Para verdades el tiempo y para justicia dios
Poema publicado el 10 de Noviembre de 2008
I
Juan Ruiz y Pedro Medina,
dos hidalgos sin blas贸n,
tan uno del otro son
cual de una zarza una espina.
Diz que Pedro salv贸 a Juan
la vida en lance sangriento;
prendas de tanto momento
amigos por cierto dan.
Pasan ambos por valientes
y ma帽eros en la lid,
y lo han probado en Madrid
en apuros diferentes.
Ambos pasan por iguales
en valor y en osad铆a,
pero en fama de hidalgu铆a
no son lo mismo cabales.
Que es Juan Ruiz hombre iracundo,
silencioso por dem谩s,
que no alz贸 noble jam谩s
el gesto meditabundo.
Ancha espalda, corto cuello,
ojo izquierdo, torvas cejas,
ambas mejillas bermejas,
y claro y rubio el cabello.
Y aunque lleva en la cintura
largo hierro toledano,
dale, brillando en su mano,
m谩s villana catadura.
Y aunque arrojado y audaz
en la ocasi贸n, rara vez
carece su intrepidez
de son de temeridad.
脕gil, astuto o traidor,
hijo de ignorada cuna,
debe acaso a su fortuna
mucho m谩s que a su valor.
Present贸se ha pocos a帽os
de Indias advenedizo,
dizque con nombre postizo
cubriendo propios ama帽os.
Mas verti贸 lujo y dinero
en festines y placeres,
aunque fue con las mujeres
m谩s falso que caballero.
Hoy pasa, pobre y oscuro,
una existencia com煤n,
y medra o mengua seg煤n
los dados le dan seguro.
Hombre de quien saben todos
que vive de malvivir,
mas nadie sabr谩 decir
por cu谩les o de qu茅 modos.
Modelos en amistad
ambos para el vulgo son,
mas con Pedro es la opini贸n
menos r铆gida en verdad.
Porque es Pedro, aunque arrogante
y orgulloso en demas铆a,
mozo de m谩s cortes铆a
y m谩s bizarro talante.
De ojos negros y rasgados
con que a quien mira desde帽a,
nariz corta y aguile帽a,
con bigotes empinados.
Entre sombrero y valona
colgando la cabellera,
y alto el gesto en tal manera,
que cuando cede perdona.
Mas si sombras de mat贸n
tales maneras le dan,
ti茅nela m谩s de gal谩n
por su noble condici贸n.
Que no hay en Madrid mujer
que un agravio recibiera,
que a su espada no tuviera
satisfacci贸n que deber.
Ni hay ronda ni magistrado
que en revuelta popular.
no le haya visto tomar
ayuda y parte a su lado.
Tales son Ruiz y Medina,
de quienes, por concluir,
f谩ltame s贸lo decir
que amaban a Catalina.
Es ella una moza oscura,
de talle y de rostro apuesta,
mas tan gentil como honesta,
y como agraciada pura.
脕mala Ruiz, pero calla,
acaso porque su amor,
para mujer de su honor,
palabras de amor no halla.
脡l con ansia la contempla
al abrigo del embozo,
pero el 铆mpetu de mozo
ante su virtud se templa,
que es tan dulce su mirar,
que su luz por no perder,
cuando se quiso atrever
s贸lo se atrevi贸 a callar.
Y es tan flexible su acento,
que para no interrumpirle,
tener es fuerza al o铆rle
con los labios el aliento.
Medina, que fue soldado
sobre Flandes por Castilla,
y a los usos de la villa
de m谩s tiempo acostumbrado,
suplic贸la tan rendido,
tan cort茅s la enamor贸,
que ella amor le prometi贸
como 茅l fuera su marido.
芦隆Eso s铆!, 隆por San Mill谩n!禄,
dijo Pedro con denuedo;
y la calle de Toledo
tom贸 en resuelto adem谩n.
II
Contento Pedro Medina
con su amorosa ventaja,
mas a carreras que a pasos
iba cruzando la plaza.
Salt谩bale el coraz贸n
a cada paso que daba,
y frot谩ndose ambas manos
bajo la anchurosa capa.
Los labios le sonre铆an,
y los ojos le brillaban
al reflejo que en el pecho
despide la amante llama.
Las gentes le hac铆an sitio
porque cerca no pasara,
que, seg煤n iba resuelto,
que fuese audaz recelaban.
Mas 茅l va tan divertida
en sus amores el alma,
que ni ve donde tropieza,
ni cura de los que pasan.
Top贸 al volver una esquina
una vieja, y al dejarla
derribada en tierra, dijo:
芦Nos casaremos ma帽ana.禄
Enred贸sele el estoque
en el manto de una dama,
y rasg谩ndole una tercia,
ech谩la un voto de a vara.
As铆 dando y recibiendo
encontrones y pisadas,
dio por fin con la hoster铆a
donde su amigo jugaba.
Fue a la mesa, y preguntando
a Juan si pierde o si gana,
pidi贸 vino y a帽adi贸le:
-Cuando acabes, dos palabras.
Recogi贸 Juan sus monedas,
y terci谩ndose la capa,
sent贸se al lado de Pedro
diciendo bajo: -驴Qu茅 pasa?
-Me caso -dijo Medina.
Mir贸le Juan a la cara,
y frunciendo entrambas cejas
tosi贸, sin responder nada.
-驴Qu茅 piensas? -pregunt贸 Pedro.
-En ti y tu mujer pensaba
-contest贸 Juan suspirando,
con voz ronca y apagada.
-驴Supondr谩s que es Catalina?
-Y lo siento con el alma.
-隆C贸mo!
-Porque tengo celos.
