ayudaré a que llores,
yo te ayudaré a que sufras,               
y te prestaré mis lágrimas
cuando se acaben las tuyas.

VIII               
1
Aún más que con los labios
hablamos con los ojos;
con los labios hablamos de la tierra,               
con los ojos del cielo y de nosotros.

2
Cuando volví a mi casa               
de tanta dicha loco,
fue cuando comprendí muy lejos de ella
que no hay cosa más triste que estar solo.               

3
Radiante de ventura,
frenético de gozo,
cogí una pluma, le escribí a mi madre,               
y al escribirle se lo dije todo.

4
Después, a la fatiga               
cediendo poco a poco,
me dormí y al dormirme sentí en sueños
que ella me daba un beso y mi madre otro.               

5
¡Oh sueño, el de mi vida
más santo y más hermoso!
¡Qué dulce has de haber sido cuando aun muerto               
gozo con tu recuerdo de este modo!

IX
Cuando yo comprendí que te quería               
con toda la lealtad de mi corazón,
fue aquella noche en que al abrirme tu alma               
miré hasta su interior.
Rotas estaban tus virgíneas alas
que ocultaba en sus pliegues un crespón               
y un ángel enlutado cerca de ellas
lloraba como yo.
Otro tal vez, te hubiera aborrecido               
delante de aquel cuadro aterrador;
pero yo no miré en aquel instante               
más que mi corazón;
y te quise tal vez por tus tinieblas,
y te adoré, tal vez, por tu dolor,               
¡que es muy bello poder decir que el alma
ha servido de sol...!               

X
Las lágrimas del niño
la madre enjuga,
las lágrimas del hombre               
las seca la mujer...
¡Qué tristes las que brotan
y bajan por la arruga,               
del hombre que está solo,
del hijo que está ausente,
del ser abandonado               
que llora y que no siente
ni el beso de la cuna,
ni el beso del placer!               

XI
¡Cómo quieres que tan pronto
olvide el mal que me has hecho,               
si cuando me toco el pecho
la herida me duele más!
Entre el perdón y el olvido               
hay una distancia inmensa;
yo perdonaré la ofensa;
pero olvidarla... ¡jamás!               

XII
¡Ah, gloria! ¡De qué me sirve
tu laurel mágico y santo,               
cuando ella no enjuga el llanto
que estoy vertiendo sobre él!               
¡De qué me sirve el reflejo
de tu soñada corona!
¡cuando ella no me perdona               
ni en nombre de ese laurel!

XIII
La que a la luz de sus ojos               
despertó mi pensamiento,
la que al amor de su acento
encendió en mí la pasión;               
muerta para el mundo entero
y aun para ella misma muerta,
solamente está despierta               
dentro de mi corazón.

XIV
El cielo muy negro, y como un velo               
lo envuelve en su crespón la oscuridad;
con una sombra más sobre ese cielo               
el rayo puede desatar su vuelo
y la nube cambiarse en tempestad.               

XV
Oye, ven a ver las naves,
están vestidas de luto,
y en vez de las golondrinas               
están graznando los búhos. . .
El órgano está callado,
el templo solo y oscuro,               
sobre el altar... ¿y la virgen
por qué tiene el rostro oculto?               
¿Ves?... en aquellas paredes
están cavando un sepulcro,
y parece como que alguien               
solloza allí, junto al muro.
¿Por qué me miras y tiemblas?
¿Por qué tienes tanto susto?               
¿Tú sabes quién es el muerto?
¿Tú sabes quién fue el verdugo?
              




¿ Te gustó este poema? Compártelo:
Compartiendo el poema con tus amigos en facebook ayudas a la difusión de estas bellas creaciones poéticas y ayudas a dar a conocer a los poetas.




 Compartir
Redes sociales
Facebook Twitter Google Bookmark MySpace Fresqui Meneame