Titi y yo.
Poema publicado el 29 de Mayo de 2012
Posiblemente, sus continuos y cariñosos brincos,
intentando auparse en mis rodillas,
fue el detonante de un posterior percance,
involuntario y sangrante,
cuando una tarde del mes de mayo,
pelaba a Titi, el último perro que adopté
en la perrera de Valladolid,
con la misión de acompañar y alertar a mi padre,
en su casa de labranza del pueblo.
Era tan abundante la mata de pelo que portaba,
que mi cabeza, mi mano, y la tijera,
erraron la maniobra
y se llevaron un trozo de carne de su oreja.
Titi sangró, lo que no está escrito
en los manuales de peluquería canina.
De inmediato, le acurruqué entre mis piernas,
y con una palangana llena de agua fría, a mi lado,
le fui cortando el reguilete de sangre
que corría por su abundante y sucia pelambrera.
Titi,
permanecía en silencio, mirándome a los ojos,
yo, mientras lavaba su herida,
maldecía y blasfemaba, para mis adentros,
tan garrafal descuido y mi absoluta culpabilidad,
ante su resignado y valiente sufrimiento.
Ha pasado algún tiempo del trágico tajazo,
y aún resuenan en mis carnes
el grito fresco y lastimero de Titi.
En nuestro próximo encuentro,
cuando Titi repita sus continuos y cariñosos brincos,
intentando auparse en mis rodillas,
yo, me disculparé como se merece,
y delante de sus narices
y de la mirada casi humana que le guia,
le presentaré mis sinceros y profundos pesares,
por todo lo sucedido.
Titi y yo,
un poema vivo de amistad, silencio y sangre.
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Poema publicado el 29 de Mayo de 2012
Posiblemente, sus continuos y cariñosos brincos,
intentando auparse en mis rodillas,
fue el detonante de un posterior percance,
involuntario y sangrante,
cuando una tarde del mes de mayo,
pelaba a Titi, el último perro que adopté
en la perrera de Valladolid,
con la misión de acompañar y alertar a mi padre,
en su casa de labranza del pueblo.
Era tan abundante la mata de pelo que portaba,
que mi cabeza, mi mano, y la tijera,
erraron la maniobra
y se llevaron un trozo de carne de su oreja.
Titi sangró, lo que no está escrito
en los manuales de peluquería canina.
De inmediato, le acurruqué entre mis piernas,
y con una palangana llena de agua fría, a mi lado,
le fui cortando el reguilete de sangre
que corría por su abundante y sucia pelambrera.
Titi,
permanecía en silencio, mirándome a los ojos,
yo, mientras lavaba su herida,
maldecía y blasfemaba, para mis adentros,
tan garrafal descuido y mi absoluta culpabilidad,
ante su resignado y valiente sufrimiento.
Ha pasado algún tiempo del trágico tajazo,
y aún resuenan en mis carnes
el grito fresco y lastimero de Titi.
En nuestro próximo encuentro,
cuando Titi repita sus continuos y cariñosos brincos,
intentando auparse en mis rodillas,
yo, me disculparé como se merece,
y delante de sus narices
y de la mirada casi humana que le guia,
le presentaré mis sinceros y profundos pesares,
por todo lo sucedido.
Titi y yo,
un poema vivo de amistad, silencio y sangre.
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