-隆Por San Mill谩n!
-Yo la amaba.
-驴Y ella?
-Nunca se lo dije,
pero ocurri贸seme...
-隆Acaba!
-Para decirla mi amor
escribirla hoy una carta.
Callaron ambos: Medina
remedio al caso buscaba,
el codo sobre la mesa,
sobre la mano la barba.
Al fin, como quien resuelve
negocio que aflige y cansa,
pidi贸 papel y tintero,
diciendo a Juan: -隆Por mi alma,
que en mi vida en tal apuro
vacilar tanto pensaba;
y a no serte t煤 quien eres,
meti茅ralo a cuchilladas;
pero escribe, y que responda
a cual de nosotros mata!
Escribi贸 Juan, m谩s rasgando
al mejor tiempo la carta.
-Echemos -dijo- los dados,
y al que la mayor le caiga,
si es a m铆, la escribo al punto;
si es ti, Pedro, te casas.
Tir贸 Juan, y sac贸 nueve;
y asiendo el vaso con rabia,
tir贸 Pedro, y sac贸 doce.
Con que los dos se levantan,
y atravesando la turba
que curiosa los cercaba,
parten la calle en silencio,
d谩ndose entrambos la espalda.
III
Son, a mi pensar, los celos
delirio, pasi贸n o mal
a cuyo influjo fatal
lloraban los mismos cielos.
A manos de tal pasi贸n,
el m谩s cuerdo desespera,
pues quien con celos espera,
atropella su raz贸n.
Si con celos esperar
es importuna porf铆a,
ceder celoso en un d铆a
cuanto se am贸, no es amar.
De celos verse morir,
y en silencio padecer,
son celos tan de temer
cuanto duros de sufrir.
Y as铆, con celos amar
vale casi aborrecer,
pero con celos ceder,
es igual que delirar.
Si otro m谩s favorecido
goza el bien que se perdi贸,
se habr谩 el disfavor sentido,
mas perdido el amor, no.
Porque en quien goza favor
sobra tal vez confianza,
y celos sin esperanza
suelen guardar m谩s amor.
Si favor nunca tuvimos,
a煤n es suerte m谩s cruel,
porque vemos ahora en 茅l
cuanto bien haber pudimos.
Y as铆 pienso que son celos
delirio, pasi贸n o mal,
a cuyo influjo fatal
lloraban los mismos cielos.
Por eso llora Juan Ruiz,
celoso y desesperado,
el bien que Pedro ha ganado
m谩s gal谩n o m谩s feliz.
Por eso en la soledad
se mesa barba y cabellos,
sin mirar que no est谩 en ellos
su amante fatalidad.
隆Oh, que no fueron antojos
sus amorosos desvelos!
Que el amor que hoy le da celos
entr贸le ayer por los ojos.
芦驴Y por qu茅 no me atrev铆
-clama el triste en su aflicci贸n
y hoy acaso esta pasi贸n
pudiera arrancar de m铆?
Mas volver茅, 隆vive Dios!
驴Pero que he de conseguir
si la he dejado elegir
marido de entre los dos?禄
Y a su despecho tornando,
semej谩base, en su af谩n,
una fiera a quien est谩n
dentro la jaula acosando.
Sin darse el triste solaz,
cruzaba el cuarto sin tino,
pero no hallaba camino
de dar al 谩nimo paz.
Silbaba al dejar rabioso
paso al comprimido aliento,
y hollaba con pie violento
el pavimento ruinoso.
Iba adelante y atr谩s
sin reflexi贸n que le acuda,
a la par pidiendo ayuda
a Cristo y a Satan谩s.
T煤vose un momento al fin,
y en el temblor que le aqueja
se ve bien que se aconseja
con un pensamiento ruin.
Volvi贸 a girar otra vez,
y otra a tenerse volvi贸;
en esto dobl贸 un rel贸
en una torre las diez.
Entonces, quedando fijo,
exclam贸 en la oscuridad:
芦Hoy se casan, es verdad;
hace un mes que me lo dijo.禄
Ci帽贸 con esto el acero
con desd茅n a la cintura;
y sali贸se a la ventura,
la vuelta del Matadero.
IV
Es una noche sin luna,
y un torcido callej贸n
donde hay en un esquinazo
agonizando un farol,
un balc贸n abierto a medias,
por los vidrios de color
arroja al aire en tumulto
de danza el confuso son.
Se oye el comp谩s fugitivo
que llevan con pie veloz
los que danzan descuidados
dentro de la habitaci贸n.
Y se ven cruzar sus sombras
una a una y dos a dos
en fant谩stica carrera
y en mon贸tona ilusi贸n.
La casa es la de Medina,
que en ella a fiesta junt贸
sus amigos y parientes
despu茅s de traspuesto el sol.
All铆 con franca algazara
festeja a la que ador贸,
de quien aguarda esta noche
prendas de cumplido amor.
Est谩 la ni帽a galana
cual nunca el barrio la vio,
suelto en rizos el cabello,
que exhala fragante olor;
la falda de raso blanco
y acuchillado el jub贸n,
con vueltas de terciopelo
azul, de cielo el color;
con una hebilla de plata
ajustado el cintur贸n,
de donde baja en mil pliegues
un encaje en derredor;
y de un lazo de corales,
que Pedro la regal贸,
lleva en una cruz de oro
la imagen del Redentor.
Tanta ventura en un d铆a
nunca Pedro imagin贸,
y as铆, anda desatentado
girando en la confusi贸n.
A cada vuelta se mira
en los ojos de su amor,
y en la luz de aquellos soles
se le quema el coraz贸n.
