Amor amÉrica
Poema publicado el 10 de Noviembre de 2008
Antes de la peluca y la casaca
fueron los rÃos, rÃos arteriales:
fueron las cordilleras, en cuya onda raÃda
el cóndor o la nieve parecÃan inmóviles:
fue la humedad y la espesura, el trueno
sin nombre todavÃa, las pampas planetarias.
El hombre tierra fue, vasija, párpado
del barro trémulo, forma de la arcilla,
fue cántaro caribe, piedra chibcba,
copa imperial o sÃlice araucana.
Tierno y sangriento fue, pero en la empuñadura
de su arma de cristal humedecido,
las iniciales de la tierra estaban
escritas.
Nadie pudo
recordarlas después: el viento
las olvidó, el idioma del agua
fue enterrado, las claves se perdieron
o se inundaron de silencio o sangre.
No se perdió la vida, hermanos pastorales.
Pero como una rosa salvaje
cayó una gota roja en la espesura
y se apagó una lámpara de tierra.
Yo estoy aquà para contar la historia.
Desde la paz del búfalo
hasta las azotadas arenas
de la tierra final, en las espumas
acumuladas de la luz antártica,
y por las madrigueras despeñadas
de la sombrÃa paz venezolana,
te busqué, padre mÃo,
joven guerrero de tiniebla y cobre,
oh tú, planta nupcial, cabellera indomable,
madre caimán, metálica paloma.
Yo, incásico del légamo,
toqué la piedra y dije:
Quién
me espera? Y apreté la mano
sobre un puñado de cristal vacÃo,
Pero anduve entre flores zapotecas
y dulce era la luz como un venado,
y era la sombra como un párpado verde.
Tierra mÃa sin nombre, sin América,
estambre equinoccial, lanza de púrpura,
tu aroma me trepó por las raÃces
hasta la copa que bebÃa, hasta la más delgada
palabra aún no nacida de mi boca.
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Poema publicado el 10 de Noviembre de 2008
Antes de la peluca y la casaca
fueron los rÃos, rÃos arteriales:
fueron las cordilleras, en cuya onda raÃda
el cóndor o la nieve parecÃan inmóviles:
fue la humedad y la espesura, el trueno
sin nombre todavÃa, las pampas planetarias.
El hombre tierra fue, vasija, párpado
del barro trémulo, forma de la arcilla,
fue cántaro caribe, piedra chibcba,
copa imperial o sÃlice araucana.
Tierno y sangriento fue, pero en la empuñadura
de su arma de cristal humedecido,
las iniciales de la tierra estaban
escritas.
Nadie pudo
recordarlas después: el viento
las olvidó, el idioma del agua
fue enterrado, las claves se perdieron
o se inundaron de silencio o sangre.
No se perdió la vida, hermanos pastorales.
Pero como una rosa salvaje
cayó una gota roja en la espesura
y se apagó una lámpara de tierra.
Yo estoy aquà para contar la historia.
Desde la paz del búfalo
hasta las azotadas arenas
de la tierra final, en las espumas
acumuladas de la luz antártica,
y por las madrigueras despeñadas
de la sombrÃa paz venezolana,
te busqué, padre mÃo,
joven guerrero de tiniebla y cobre,
oh tú, planta nupcial, cabellera indomable,
madre caimán, metálica paloma.
Yo, incásico del légamo,
toqué la piedra y dije:
Quién
me espera? Y apreté la mano
sobre un puñado de cristal vacÃo,
Pero anduve entre flores zapotecas
y dulce era la luz como un venado,
y era la sombra como un párpado verde.
Tierra mÃa sin nombre, sin América,
estambre equinoccial, lanza de púrpura,
tu aroma me trepó por las raÃces
hasta la copa que bebÃa, hasta la más delgada
palabra aún no nacida de mi boca.
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