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La rosa - Poemas de Roberto Reyes Cortés



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La rosa
Poema publicado el 29 de Abril de 2010

TUXTLA GUTIERREZ, CHIAPAS ABRIL DEL 2010
ROBERTO REYES CORTES.
5º.REYES.
rreyescortes@hotmail.com


LA ROSA.



A la distancia
la noche inundada de perfumes
despierta de su sueño aletargado,
una guitarra al viento desgrana
sonidos lastimeros,
de canciones que riman versos
de tiempos pasajeros.

Cipreses y abedules
desde abajo se ven mecer
en las montañas.

Duendes misteriosos los árboles
de pinos y sabinos
respiran silenciosos.

Las pequeñas cabañas del poblado,
se muestran como tiernas figuritas
ante los ojos y el río breve sin diseño,
corre entre las calles brincando
los cercos enramados de flores,
que rodean a una diminuta
casita de los sueños.

Las sombras escondidas en la noche
lunas sombrías son, raptando el sueño,
solo paz y quietud caminan lentas
en el carcomido mecanismo de un reloj
que no adelanta.

De pronto en lo alto de la loma
asoma la figura febril de un hombre,
es el viajero que viene de la nada,
buscando con angustia desmedida
en su antigua memoria carcomida,
una fantasía de amor, por el vivida.
Sus ojos fríos, bárbaros relámpagos,
su honda respiración se vuelve llanto,
tiende honda la mirada desde arriba,
simulando tener un corazón
con quieta calma.

Mas de mil demonios
se debaten furiosos
en el fondo de su alma,

Observa la ventana
iluminada de la casa,
escondiendo su cuerpo
flaco en una rama,
de aquel árbol que un
día memorable
sembrara en la calzada.

Aguarda con  los poros encendidos de coraje,
sorprender de pronto a quien fuera su amor,
ingrata dama, enredada en los ocultos vericuetos
de una trama, de amores que antaño mantuviera
con aquel, con quien la viera partir,
una mañana.

Destaca en la penumbra
de la noche,
perfilada en el portal
de una ventana
la figura  delgada
de una anciana.

En sus rubios cabellos
pintan canas,
con su senil vestido blanco
de paloma
y  una bata raída de pijama.

En lugar de los que fueran
bellos ojos azules del antaño,
enseña dos lámparas fundidas,
en un par de cuencas vacías
secadas por el llanto.

La mujer dueña de ese hogaño
muestra abierta una mano pálida
enjuta por el tiempo,
en ella está aprisionada blanca rosa
y un suspiro profundo de su pecho 
recorre la fronda silenciosa.

Solo aquel triste gemido
y un sollozo,
acompañan al viajero de la noche,
que vuelve solitario al fondo
oscuro de su fosa.

Desde entonces las gentes
de ese pueblo, por las tardes
a la puesta del sol
o en la mañana
miran
sobre una delgada capa
de tierra amontonada
el pálido cadáver marchito
y quebrado de una rosa.

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