Y, en fin, para concluir,
se cant贸, cen贸 y bail贸,
como es costumbre en las bodas
desde entonces hasta hoy;
hasta que, cansados unos
del baile, otros del calor,
las viejas del tardo sue帽o,
los m煤sicos de su son,
los muchachos de la bulla,
y los novios del honor
que les hacen sus amigos
en tan precisa ocasi贸n,
despidi茅ronse uno a uno
echando sobre los dos
m谩s bendiciones que plagas
caus贸 a Egipto Fara贸n.
Qued谩ronse entrambos solos
la amada y el amador,
por vez primera en la vida
a merced de su pasi贸n.
Mir谩bala embelesado
el amoroso espa帽ol,
tr茅mulo el rostro de gozo
y de dicha el coraz贸n;
mir谩bale ella anhelante
encendida de rubor,
h煤medos los negros ojos
con tiern铆sima afici贸n.
脡l dici茅ndola: 芦隆Alma m铆a!禄,
dici茅ndole ella: 芦隆Mi sol!禄,
entre el son de ardientes besos
de regalado sabor.
En esto en la estrecha calle
temible ruido son贸
de voces y cuchilladas
en medrosa confusi贸n,
y al angustiado lamento
de uno que grita: 芦隆Favor!
隆Ayudadme, que me matan!禄
Pedro a la calle baj贸
con el estoque en la diestra
y en la siniestra el farol.
Asom贸se Catalina
amedrentada al balc贸n,
llamando a Pedro afanosa,
de alg煤n da帽o por temor.
Alz贸 Medina la cara,
y la luz con ella alz贸,
pero apenas el reflejo
dio en el rostro de su amor,
una estocada traidora
por el costado le entr贸.
Lanz贸 un grito el desdichado
que part铆a el coraz贸n;
lanz贸 la hermosa un gemido
de intens铆simo dolor,
y el moribundo Medina
volviendo el gesto a un rinc贸n,
hacia una imagen de Cristo,
de quien devoto vivi贸,
dijo expirando: 芦Soy muerto,
隆acorredme, Santo Dios!禄
Y qued贸 tendido en tierra,
sin movimiento y sin voz.
Alz贸se a su lado un hombre,
y exclamando con pavor:
芦隆Maldita sea mi alma!禄,
mat贸 la luz y escap贸.
V
Tuvieron as铆 los a帽os,
uno, dos, tres, hasta siete,
embozada en el misterio
aquella impensada muerte.
En vano acudieron pronto
vecinos a socorrerle,
para vengarle los hombres,
para mentir las mujeres.
En vano salieron unos
casi desnudos a verle,
y otros salieron jurando,
armados hasta los dientes.
Nada sirvieron entonces,
ni jubones ni broqueles;
Medina qued贸 sin vida,
y sin justicia el aleve.
En vano son las pesquisas
de los irritados jueces,
en vano son los testigos,
las citas y los papeles.
En vano el caso averiguan
una, dos, tres, quince veces;
cada vez m谩s se confunden
los golillas y corchetes.
En vano sobre la rastra
anduvieron diligentes
olfateando la presa
los alanos de las leyes;
porque todos son testigos,
todos declaran contestes,
todos son los agraviados,
mas ninguno delincuente.
Hubo alborotos por ello,
y pendencias m谩s de veinte;
mas Pedro, qued贸 sin vida,
y sin justicia el aleve.
Catalina le lloraba,
desconsolada y doliente,
minutos, horas y d铆as,
noches, semanas y meses.
Un a帽o estuvo en el lecho
con accesos de demente,
y un a帽o a su cabecera
vel贸 Juan Ruiz sin moverse.
Dio con la puerta en los ojos
a padrinos y parientes,
diciendo: 芦Mientras yo viva,
no faltar谩 quien la vele.禄
Y en vano le murmuraron
de tal conducta las gentes;
Juan se mantuvo constante
a la cabecera siempre,
sin que a sondear su alma
alcanzara alg煤n viviente
a trav茅s de la reserva
y el misterio que mantiene.
Cur贸se al fin Catalina,
y el tiempo, que tanto puede,
siendo remedio y sepulcro
de los males y los bienes,
volvi贸 la luz a sus ojos,
y el pudor volvi贸 a su frente,
y el talism谩n de la risa
a sus labios transparente;
y sali贸 ufana, diciendo
a cuantos por verla vienen
que la vida con que vive
s贸lo a Juan Ruiz se la debe.
脡ste, a pretexto de amigo
del triste que en polvo duerme,
no se aparta de su lado
hasta que la noche viene.
Entonces a lentos pasos
la esquina inmediata tuerce,
y en las revueltas del barrio
como un fantasma se pierde.
Mas no falt贸 en 茅l alguno
que a media voz se atreviese
a decir que cuando pasa
por ante el Cristo se tiene,
y el embozo hasta los ojos,
el sombrero hasta las sienes,
cruza azaroso la calle,
como si alguien le siguiese.
En estas conversaciones,
cada vez menos frecuentes,
pasaron al fin los a帽os,
uno, dos, tres, hasta siete.
VI
Pagada la Catalina
de amistad tan firme y tierna,
de tanto af谩n y desvelos,
de tan rendida fineza,
escuch贸 a Juan una tarde,
los ojos fijos en tierra,
dulces palabras de amores
de la balbuciente lengua.
Inst贸 un d铆a y otro d铆a,
qued贸 siempre sin respuesta;
volvi贸 a sus ruegos Juan Ruiz
volvi贸 a su silencio ella.
Pas茅se un mes y otro mes,
y torn贸 Ruiz a su tema,
y torn贸 a callar la ni帽a
entre enojada y risue帽a.
