Poema publicado el 10 de Noviembre de 2008
Que dé la viuda un gemido
por la muerte del marido,
ya lo veo;
pero que ella no se ría
si otro se ofrece en el día,
no lo creo.
Que Cloris me diga a mí:
«Sólo he de quererte a ti»,
ya lo veo;
pero que siquiera a ciento
no haga el mismo cumplimiento,
no lo creo.
Que los maridos celosos,
sean más guardias que esposos,
ya lo veo;
pero que estén las malvadas,
por más guardias, más guardadas,
no lo creo.
Que al ver de la boda el traje,
la doncella el rostro baje,
ya lo veo;
pero que al mismo momento
no levante el pensamiento,
no lo creo.
Que Celia tome el marido
por sus padres escogido,
ya lo veo;
pero que en el mismo instante
ella no escoja el amante,
no lo creo.
Que se ponga con primor
Flora en el pecho una flor,
ya lo veo;
pero que astucia no sea
para que otra flor se vea,
no lo creo.
Que en el templo de Cupido
el incienso es permitido,
ya lo veo;
pero que el incienso baste,
sin que algún oro se gaste,
no lo creo.
Que el marido a su mujer
permita todo placer,
ya lo veo;
pero que tan ciego sea,
que lo que vemos no vea,
no lo creo.
Que al marido de su madre
todo niño llame padre,
ya lo veo;
pero que él, por más cariño,
pueda llamar hijo al niño,
no lo creo.
Que Quevedo criticó
con más sátira que yo,
ya lo veo;
pero que mi musa calle
porque más materia no halle,
no lo creo.
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