Mas tanto lidi贸 el gal谩n,
tanto resisti贸 la bella,
que al cabo la linda viuda
dijo a Juan de esta manera:
-Puesto que es muerto Medina
(隆Dios en su gloria le tenga!)
y por siete a帽os cumplidos
mi fe le he guardado entera,
y 茅l ha visto nuestro amor
all谩 en la vida eterna,
os dar茅, Juan Ruiz, mi mano,
y mi coraz贸n con ella.
Amigo de Pedro fuisteis,
y yo os debo la existencia;
conque es justo, a mi entender,
os cobr茅is entrambas deudas.
P煤sose Juan Ruiz de hinojos
a los pies de la doncella,
y asi茅ndola las dos manos
humildemente la besa.
Acord谩ronse las bodas,
mas Catalina aconseja
que sean cuando 茅l quisiese,
pero que sin ruido sean.
Las malas ma帽as o antojos,
o tarde o nunca se dejan,
y Juan en su mocedad
gust贸 de bulla y de fiesta.
As铆, aunque pocos convida
para que a las bodas vengan,
busc贸 unos cuantos amigos
que le alegraran la mesa.
Trajo vinos los mejores,
y viandas las m谩s frescas,
y apunt贸 por hora fija
de noche las diez y media.
Gustaba Juan sobre todo
de cabezas de ternera,
y as谩balas con tal ma帽a,
que a cualquier gusto pluguieran.
Gozaba en esto gran nombre
entre la gente plebeya,
de tal modo, que le daban
el apodo de Cabezas.
Ocurri贸le a media tarde
darse a luz con tal destreza,
y emboz谩ndose en la capa,
sali贸 en busca de una de ellas.
Mataban aquella tarde
en el Rastro una becerra;
compr贸 el testuz y cubri贸le,
asido por una oreja.
Volvi贸 a doblar el embozo,
y contento con la presa,
de la calle en que viv铆a
tom贸 r谩pida la vuelta.
Iba Juan Ruiz con la sangre
dejando en pos roja huella,
que marcaba su camino
sobre las redondas piedras.
En esto, entrando en su barrio,
al doblar una calleja,
dos ministros de justicia
le pasaron muy de cerca.
脡l sigui贸, y pasaron ellos
advirtiendo con sorpresa
la sangre con que aquel hombre
el sitio que anda gotea.
脡l sigui贸, y tornaron ellos
por sobre el rastro que deja,
hasta entrar en otra calle
oscura, sucia y estrecha.
En un rinc贸n, embutida,
a la luz de una linterna,
de Cristo crucificado
se ve la imagen severa.
Par贸se Juan; los corchetes,
que en el mismo punto llegan,
viendo que duda y vacila
en la faz de preso le cercan.
-隆Fuera el embozo! -gritaron-;
muestre a la luz lo que lleva.
Volvi贸 los ojos al Cristo
Juan, y hel贸sele en las venas,
a una memoria terrible,
cuanta sangre herv铆a en ellas.
-隆Fuera el embozo! -repiten,
y 茅l, acongojado, tiembla,
sintiendo un cambio espantoso
que pasa en su mano mesma.
Quiso hablar, y atropellado,
un 芦隆Dejadme!禄 balbucea.
Deshici茅ronle el embozo,
y mostrando Ruiz la diestra,
sac贸 asida del cabello
de Medina la cabeza.
-隆Acorredme, Santo Dios!
-grita aterrado, y la suelta;
mas la cabeza, oscilando,
entre los dedos le queda.
-隆Yo le mat茅! -clam贸 entonces-,
hoy ha siete a帽os, por ella.
Y sin voz ni movimiento
cay贸 desplomado en tierra.
CONCLUSI脫N:
Y as铆 fue que aquella noche
de sangrienta confusi贸n,
en que al ruido de una ri帽a
Pedro a la calle baj贸
con el estoque en la diestra
y en la siniestra el farol,
no era en ella otro que Ruiz
quien llevaba lo mejor.
Como un im谩n a una aguja
arrastra constante en pos,
como una serpiente a un p谩jaro,
a una paloma un halc贸n
entorpecen y fascinan,
sin que ala ni pie veloz
para huirles les acudan,
a impulsos de su pasi贸n
anduvo as铆 Juan vagando
de la fiesta en derredor.
Y o铆a por las ventanas
de danza el confuso son.
Y v铆a cruzar las sombras,
una a una y dos a dos,
en fant谩stica carrera
y en mon贸tona ilusi贸n.
As铆 lloraba acosado
de sus celos y su amor,
cuando oy贸 de una pendencia
vivo y cercano rumor;
cerr贸se en ella a estocadas
tan sin acuerdo y raz贸n,
que a cuantos hubo a las manos
adelante se llev贸.
En esto acudi贸 Medina,
y Catalina al balc贸n,
de la suerte recelando,
acelerada sali贸.
Mas al ver cu谩l afanosa
curaba ella de otro amor,
cegaron a Ruiz los celos,
el despecho le embriag贸,
y al tiempo que alzaba Pedro
el brazo con el farol,
mat贸le a la faz de Cristo,
como villano, a traici贸n.
De entonces, en los siete a帽os,
despu茅s del hecho traidor,
ni una sola vez, de miedo,
por ante el Cristo pas贸.
Lleg贸 la primera al cabo,
y en ella al Cielo ocasi贸n
de mostrar que hay infalibles
tribunales s贸lo dos
de irrevocable sentencia,
sin cotos ni apelaci贸n:
Para verdades el TIEMPO,
y para justicia DIOS.
Poema publicado el 10 de Noviembre de 2008
I
Juan Ruiz y Pedro Medina,
dos hidalgos sin blas贸n,
tan uno del otro son
cual de una zarza una espina.
Diz que Pedro salv贸 a Juan
la vida en lance sangriento;
prendas de tanto momento
amigos por cierto dan.
Pasan ambos por valientes
y ma帽eros en la lid,
y lo han probado en Madrid
en apuros diferentes.
Ambos pasan por iguales
en valor y en osad铆a,
pero en fama de hidalgu铆a
no son lo mismo cabales.
Que es Juan Ruiz hombre iracundo,
silencioso por dem谩s,
que no alz贸 noble jam谩s
el gesto meditabundo.
Ancha espalda, corto cuello,
ojo izquierdo, torvas cejas,
ambas mejillas bermejas,
y claro y rubio el cabello.
Y aunque lleva en la cintura
largo hierro toledano,
dale, brillando en su mano,
m谩s villana catadura.
Y aunque arrojado y audaz
en la ocasi贸n, rara vez
carece su intrepidez
de son de temeridad.
脕gil, astuto o traidor,
hijo de ignorada cuna,
debe acaso a su fortuna
mucho m谩s que a su valor.
Present贸se ha pocos a帽os
de Indias advenedizo,
dizque con nombre postizo
cubriendo propios ama帽os.
Mas verti贸 lujo y dinero
en festines y placeres,
aunque fue con las mujeres
m谩s falso que caballero.
Hoy pasa, pobre y oscuro,
una existencia com煤n,
y medra o mengua seg煤n
los dados le dan seguro.
Hombre de quien saben todos
que vive de malvivir,
mas nadie sabr谩 decir
por cu谩les o de qu茅 modos.
Modelos en amistad
ambos para el vulgo son,
mas con Pedro es la opini贸n
menos r铆gida en verdad.
Porque es Pedro, aunque arrogante
y orgulloso en demas铆a,
mozo de m谩s cortes铆a
y m谩s bizarro talante.
De ojos negros y rasgados
con que a quien mira desde帽a,
nariz corta y aguile帽a,
con bigotes empinados.
Entre sombrero y valona
colgando la cabellera,
y alto el gesto en tal manera,
que cuando cede perdona.
Mas si sombras de mat贸n
tales maneras le dan,
ti茅nela m谩s de gal谩n
por su noble condici贸n.
Que no hay en Madrid mujer
que un agravio recibiera,
que a su espada no tuviera
satisfacci贸n que deber.
Ni hay ronda ni magistrado
que en revuelta popular.
no le haya visto tomar
ayuda y parte a su lado.
Tales son Ruiz y Medina,
de quienes, por concluir,
f谩ltame s贸lo decir
que amaban a Catalina.
Es ella una moza oscura,
de talle y de rostro apuesta,
mas tan gentil como honesta,
y como agraciada pura.
脕mala Ruiz, pero calla,
acaso porque su amor,
para mujer de su honor,
palabras de amor no halla.
脡l con ansia la contempla
al abrigo del embozo,
pero el 铆mpetu de mozo
ante su virtud se templa,
que es tan dulce su mirar,
que su luz por no perder,
cuando se quiso atrever
s贸lo se atrevi贸 a callar.
Y es tan flexible su acento,
que para no interrumpirle,
tener es fuerza al o铆rle
con los labios el aliento.
Medina, que fue soldado
sobre Flandes por Castilla,
y a los usos de la villa
de m谩s tiempo acostumbrado,
suplic贸la tan rendido,
tan cort茅s la enamor贸,
que ella amor le prometi贸
como 茅l fuera su marido.
芦隆Eso s铆!, 隆por San Mill谩n!禄,
dijo Pedro con denuedo;
y la calle de Toledo
tom贸 en resuelto adem谩n.
II
Contento Pedro Medina
con su amorosa ventaja,
mas a carreras que a pasos
iba cruzando la plaza.
Salt谩bale el coraz贸n
a cada paso que daba,
y frot谩ndose ambas manos
bajo la anchurosa capa.
Los labios le sonre铆an,
y los ojos le brillaban
al reflejo que en el pecho
despide la amante llama.
Las gentes le hac铆an sitio
porque cerca no pasara,
que, seg煤n iba resuelto,
que fuese audaz recelaban.
Mas 茅l va tan divertida
en sus amores el alma,
que ni ve donde tropieza,
ni cura de los que pasan.
Top贸 al volver una esquina
una vieja, y al dejarla
derribada en tierra, dijo:
芦Nos casaremos ma帽ana.禄
Enred贸sele el estoque
en el manto de una dama,
y rasg谩ndole una tercia,
ech谩la un voto de a vara.
As铆 dando y recibiendo
encontrones y pisadas,
dio por fin con la hoster铆a
donde su amigo jugaba.
Fue a la mesa, y preguntando
a Juan si pierde o si gana,
pidi贸 vino y a帽adi贸le:
-Cuando acabes, dos palabras.
Recogi贸 Juan sus monedas,
y terci谩ndose la capa,
sent贸se al lado de Pedro
diciendo bajo: -驴Qu茅 pasa?
-Me caso -dijo Medina.
Mir贸le Juan a la cara,
y frunciendo entrambas cejas
tosi贸, sin responder nada.
-驴Qu茅 piensas? -pregunt贸 Pedro.
-En ti y tu mujer pensaba
-contest贸 Juan suspirando,
con voz ronca y apagada.
-驴Supondr谩s que es Catalina?
-Y lo siento con el alma.
-隆C贸mo!
-Porque tengo celos.
-隆Por San Mill谩n!
-Yo la amaba.
-驴Y ella?
-Nunca se lo dije,
pero ocurri贸seme...
-隆Acaba!
-Para decirla mi amor
escribirla hoy una carta.
Callaron ambos: Medina
remedio al caso buscaba,
el codo sobre la mesa,
sobre la mano la barba.
Al fin, como quien resuelve
negocio que aflige y cansa,
pidi贸 papel y tintero,
diciendo a Juan: -隆Por mi alma,
que en mi vida en tal apuro
vacilar tanto pensaba;
y a no serte t煤 quien eres,
meti茅ralo a cuchilladas;
pero escribe, y que responda
a cual de nosotros mata!
Escribi贸 Juan, m谩s rasgando
al mejor tiempo la carta.
-Echemos -dijo- los dados,
y al que la mayor le caiga,
si es a m铆, la escribo al punto;
si es ti, Pedro, te casas.
Tir贸 Juan, y sac贸 nueve;
y asiendo el vaso con rabia,
tir贸 Pedro, y sac贸 doce.
Con que los dos se levantan,
y atravesando la turba
que curiosa los cercaba,
parten la calle en silencio,
d谩ndose entrambos la espalda.
III
Son, a mi pensar, los celos
delirio, pasi贸n o mal
a cuyo influjo fatal
lloraban los mismos cielos.
A manos de tal pasi贸n,
el m谩s cuerdo desespera,
pues quien con celos espera,
atropella su raz贸n.
Si con celos esperar
es importuna porf铆a,
ceder celoso en un d铆a
cuanto se am贸, no es amar.
De celos verse morir,
y en silencio padecer,
son celos tan de temer
cuanto duros de sufrir.
Y as铆, con celos amar
vale casi aborrecer,
pero con celos ceder,
es igual que delirar.
Si otro m谩s favorecido
goza el bien que se perdi贸,
se habr谩 el disfavor sentido,
mas perdido el amor, no.
Porque en quien goza favor
sobra tal vez confianza,
y celos sin esperanza
suelen guardar m谩s amor.
Si favor nunca tuvimos,
a煤n es suerte m谩s cruel,
porque vemos ahora en 茅l
cuanto bien haber pudimos.
Y as铆 pienso que son celos
delirio, pasi贸n o mal,
a cuyo influjo fatal
lloraban los mismos cielos.
Por eso llora Juan Ruiz,
celoso y desesperado,
el bien que Pedro ha ganado
m谩s gal谩n o m谩s feliz.
Por eso en la soledad
se mesa barba y cabellos,
sin mirar que no est谩 en ellos
su amante fatalidad.
隆Oh, que no fueron antojos
sus amorosos desvelos!
Que el amor que hoy le da celos
entr贸le ayer por los ojos.
芦驴Y por qu茅 no me atrev铆
-clama el triste en su aflicci贸n
y hoy acaso esta pasi贸n
pudiera arrancar de m铆?
Mas volver茅, 隆vive Dios!
驴Pero que he de conseguir
si la he dejado elegir
marido de entre los dos?禄
Y a su despecho tornando,
semej谩base, en su af谩n,
una fiera a quien est谩n
dentro la jaula acosando.
Sin darse el triste solaz,
cruzaba el cuarto sin tino,
pero no hallaba camino
de dar al 谩nimo paz.
Silbaba al dejar rabioso
paso al comprimido aliento,
y hollaba con pie violento
el pavimento ruinoso.
Iba adelante y atr谩s
sin reflexi贸n que le acuda,
a la par pidiendo ayuda
a Cristo y a Satan谩s.
T煤vose un momento al fin,
y en el temblor que le aqueja
se ve bien que se aconseja
con un pensamiento ruin.
Volvi贸 a girar otra vez,
y otra a tenerse volvi贸;
en esto dobl贸 un rel贸
en una torre las diez.
Entonces, quedando fijo,
exclam贸 en la oscuridad:
芦Hoy se casan, es verdad;
hace un mes que me lo dijo.禄
Ci帽贸 con esto el acero
con desd茅n a la cintura;
y sali贸se a la ventura,
la vuelta del Matadero.
IV
Es una noche sin luna,
y un torcido callej贸n
donde hay en un esquinazo
agonizando un farol,
un balc贸n abierto a medias,
por los vidrios de color
arroja al aire en tumulto
de danza el confuso son.
Se oye el comp谩s fugitivo
que llevan con pie veloz
los que danzan descuidados
dentro de la habitaci贸n.
Y se ven cruzar sus sombras
una a una y dos a dos
en fant谩stica carrera
y en mon贸tona ilusi贸n.
La casa es la de Medina,
que en ella a fiesta junt贸
sus amigos y parientes
despu茅s de traspuesto el sol.
All铆 con franca algazara
festeja a la que ador贸,
de quien aguarda esta noche
prendas de cumplido amor.
Est谩 la ni帽a galana
cual nunca el barrio la vio,
suelto en rizos el cabello,
que exhala fragante olor;
la falda de raso blanco
y acuchillado el jub贸n,
con vueltas de terciopelo
azul, de cielo el color;
con una hebilla de plata
ajustado el cintur贸n,
de donde baja en mil pliegues
un encaje en derredor;
y de un lazo de corales,
que Pedro la regal贸,
lleva en una cruz de oro
la imagen del Redentor.
Tanta ventura en un d铆a
nunca Pedro imagin贸,
y as铆, anda desatentado
girando en la confusi贸n.
A cada vuelta se mira
en los ojos de su amor,
y en la luz de aquellos soles
se le quema el coraz贸n.
Y, en fin, para concluir,
se cant贸, cen贸 y bail贸,
como es costumbre en las bodas
desde entonces hasta hoy;
hasta que, cansados unos
del baile, otros del calor,
las viejas del tardo sue帽o,
los m煤sicos de su son,
los muchachos de la bulla,
y los novios del honor
que les hacen sus amigos
en tan precisa ocasi贸n,
despidi茅ronse uno a uno
echando sobre los dos
m谩s bendiciones que plagas
caus贸 a Egipto Fara贸n.
Qued谩ronse entrambos solos
la amada y el amador,
por vez primera en la vida
a merced de su pasi贸n.
Mir谩bala embelesado
el amoroso espa帽ol,
tr茅mulo el rostro de gozo
y de dicha el coraz贸n;
mir谩bale ella anhelante
encendida de rubor,
h煤medos los negros ojos
con tiern铆sima afici贸n.
脡l dici茅ndola: 芦隆Alma m铆a!禄,
dici茅ndole ella: 芦隆Mi sol!禄,
entre el son de ardientes besos
de regalado sabor.
En esto en la estrecha calle
temible ruido son贸
de voces y cuchilladas
en medrosa confusi贸n,
y al angustiado lamento
de uno que grita: 芦隆Favor!
隆Ayudadme, que me matan!禄
Pedro a la calle baj贸
con el estoque en la diestra
y en la siniestra el farol.
Asom贸se Catalina
amedrentada al balc贸n,
llamando a Pedro afanosa,
de alg煤n da帽o por temor.
Alz贸 Medina la cara,
y la luz con ella alz贸,
pero apenas el reflejo
dio en el rostro de su amor,
una estocada traidora
por el costado le entr贸.
Lanz贸 un grito el desdichado
que part铆a el coraz贸n;
lanz贸 la hermosa un gemido
de intens铆simo dolor,
y el moribundo Medina
volviendo el gesto a un rinc贸n,
hacia una imagen de Cristo,
de quien devoto vivi贸,
dijo expirando: 芦Soy muerto,
隆acorredme, Santo Dios!禄
Y qued贸 tendido en tierra,
sin movimiento y sin voz.
Alz贸se a su lado un hombre,
y exclamando con pavor:
芦隆Maldita sea mi alma!禄,
mat贸 la luz y escap贸.
V
Tuvieron as铆 los a帽os,
uno, dos, tres, hasta siete,
embozada en el misterio
aquella impensada muerte.
En vano acudieron pronto
vecinos a socorrerle,
para vengarle los hombres,
para mentir las mujeres.
En vano salieron unos
casi desnudos a verle,
y otros salieron jurando,
armados hasta los dientes.
Nada sirvieron entonces,
ni jubones ni broqueles;
Medina qued贸 sin vida,
y sin justicia el aleve.
En vano son las pesquisas
de los irritados jueces,
en vano son los testigos,
las citas y los papeles.
En vano el caso averiguan
una, dos, tres, quince veces;
cada vez m谩s se confunden
los golillas y corchetes.
En vano sobre la rastra
anduvieron diligentes
olfateando la presa
los alanos de las leyes;
porque todos son testigos,
todos declaran contestes,
todos son los agraviados,
mas ninguno delincuente.
Hubo alborotos por ello,
y pendencias m谩s de veinte;
mas Pedro, qued贸 sin vida,
y sin justicia el aleve.
Catalina le lloraba,
desconsolada y doliente,
minutos, horas y d铆as,
noches, semanas y meses.
Un a帽o estuvo en el lecho
con accesos de demente,
y un a帽o a su cabecera
vel贸 Juan Ruiz sin moverse.
Dio con la puerta en los ojos
a padrinos y parientes,
diciendo: 芦Mientras yo viva,
no faltar谩 quien la vele.禄
Y en vano le murmuraron
de tal conducta las gentes;
Juan se mantuvo constante
a la cabecera siempre,
sin que a sondear su alma
alcanzara alg煤n viviente
a trav茅s de la reserva
y el misterio que mantiene.
Cur贸se al fin Catalina,
y el tiempo, que tanto puede,
siendo remedio y sepulcro
de los males y los bienes,
volvi贸 la luz a sus ojos,
y el pudor volvi贸 a su frente,
y el talism谩n de la risa
a sus labios transparente;
y sali贸 ufana, diciendo
a cuantos por verla vienen
que la vida con que vive
s贸lo a Juan Ruiz se la debe.
脡ste, a pretexto de amigo
del triste que en polvo duerme,
no se aparta de su lado
hasta que la noche viene.
Entonces a lentos pasos
la esquina inmediata tuerce,
y en las revueltas del barrio
como un fantasma se pierde.
Mas no falt贸 en 茅l alguno
que a media voz se atreviese
a decir que cuando pasa
por ante el Cristo se tiene,
y el embozo hasta los ojos,
el sombrero hasta las sienes,
cruza azaroso la calle,
como si alguien le siguiese.
En estas conversaciones,
cada vez menos frecuentes,
pasaron al fin los a帽os,
uno, dos, tres, hasta siete.
VI
Pagada la Catalina
de amistad tan firme y tierna,
de tanto af谩n y desvelos,
de tan rendida fineza,
escuch贸 a Juan una tarde,
los ojos fijos en tierra,
dulces palabras de amores
de la balbuciente lengua.
Inst贸 un d铆a y otro d铆a,
qued贸 siempre sin respuesta;
volvi贸 a sus ruegos Juan Ruiz
volvi贸 a su silencio ella.
Pas茅se un mes y otro mes,
y torn贸 Ruiz a su tema,
y torn贸 a callar la ni帽a
entre enojada y risue帽a.
Mas tanto lidi贸 el gal谩n,
tanto resisti贸 la bella,
que al cabo la linda viuda
dijo a Juan de esta manera:
-Puesto que es muerto Medina
(隆Dios en su gloria le tenga!)
y por siete a帽os cumplidos
mi fe le he guardado entera,
y 茅l ha visto nuestro amor
all谩 en la vida eterna,
os dar茅, Juan Ruiz, mi mano,
y mi coraz贸n con ella.
Amigo de Pedro fuisteis,
y yo os debo la existencia;
conque es justo, a mi entender,
os cobr茅is entrambas deudas.
P煤sose Juan Ruiz de hinojos
a los pies de la doncella,
y asi茅ndola las dos manos
humildemente la besa.
Acord谩ronse las bodas,
mas Catalina aconseja
que sean cuando 茅l quisiese,
pero que sin ruido sean.
Las malas ma帽as o antojos,
o tarde o nunca se dejan,
y Juan en su mocedad
gust贸 de bulla y de fiesta.
As铆, aunque pocos convida
para que a las bodas vengan,
busc贸 unos cuantos amigos
que le alegraran la mesa.
Trajo vinos los mejores,
y viandas las m谩s frescas,
y apunt贸 por hora fija
de noche las diez y media.
Gustaba Juan sobre todo
de cabezas de ternera,
y as谩balas con tal ma帽a,
que a cualquier gusto pluguieran.
Gozaba en esto gran nombre
entre la gente plebeya,
de tal modo, que le daban
el apodo de Cabezas.
Ocurri贸le a media tarde
darse a luz con tal destreza,
y emboz谩ndose en la capa,
sali贸 en busca de una de ellas.
Mataban aquella tarde
en el Rastro una becerra;
compr贸 el testuz y cubri贸le,
asido por una oreja.
Volvi贸 a doblar el embozo,
y contento con la presa,
de la calle en que viv铆a
tom贸 r谩pida la vuelta.
Iba Juan Ruiz con la sangre
dejando en pos roja huella,
que marcaba su camino
sobre las redondas piedras.
En esto, entrando en su barrio,
al doblar una calleja,
dos ministros de justicia
le pasaron muy de cerca.
脡l sigui贸, y pasaron ellos
advirtiendo con sorpresa
la sangre con que aquel hombre
el sitio que anda gotea.
脡l sigui贸, y tornaron ellos
por sobre el rastro que deja,
hasta entrar en otra calle
oscura, sucia y estrecha.
En un rinc贸n, embutida,
a la luz de una linterna,
de Cristo crucificado
se ve la imagen severa.
Par贸se Juan; los corchetes,
que en el mismo punto llegan,
viendo que duda y vacila
en la faz de preso le cercan.
-隆Fuera el embozo! -gritaron-;
muestre a la luz lo que lleva.
Volvi贸 los ojos al Cristo
Juan, y hel贸sele en las venas,
a una memoria terrible,
cuanta sangre herv铆a en ellas.
-隆Fuera el embozo! -repiten,
y 茅l, acongojado, tiembla,
sintiendo un cambio espantoso
que pasa en su mano mesma.
Quiso hablar, y atropellado,
un 芦隆Dejadme!禄 balbucea.
Deshici茅ronle el embozo,
y mostrando Ruiz la diestra,
sac贸 asida del cabello
de Medina la cabeza.
-隆Acorredme, Santo Dios!
-grita aterrado, y la suelta;
mas la cabeza, oscilando,
entre los dedos le queda.
-隆Yo le mat茅! -clam贸 entonces-,
hoy ha siete a帽os, por ella.
Y sin voz ni movimiento
cay贸 desplomado en tierra.
CONCLUSI脫N:
Y as铆 fue que aquella noche
de sangrienta confusi贸n,
en que al ruido de una ri帽a
Pedro a la calle baj贸
con el estoque en la diestra
y en la siniestra el farol,
no era en ella otro que Ruiz
quien llevaba lo mejor.
Como un im谩n a una aguja
arrastra constante en pos,
como una serpiente a un p谩jaro,
a una paloma un halc贸n
entorpecen y fascinan,
sin que ala ni pie veloz
para huirles les acudan,
a impulsos de su pasi贸n
anduvo as铆 Juan vagando
de la fiesta en derredor.
Y o铆a por las ventanas
de danza el confuso son.
Y v铆a cruzar las sombras,
una a una y dos a dos,
en fant谩stica carrera
y en mon贸tona ilusi贸n.
As铆 lloraba acosado
de sus celos y su amor,
cuando oy贸 de una pendencia
vivo y cercano rumor;
cerr贸se en ella a estocadas
tan sin acuerdo y raz贸n,
que a cuantos hubo a las manos
adelante se llev贸.
En esto acudi贸 Medina,
y Catalina al balc贸n,
de la suerte recelando,
acelerada sali贸.
Mas al ver cu谩l afanosa
curaba ella de otro amor,
cegaron a Ruiz los celos,
el despecho le embriag贸,
y al tiempo que alzaba Pedro
el brazo con el farol,
mat贸le a la faz de Cristo,
como villano, a traici贸n.
De entonces, en los siete a帽os,
despu茅s del hecho traidor,
ni una sola vez, de miedo,
por ante el Cristo pas贸.
Lleg贸 la primera al cabo,
y en ella al Cielo ocasi贸n
de mostrar que hay infalibles
tribunales s贸lo dos
de irrevocable sentencia,
sin cotos ni apelaci贸n:
Para verdades el TIEMPO,
y para justicia DIOS.
¿ Te gustó este poema? Compártelo:
Compartiendo el poema con tus amigos en facebook ayudas a la difusión de estas bellas creaciones poéticas y ayudas a dar a conocer a los poetas.

